Ayer y hoy de la mujer en el trabajo

Contra lo que suele repetirse, la mujer no se ha incorporado en tiempos recientes al trabajo porque ha trabajado siempre a lo largo de la Historia. Lo ha hecho desde luego en la esfera doméstica. Pero en las sociedades agrarias también ha sido decisiva su actividad fuera de ella. Restringir el concepto de trabajo al propio de la economía monetaria es un reduccionismo inadmisible porque falsea la realidad. En el largo pasado, la mujer ha desempeñado un papel fundamental en la economía global y la supervivencia del grupo familiar.

Esa intensa actividad de las mujeres en la economía de la supervivencia cambió con el romanticismo y la industrialización. Desde entonces, se bifurcan los modelos culturales sobre el papel de la mujer. Las mujeres de clase obrera, incorporadas a la naciente industria; y las de clase media y alta, orientadas para circunscribirse a la esfera doméstica. Y este esquema es el que ha prevalecido en Europa hasta la segunda mitad del siglo XX. ¿Por qué ha cambiado radicalmente y se ha universalizado el modelo de la actividad laboral extradoméstica de la mujer?

Tal vez fuera maravilloso si el mundo se gobernara por las ideas. Pero desde Platón sabemos que la realidad difícilmente se deja conducir por las ideas o por las ideologías. Son más prosaicas las dinámicas que mueven el mundo por mucho que pese a quienes nos fascina la historia de las ideas, cargada de escenarios idílicos. No hace falta ser materialista marxista para reconocer que las ideas han tenido poco éxito para transformar las realidades sociales. Los cambios sociales son siempre dinámicas complejas y casi nunca desencadenados aisladamente por ideas sino por dinámicas heterogéneas más inexorables. El feminismo sin duda ha favorecido el cambio social, pero no ha sido en sí mismo determinante. El feminismo ha crecido después de -y no antes- que la mujer se incorporara masivamente al trabajo extradoméstico y los objetivos igualitarios fueran asumidos por los poderes públicos, masivamente en manos de varones, donde se ha proclamado la igualdad como objetivo institucional. Un hecho sin precedente en la larga historia de la emancipación humana y que merece destacarse.

Han sido muy numerosos los condicionantes que han hecho el presente, y el pasado, tal cual es, y ha favorecido la plasmación de ideas igualitarias en este ámbito. Empezando por hechos como la demografía: la mortalidad -infantil y por parto- y la esperanza de vida. Cuando a inicios del siglo XX la esperanza de vida de la mujer era de 30 años, la actividad reproductiva condicionaba decisivamente la vida de la mujer, con patriarcado y sin él. La mayoría de esa corta vida estaba involucrada con gran número de partos que en elevado número fallecían al nacer. De cada 1.000 nacidos que sobrevivían al parto, en 1900 el 20% fallecía durante el primer año. Y el riesgo no era menor para las madres; entonces, cada 100.000 partos también fallecían 558 mujeres. En aquella época, lo que era altísimo no era la natalidad sino el número de embarazos y partos que tenía la mujer a lo largo de su corta vida; y este hecho obstaculizaba su desempeño en otras actividades.

La extraordinaria mejoría de la supervivencia de los embarazos y partos, al igual que la prolongación de la vida media o si se quiere de la longevidad ha reducido sustancialmente el porcentaje de años de la vida de la mujer requeridos para alcanzar el número de hijos deseados. La medicina, el equipamiento sanitario, la higiene y la salubridad pública subyacen a esta decisiva transformación que facilitó el cambio en la situación social de la mujer. En el nuevo escenario nada impone su plena dedicación a tareas reproductivas. La accesibilidad de medios de control de natalidad fiables han acelerado esas dinámicas que han sido favorecidas igualmente por el enorme progreso de la tecnología doméstica en la España de los años 70. Su difusión incrementó el confort y redujo el esfuerzo y tiempo requerido para tareas domésticas.

No han sido los únicos factores impulsores del cambio. La enorme expansión del sector servicios ha generalizado los puestos de trabajo más confortables que los agrarios e industriales para todos, hasta la práctica desaparición de los que requieren esfuerzo o fortaleza física sustituida por máquinas. Todas estas dinámicas de cambio han sido coetáneas con la universalización de la enseñanza. La alfabetización y la escolarización han sido el primer escalón en la emancipación de la mujer, impulsores de su incorporación a la vida pública.

¿Y cuáles han sido las novedades en la incorporación de la mujer al trabajo desde la democracia? Todo ha cambiado. En relación al trabajo extradoméstico de las mujeres en España algunas novedades deben mencionarse.

La primera es que ha crecido muchísimo el número de mujeres en la población activa. Hoy supera el 50% la tasa de actividad (ocupadas más paradas) de la mujer con más de 16 años. Y la cantidad ha sido acompañada de otros cambios cualitativos. Ingresan con más edad, obligatoriamente como mínimo con más de 16 años. En el pasado, en la práctica era muy frecuente su incorporación a edades muy tempranas, en torno a los 13 años; luego, las leyes o las costumbres las expulsaban del trabajo cuando se casaban o cuando tenían hijos.

El acceso con más edad se ha debido a un hecho determinante: acceden al mercado de trabajo con más nivel educativo, incluso superior ya al de los varones. Una cuestión capital para interpretar otras dinámicas culturales y sociales actuales. Ese nivel educativo más alto ha favorecido retribuciones más altas y su acceso más frecuente a puestos más elevados. Y esta nueva realidad ha transformado por completo el significado y cultura del trabajo. La máxima novedad no es ya que hoy las mujeres hayan ingresado en el trabajo extradoméstico masivamente. Lo que define la situación actual no es que las mujeres entren en el mercado laboral sino que hoy no salen voluntariamente. Es decir realizan la misma carrera profesional durante toda su vida activa como los varones.

La repercusión de estos cambios supera el ámbito exclusivo de la mujer; toda la sociedad queda involucrada. Todo el bienestar estaba asentado en una realidad que ha desaparecido: el de la mujer en casa. De ahí la enorme gravedad de la desatención a las madres que son quienes padecen la máxima discriminación, y a quienes se menciona muy poco incluso por los movimientos feministas. Y la urgencia de estrategias -públicas, privadas y domésticas- para facilitar la compatibilidad de las tareas laborales, familiares y domésticas. Y ese es un gran desafío que la sociedad española debe abordar con urgencia y en profundidad. La sociedad del bienestar tendrá que configurarse con la justa solución a la maternidad sin penalización social. ¿Cuándo comenzará a afrontarse?

Julio Iglesias de Ussel es catedrático de Sociología, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y del Consejo Editorial de EL MUNDO.

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