Ayudas para un mundo mejor

El pasado 14 de julio del 2011 estuve en Somalia. Vi docenas de niños en brazos de sus madres, esperando las raciones de alimentos que proporcionan las oenegés. Antes, en febrero, cuando estuve en Adis Abeba, visité la Ethiopian Commodity Exchange, la bolsa etíope de materias primas, un mercado vinculado con el de Chicago y otras bolsas de materias primas, que intenta hacer de Etiopía un mercado global de estos productos. Mientras tanto, la primavera árabe ha hecho desaparecer algunos regímenes arcaicos y autoritarios y ha puesto las miradas y la esperanza en la democracia y la prosperidad.

Esto demuestra que África, como el resto del mundo en desarrollo, no es una realidad única. Estas historias demuestran que no puede haber un planteamiento único de la política de desarrollo y, además, reclaman una nueva orientación en la forma de gestionar la ayuda.

La UE es el líder con diferencia en ayuda al desarrollo. Juntos aportamos más del 50% de los 100.000 millones de euros que se destinan cada año a ayudas en todo el mundo. Podemos estar orgullosos: a lo largo de los años, hemos ayudado a cientos de millones de personas a salir de la pobreza, ofreciendo alimentos, educación, asistencia sanitaria y acceso al agua. Pero esto también conlleva responsabilidades, como lograr que el gasto sea más eficaz, concentrarlo en los sectores pertinentes y utilizarlo de forma óptima para incidir lo más posible.

A este respecto, la semana pasada presenté un programa para el cambio donde propongo la dirección que la política europea de desarrollo debe seguir en los próximos años. Mi idea básica es que la ayuda es una cuestión de solidaridad y colaboración con los países receptores, que debe sentar las bases sobre las que un país pueda labrarse un futuro sólido. La ayuda debe ser un catalizador, no la panacea.

¿Cuáles son estas bases?

En primer lugar, los movimientos populares del norte de África y Oriente Próximo han puesto de relieve que los avances en educación, sanidad o construcción del Estado son una condición necesaria, aunque no suficiente, para garantizar un crecimiento sostenible. Todo ello ha confirmado que el desarrollo requiere democracia y buen gobierno. Por tanto, propongo reforzar el vínculo entre las ayudas de la Unión Europea y el respeto del Estado de derecho y de los derechos humanos. Ofreceremos apoyo general al presupuesto de un país solo cuando nuestra relación se base en la credibilidad y la confianza.

EN SEGUNDO LUGAR, quiero que la ayuda de la UE se concentre en sectores estratégicos, que sean vitales para el crecimiento incluyente y sostenible, y en los que la UE aporte un claro valor añadido. Por un lado, pienso en la agricultura y la seguridad alimentaria. Por otro, en el acceso a la energía limpia. La actual crisis alimentaria es un agudo recordatorio de que ningún país puede desarrollarse sin alimentar a su población. En un futuro no muy lejano, nuestro planeta deberá alimentar a 9.000 millones de personas. La UE ya es uno de los líderes en ayuda alimentaria. Pero debemos aumentar nuestra capacidad de incidencia en este ámbito, que tiene un fuerte efecto multiplicador sobre las economías de los países en desarrollo y, al mismo tiempo, ofrece posibilidades de prevenir el cambio climático y adaptarse a él.

El segundo ámbito prioritario es el acceso a la energía. En el presente, el equivalente a la suma de las poblaciones europea y africana, 1.400 millones de personas, carecen de acceso a la energía. Esto es un gran fallo en el potencial de los países en desarrollo, ya que los países con sistemas energéticos de bajo rendimiento pierden entre el 1% y el 2 % de su potencial de crecimiento. Estos países desaprovechan un gran potencial en el desarrollo de energías renovables que les ayudaría tanto a luchar contra el cambio climático como a crear puestos de trabajo y crecimiento. Obviamente, en estos dos sectores, las subvenciones no bastan por sí solas. Por ello, fomentaré fuentes de financiación innovadoras y, en particular, la combinación de subvenciones y préstamos de las instituciones que financian el desarrollo.

En tercer lugar, seguiremos apoyando la educación y la salud para consolidar los avances logrados en los últimos 10 años. Estoy convencido de que si queremos que nuestras ayudas sean eficaces a largo plazo, el crecimiento debe redistribuirse con equidad. Brasil es una de las historias de éxito en este sentido, enlazando resultados económicos impresionantes y grandes inversiones en protección social.

ESTE ES UN programa ambicioso que adaptaremos a las necesidades y los retos de cada país. Estoy convencido de que puede conducir al éxito si se aplica en colaboración con los países receptores y en coordinación con otros donantes. En todo caso, no es una batalla perdida, ya que la ayuda es una inversión inteligente en nuestro futuro común. La lucha contra la pobreza en otros países es, de hecho, la mejor póliza de seguros para que la UE asegure un mundo más estable, abierto y próspero.

Por Andris Piebalgs, Comisario de Desarrollo de la UE.

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