¡Ay, Cordera!

(Otro espectro republicano visita a Cospedal)

¡Ay, Cordera! No te me asustes por verme así, irrumpiendo en medio de tus sueños con esta garrota y dirigiéndome a ti con este gemido. Perdona por haberme tropezado con el bastón, que te he tirado los peluches, el pintauñas y el quitaesmalte de la mesilla. Ando algo torpón pero no soy uno de esos zoquetes de La Charanga del Tío Honorio que, por lo que me cuentan, tuvieron tanto éxito en la España machista del tardofranquismo cuando tú eras una tierna corderita.

Reconozco que lo de la garrota ya llamaba la atención en mi época. Hasta una compañera de partido como la pobre Hildegart Rodríguez se refirió a ella para descalificarme en un artículo que publicó en La Tierra, evocando un mitin que dimos juntos en Carabanchel: “No abandonaba su garrota; miraba con un aire reconcentrado y hosco; con una seriedad desdeñosa”.

¡Ay, Cordera!Es cierto que yo estaba muy orgulloso de mis orígenes, tan humildes como rústicos. Mis padres eran labradores en una pequeña aldea de Lugo. Nunca fui a la escuela y cuando me mandaron a Madrid, a casa de un pariente, me puse a trabajar de aprendiz de panadero. También fui mozo en la imprenta de los Baroja y allí conocí a don Pío. Me hice a mí mismo y trabajé como redactor de El Socialista. En la UGT fui sucesivamente delegado de los obreros de pan de Viena, de los pasteleros y del conjunto del gremio de panaderos. También progresé en el PSOE y cuando llegó la República, me eligieron primero concejal y después diputado. Ni era “hosco” ni “desdeñoso”. Si la garrota estaba siempre conmigo, era precisamente para no olvidarme de dónde venía.

Y en cuanto a lo de "¡ay, Cordera!", tómalo como un desahogo personal. No, no, espera; no me malinterpretes. Nada que ver con aquella canción del “¡ay, cordera que te llevo p’a la era!”. ¿Cómo iba yo a decir ese tipo de zafiedades testiculares, si fui el primer feminista del PSOE al apoyar a Clarita Campoamor contra nuestra propia diputada Margarita Nelken en el debate sobre el voto de la mujer? Cuando el director de EL ESPAÑOL transcriba mis palabras, te darás cuenta de que no es “cordera” con minúscula, sino “Cordera” con mayúscula y que esto va tanto de ti como de mí.

Comprendo que mi aspecto no te diga nada porque ya sé que, tratándose de la Historia de España, tu generación es tan analfabeta como lo era yo a todos los efectos. Pero si añades a la garrota estos mostachos canosos y estirados como escobillas y este aspecto rollizo y saludable, comprenderás que en el Madrid republicano todos dijeran a mi paso “ahí va Manuel Cordero”. Bueno, los que me querían poco decían “ahí va el Cordero con patatas”, “ahí va el Cordero en chilindrón” o directamente “ahí va el enchufao de Cordero”.

Qué mala es la envidia, compañera Maria Dolores. Y permíteme que te llame compañera porque aunque nuestros partidos sigan siendo rivales, los reproches que te hacen ahora a ti son exactamente los mismos que me hacían a mí. Por eso cuando dos domingos atrás el espectro del fiscal Santos, aquel al que detuvieron en Barcelona en el ejercicio de su cargo, contó en el limbo de los buenos republicanos que había visitado a su colega Ana Magaldi para solidarizarse con ella por los insultos que tuvo que soportar a la puerta de la Audiencia, yo pensé que tenía que hacer lo mismo contigo.

Sí, soy Manuel Cordero Pérez, aquel diputado del PSOE al que en el 31 convirtieron en el pim-pam-pum de las críticas reaccionarias contra la acumulación de cargos. Es verdad que, según como se hicieran las cuentas, llegué a ocupar 14 empleos públicos a un tiempo -así que a ti todavía te queda recorrido- pero ninguno de mis cargos tenía el lustre de los tuyos.

Yo no fui ministro, ni siquiera de Marina como Companys, ni secretario general del partido, ni siquiera líder regional. Me conformé con sumar a la condición de diputado, concejal y teniente de alcalde consejos de empresas públicas como la Campsa o Telefónica y presidencias de aquellos Comités Paritarios de arbitraje laboral que había creado Primo de Rivera, amén de encabezar algunas comisiones parlamentarias.

Es cierto que 14 cargos son 14 cargos; pero si se cebaron en mí fue porque una de esas comisiones que me tocó presidir fue la de Responsabilidades que sometió a juicio político al derrocado Alfonso XIII. Así que aplícate el cuento y seguro que algo habrás hecho bien para que te ataquen tanto.

Un ultra de tomo y lomo como el doctor Albiñana dijo que el acrónimo VERDE, que identificaba a los monárquicos embozados, no significaba “Viva el Rey de España” ni aludía por tanto a don Alfonso, sino que quería decir “Viva el Rey del Enchufe” y se refería a mí. Tan chistosos como reaccionarios, los de Gracia y Justicia, que maldita la gracia y bien poca justicia que me hacían, me dibujaban siempre rodeado de cables como si fuera un transformador de corriente alterna. El más que abogado, inquisidor Joaquín del Moral me dedicó unas cuantas páginas de su obra Oligarquía y enchufismo, llamándome lindezas como "cacique", "acaparador de sueldos", “pancista”, “parásito”, “policobrante” o “chupóptero”.

Serie de viñetas publicadas en "Gracia y Justicia".
Serie de viñetas publicadas en "Gracia y Justicia".

Incluso Josep Pla me puso como ejemplo de "La República de los enchufados" en un artículo de La Veu de Catalunya con argumentos insidiosos que debes estar harta de escuchar: “Un hombre, por más genio que sea, no puede ejercer con eficacia tres o cuatro funciones delicadísimas a la vez. Cada uno de estos cargos, tomado de buena fe, encarado como se ha de encarar, puede ocupar la actividad normal de un ciudadano”.

Al final nuestro asunto se debatió en las Cortes el 17 de marzo del 32 en sesión nocturna, constando en el orden del día bajo el eufemismo de la “simultaneidad de cargos”. A mí me abrieron en canal sacando a relucir que tenía un sueldo asignado en la Campsa de 21.457 pesetas –que es verdad que era un dinero para la época- y que cobraba dietas de 17 y 22 pesetas por asistir a algunas reuniones sindicales.

Había que defenderse atacando. Fue entonces cuando el compañero Trifón Gómez recordó la barbaridad que acababa de decir Gil Robles en un mitin: “Hay dos clases de obreros parados. Los que no comen porque no pueden trabajar y los que pueden comer porque no trabajan. Estos segundos se sientan en el Congreso en los bancos de la minoría socialista”. El líder agrario replicó, tan chulito como era, que no cambiaba ni una coma.

Ay, Cordera, la que se organizó. Los compañeros no aguantaban más y varios diputados del PSOE se abalanzaron hacia el escaño de Gil Robles para que se tragara esas palabras. Los agrarios hicieron ademán de defenderle con los puños en ristre y Besteiro tuvo que gritar para imponer su autoridad como presidente. Gil Robles le dio las gracias y él repuso con aspereza que “se las devolvía” y que no volviera a decir cosas tan “hirientes”. Azaña hizo de conciliador y la sesión se levantó cerca de las tres de la madrugada. Aquello era parlamentarismo y no lo vuestro.

Yo ya había dejado las cosas claras, presentándome como “víctima de una campaña moralizadora” y poniendo en jaque a las derechas. A ver, “¿de qué viven los que hacen esa campaña?”. Pero, como supongo que te pasará a ti, lo que más me dolían eran los ataques desde dentro. Por eso cuando aquella mozuela trágica, la Hildegart, votó en contra del acto de desagravio que me organizó el PSOE y me escribió su carta abierta en La Tierra con argumentos como los que te dedican tus rivales de Castilla-La Mancha -"debemos evitar la acumulación de cargos que pesan sobre usted", "el ejemplo que estamos dando no es nada edificante", "el socialismo no puede ser un medio de arribismo"...-, yo le puse la proa.

Le retiré el saludo pero antes contesté correctamente: "Los cargos que yo ostento vinieron a mí como una consecuencia lógica de mi situación en el partido; no he pedido ninguno, ni hoy ni nunca; siempre trabajo para la organización". Ella también decía que formara a los jóvenes socialistas para que pudieran ocupar algunos de mis cargos. Pero aquello carecía de sentido: "Usted comprenderá que si no tenemos tiempo suficiente para atender las obligaciones que los cargos acumulan sobre nosotros, ¿cómo vamos a dedicarnos a preparar a otros elementos para ello?".

Puede que fuera un poco drástico porque a la Hildegart le hicimos el vacío en el PSOE y la UGT, hasta que se marchó al Partido Radical Socialista. No te oculto que sentí remordimientos cuando su madre la mató a tiros mientras dormía -supongo que verías la película-, pero ese final terrible, propio del escultor que destruye su propia obra al descubrir sus imperfecciones, demuestra lo peligrosa que puede ser la obsesión por la pureza con la que nos asedian por doquier a los que nos manchamos en el barro de la realidad.

Hubo un día que se me hincharon las narices y en la Casa del Pueblo de Madrid dije lo que tenía que decir: "Nuestra preocupación ha de ser conquistar el poder plenamente. Avanzar y nunca perder lo conquistado. ¿Dejar algo de lo que hemos conquistado? ¡Nunca!".

Me pusieron otra vez a caldo pero me quedé tan ancho. Hablaba por el partido pero también por mí mismo. Yo no dejé ninguno de mis 14 cargos y tú tampoco debes dejar ninguno de los tuyos. Oye, pocos saben el esfuerzo que nos cuestan esas conquistas.

Te vengo siguiendo hace tiempo y te diré, de Cordero a Cordera, que, si todo es como se cuenta, me pareció muy bien que tu marido se ocupara de aquella asesoría del banco que se quedó con la Caja de la comunidad que gobernabas, que financiaras tu campaña con la mordida de la contrata municipal de basuras, que trincaras los sobresueldos mientras los hubo, que ayudaras a tapar lo de Bárcenas con aquella filigrana de la indemnización en diferido, que para aceptar Defensa le hayas puesto a Rajoy la condición de seguir mandando en Génova y en Toledo, que hicierais la vista gorda cuando en el recuento a ojímetro del Congreso salían más votos a favor de la enmienda que te hubiera impedido la acumulación de cargos y que ahora les digáis las cosas claras a esos aguafiestas que se atreven a desafiarte en tu feudo e incluso impugnan tu candidatura porque al presentarla estabas en el Líbano.

¿Pues dónde ibas a estar para tener mejor perspectiva de los problemas de los castellano manchegos? En el Libano, coño, claro. Es cierto, lo habéis dicho muy bien, estos tipos son "perrillos ladradores" que deben ser "devorados por el oso" y si les tiene que "pasar lo que a Kennedy" -metafóricamente, claro, que la vuestra es otra época-, pues ellos se lo habrán buscado.

Ya va siendo hora, hermana loba, y soy yo el que te lo dice, de que los que tanto hacemos por los demás al consagrar nuestra vida a la política, nos quitemos la incómoda y engorrosa piel del Cordero, y nos ocupemos alguna vez de nuestro propio bienestar. ¿O no? ¡Hala, que me voy con la garrota! Salud, República y buenos alimentos.

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.

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