Ayudar todos juntos a los refugiados

Es probable que este año sea el más determinante para la protección de los migrantes y los refugiados desde la firma de la Convención de Ginebra en 1951. Dependiendo de las opciones que tomemos, ayudaremos a crear sociedades más abiertas que se basen en una mayor cooperación internacional, o seremos cómplices de los gobiernos autoritarios y sus agendas nacionalistas. Por eso debemos abordar este tema con una urgencia y seriedad excepcionales.

Las crisis de refugiados y migrantes en el Mediterráneo, Asia, África y Centroamérica han generado altísimos niveles de sufrimiento humano. Apenas se puede exagerar su significado, ya que el fracaso de nuestras iniciativas de ayuda a los más vulnerables refleja una extraordinaria descomposición moral en la comunidad internacional.

Corremos el riesgo de perder el consenso colectivo al que hemos llegado sobre la importancia del sistema multilateral y la cooperación internacional. Cuando rechazamos ayudar a quienes sufren persecución, no solo hacemos que sus vidas peligren, sino que subvertimos los principios sobre los que se sustentan nuestras propias libertades.

El año pasado tuvimos literalmente un millón de recordatorios de que el sistema de protección a refugiados no está funcionando. Cada persona que atravesaba valientemente el Mediterráneo en búsqueda de asilo nos decía con su gesto que algo no anda bien en los países de primer asilo.

¿Cómo pudimos permitir que Jordania, Líbano y Turquía asumieran la carga de acoger a casi cinco millones de refugiados casi sin respaldo del resto del mundo? El coste de dar un nivel de apoyo mínimamente decente a un refugiado es al menos $3000 al año, suma que la comunidad internacional ha cubierto en una mínima parte. Cuando las grietas del sistema de protección se convirtieron en brechas abiertas, los refugiados votaron con sus pies.

Entonces, en una reacción de pánico para detener las llegadas, la Unión Europea (cuna del sistema de protección internacional) puso en riesgo su tradición de derechos humanos y los estándares básicos de las leyes de asilo. Las señales que da con ello a los países de entrada (de que no están obligados a respetar completamente las normas de protección) podrían resultar siendo devastadoras.

Con la creencia equivocada de que para proteger la soberanía se deben adoptar medidas unilaterales, los gobiernos se han resistido a un enfoque internacional hacia la migración. Pero, como han demostrado los terribles acontecimientos del Mediterráneo, se trata de una actitud contraproducente que lleva a una soberanía meramente burocrática, socava la credibilidad de los gobiernos democráticos y el sistema multilateral, y refuerza a los contrabandistas de personas y a los populistas autoritarios. Tenemos que detener esta espiral perversa.

Ante una crisis global sistémica se precisa una respuesta global sistémica. Para cuando los líderes mundiales se reúnan en septiembre en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre la Respuesta a los Grandes Desplazamientos de Refugiados y Migrantes, la comunidad global debe reconocer lo que no ha funcionado y cómo corregirlo.

En lugar de pasar la carga a otros, tenemos que compartir responsabilidades. La manera más sensata de proteger la soberanía nacional es reducir al mínimo los riesgos que enfrentan los migrantes cuando buscan refugio y elevar al máximo los medios a su disposición para que desarrollen vidas productivas.

Para lograrlo son necesarios tres elementos. Primero, debemos aprovechar el impulso político en torno al tema de los refugiados para generar compromisos con mejoras específicas al sistema de protección internacional y reducir la vulnerabilidad de todos los migrantes.

Es sencillamente inaceptable que apenas diez países se vean obligados a cargar con la mayor parte del problema, un 86% de los refugiados residan en el mundo en desarrollo y se reubiquen menos de 100.000 cada año. Apoyar a los refugiados no es un tema optativo: no podemos dejar que la responsabilidad se defina meramente por nuestra proximidad a una crisis.

Ya no podemos pasar de año en año, crisis tras crisis, pidiendo compromisos que con demasiada frecuencia ni siquiera se cumplen. Debemos calcular cuánto cuesta apoyar a los migrantes forzosos y a los países que los albergan (igual que si estuviéramos haciendo un presupuesto familiar), para luego contribuir colectivamente con los fondos necesarios en el marco de un plan de largo plazo.

Asimismo, debemos ampliar nuestra capacidad para acoger refugiados a través de reasentamientos y otras vías legales, como el otorgamiento de visas de estudio, trabajo y reunificación familiar.

En segundo lugar, para fortalecer el sistema de protección internacional tenemos que reconsiderar la idea misma de nuestra responsabilidad hacia los refugiados. Ya no podemos tratarlos como a un peso muerto en campos permanentes, sino ayudarlos a convertirse en miembros activos e importantes de nuestras comunidades. Nuestro modelo debe basarse en la inclusión plena de los refugiados, tan pronto como sea posible, en los mercados laborales y las escuelas. Y comprometernos a que nunca haya niños en centros de detención.

Finalmente, el sistema de Naciones Unidas debe desarrollar una mayor capacidad para abordar el tema de la migración y dar a los migrantes una voz más importante a nivel global. Sólo entonces seremos capaces de acordar un conjunto de compromisos para reducir los riesgos a los que todos ellos se enfrentan, asegurar su rescate en el mar, ofrecer caminos seguros hacia su reubicación y proporcionar identidades legales.

Es improbable que el grado de atención pública y privada que están recibiendo este año los refugiados y la migración se repita en mi vida ni en la de la próxima generación. Las condiciones de vida de muchos seres humanos (por no mencionar la condición humana misma) mejorarán o empeorarán según cómo hagamos uso de esta oportunidad.

Peter Sutherland, Special Representative of the UN Secretary-General for International Migration and Development, is former Director General of the World Trade Organization, EU Commissioner for Competition, and Attorney General of Ireland. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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