Ay del pueblo que necesita héroes

La mitología griega me ha perseguido desde la infancia. Comenzó con simples descripciones de proezas y hazañas perversas: extraños fenómenos que ocurrían en el cielo y en la tierra. Eran lecturas emocionantes, irreflexivas. Era igual que ir al circo. Fue solo en la edad adulta cuando empecé a entender lo que estaba leyendo.

En la mitología uno encuentra todas las formas imaginables de vivir la vida. Quiero decir que es imposible inventar una vida que no esté ya descrita en los cielos. Todo está ahí. Todas las dichas y todas las desgracias, todos los esfuerzos y todos los fracasos, todas las virtudes y todos los vicios.

Asombra ver cuántas veces la enorme y sorprendente ola del mar –lo que llamamos tsunami– amenaza en la mitología a pueblos y ciudades.

La cantidad de veces que se castiga a las personas por arrogantes, lujuriosas, tacañas, estúpidas y crueles, aunque sin ninguna intención moral o pedagógica.

En la mitología está el mundo entero.

Una de las figuras más importantes de la mitología es Heracles o Hércules. En la antigüedad lo encumbraron como el mayor de los héroes, y en la Edad Media se le otorgó el estatus de santo. A lo largo de su existencia fundó ciudades y domó ríos, luchó y venció a criaturas monstruosas, como las yeguas carnívoras. Y todo, ¿para qué?

Para ser libre. No para acumular riquezas o notoriedad, sino para alcanzar la libertad. Pero vayamos al principio... Heracles, aunque era un semidiós, era un héroe completo. Su padre fue Zeus, el más poderoso de los dioses, y su madre fue Alcmena, una mujer mortal y común, además de casada. Zeus la deseaba tanto que adoptó la forma de su marido y así compartió su cama mientras este guerreaba por el mundo. La alegría y el gozo del dios fueron tan grandes que alargó esa noche tres días.

Que yo sepa, esto no ha vuelto a suceder, aunque supongo que somos muchos los hombres que lo hemos deseado.

Alcmena dio a luz a un niño fornido al que Zeus amó desde el primer momento. Hera, la esposa del dios, sospechó desde el principio de su origen, a pesar de que el recién nacido recibió el nombre de Heracles, que significa «en honor a Hera». Ella no se dejó engañar y se aseguró de que Heracles se convirtiera en una suerte de esclavo en manos de su primo, el rey de Argos, quien, sin embargo, prometió dar la libertad a Heracles con la condición de que este hiciera siempre lo que él le dijera.

Fue al servicio del rey cuando Heracles realizó sus trabajos. Estaba obligado a ganarse su libertad. No la recibió como un regalo.

Esta idea sigue siendo fundamental en nuestro tiempo: la libertad se conquista, no se recibe. Generación tras generación, hombres y mujeres de todo el mundo crecen con esta máxima y luchan por la libertad. Mueren y matan por ella, y cuando la batalla termina, se convierten en otro. En otro, incluso a veces, menos libre que antes.

Son muchos los héroes de la libertad que se convierten en tiranos con el tiempo. Son muchos los levantamientos exitosos que se realizan por la libertad y derivan en tiranías. Tampoco Heracles escapó a ese destino...

Su primera hazaña fue matar a un temible león que reinaba en Nemea, conocida ya en la antigüedad por sus vinos. Desolló al león y se vistió con su piel. Y esa fue su seña de identidad desde entonces: el vestido de león. Esta primera gesta, por tanto, lo cambió. La gratitud de la gente fue enorme: caminó hasta la plaza y notó las miradas cálidas de todos los ciudadanos. Se sintió bien al ver las sonrisas de las chicas al pasar. El camino hacia la fama y la libertad se abría ante él, pero era peligroso y largo, pues requería de muchas más hazañas como esta. Había hecho la primera. Le faltaban once.

La serie 'La Piovra' ('El pulpo') es, tal vez, el gran éxito de la historia de la televisión italiana. Se emitió entre 1984 y 2001, y trataba la lucha de la policía contra la mafia (el pulpo). A Heracles le dieron otro pulpo con el que luchar. Se llamaba Hidra y vivía junto al lago Lerna, cerca de Argos, en el Peloponeso.

Esta Hidra no era un pulpo cualquiera. Tenía varias cabezas -de seis a cien, según las distintas tradiciones- que se podían cortar, pero que tenían la capacidad de volver a crecer de inmediato, un fenómeno denominado autogénesis en la jerga médica. La cabeza de la procesión o la 'cabeza principal' era, además, inmortal. Incluso desde la distancia se arriesgaba la vida al enfrentarse a Hidra, pues las cabezas exhalaban gases tan tóxicos que si los inhalabas morías.

La Hidra de Lernea, en fin, sembraba el miedo a su alrededor. No había manera de deshacerse de ella. Por eso se llama al héroe. Es lo que se hizo entonces y lo que todavía se hace hoy.

Ay del pueblo que necesita héroes, dijo Bertolt Brecht. Vale la pena pararse a pensarlo, especialmente ahora que tantos ciudadanos piden reglas más estrictas contra la pandemia, medidas más duras, el cese de toda la inmigración, una defensa militar más fuerte, etcétera.

No fue fácil atrapar a Hidra. No fue fácil encontrarla. A veces la localizaban y le disparaban flechas ardientes, pero estas golpeaban su piel sin ningún resultado. Nada que ver con el napalm que utilizamos milenios después...

Así que Heracles no podía hacer otra cosa que enfrentarse a Hidra cuerpo a cuerpo. Por suerte le acompañaba su sobrino, Yolao, que le ayudó a derrotarla. El héroe luchó con Hidra, le cortó una cabeza tras otra y Yolao quemó las heridas para evitar que las cabezas volvieran a crecer de nuevo. Esto funcionó. Al final solo quedaba la 'cabeza principal', la inmortal. Heracles logró cortarla y después la enterró en un hoyo profundo. Y sobre el hoyo colocó una piedra enorme.

¿Qué pasó con la cabeza inmortal de Hidra? ¿Nos deshicimos de ella para siempre?

Realmente no. Los sucios secretos se amontonan los unos sobre los otros. Lavado de dinero, planificación y evasión fiscal, empresas 'offshore', empresas tapadera, turbios negocios de armas, tráfico de drogas y muchas cosas más. Y la autogénesis de estas cabezas funciona como antes. Se elimina una, pero aparece inmediatamente otra.

¿Debemos concluir que necesitamos un héroe?

No sería esa mi primera opción. Quizás Heracles no debería haber enterrado la cabeza inmortal de Hidra. Quizá debería haberla dejado bajo la luz de los focos.

Theodor Kallifatides es escritor.

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