Azaña y la derrota del Puigdemont

Con la elección del 1 de octubre como fecha del referéndum ilegal en Cataluña, sus promotores pretenden establecer sin disimulo el paralelismo con el movimiento secesionista del 6 de octubre de 1934, cuando Companys proclamó el «Estat català». Ya sabemos que aquellos que de modo narcisista gustan de mirar su reflejo en las aguas de la Historia son incapaces luego de salir a flote cuando caen en ellas. Por eso, parece conveniente traer el recuerdo de la figura de Manuel Azaña y sus lecciones sobre el desafío separatista de hace 83 años, que vivió en directo en Barcelona.

Azaña se jugó su prestigio político en la defensa del primer Estatuto de Cataluña, aprobado por las Cortes republicanas en 1932 bajo su mandato como jefe del Gobierno. Pero hoy sería acreedor del repudio de los independentistas catalanes como representante histórico del españolismo, aunque el de Azaña fuera lo que hoy llamaríamos un patriotismo constitucional, sustentado en su creencia en la comunión de los pueblos de España dentro de un sistema que reconoce, como el actual, los derechos y libertades de todos sus ciudadanos en igualdad.

Azaña viajó a Cataluña en agosto de 1934 para «catalanizarse los riñones» con las aguas del balneario de Sant Hilari, según su propia expresión, como recuerda su biógrafo José María Marco. Un mes después, vuelve a Barcelona al entierro de Jaume Carner, que fuera su ministro de Hacienda. Allí le sorprenden la huelga general del 5 de octubre y el asalto a la legalidad por parte de Companys al proclamar el «Estat català» al día siguiente.

Ambas visitas a Cataluña serán la base de las acusaciones que se formularán contra Azaña como presunto instigador de la rebelión de Companys, aderezadas con bulos como el de que se hallaba en la sede de la Generalitat cuando la insurrección y huyó por las alcantarillas ante las fuerzas del general Batet.

Azaña será detenido tres días después y permanecerá encarcelado hasta el 28 de diciembre en varios barcos en el puerto de Barcelona, sin que le asistan las garantías constitucionales derivadas de su acta de diputado. La causa contra él por delito de rebelión será finalmente sobreseída por el Tribunal Supremo por falta de indicios racionales en un auto de 6 de abril de 1935.

«Nunca la inquisición judicial y el reporterismo han sellado más amoroso concuerdo ni han colaborado con más ardor», escribirá Azaña en su libro «Mi rebelión en Barcelona», pliego de descargo contra su falsa inculpación y su detención ilegal bajo el gobierno de Lerroux. Será un «best-seller» en su época, elogiado entre otros por Valle-Inclán. Casualmente, la reseña del autor de las «Sonatas» sobre el libro de Azaña, aparecida en el diario «Ahora» el 2 de octubre de 1935, será el último artículo que publique en vida.

En este libro Azaña confirma su posición contraria al golpe anticonstitucional de Companys. La expresó antes incluso de que se produjera, al ser informado en la mañana del 6 de octubre por el «conseller» Joan Lluhí sobre la decisión del Gobierno catalán de proclamar el «Estat català».

Cuando Lluhí le asegura que «no querían dar al movimiento un carácter separatista, sino proclamar una República federal», Azaña le contesta que en el resto de España sí sería visto como separatista. En cuanto a su posición personal, le recuerda que «no iba a mirar con simpatía y mucho menos a participar en un movimiento violento en favor de una República que no quise votar en el Parlamento».

Azaña es contundente al afirmar que «no puede haber República federal, hoy por hoy, compuesta de dos miembros: uno, Cataluña, y otro, el resto de España, porque esto era una monstruosidad política y orgánica, y, por consiguiente, no se podía tomar en serio».

«Estoy discutiendo con usted –le dice Azaña al “conseller” con claridad– sobre dos hipótesis: el triunfo de ustedes y su derrota. La del triunfo la admito para seguir la conversación; pero si ustedes triunfasen se encontrarían en un caso muy difícil, porque una de las cosas más arduas que hay en el mundo es administrar una victoria política, y si ustedes triunfasen no sabrían qué hacer de su propia victoria y tendrían que empezar a decir: El ideal en nombre del cual nosotros hemos luchado y hemos triunfado no vale: ha sido sólo una bandera, pero la arriamos al día siguiente. Ustedes comprenderán que el descrédito sería fatal y acabaría con ustedes políticamente. Sin embargo, no creo en la posibilidad remota de un triunfo».

Con todas las distancias que se quieran establecer entre la proclamación del «Estat català» y la convocatoria del referéndum ilegal del 1-O, las palabras históricas de Azaña bien podrían tener como destinatario al actual presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, y a quienes se enfrascan en alucinadas maquinaciones territoriales capaces de proclamar, por ejemplo, que Madrid sea nación soberana y a la vez capital de la nación española.

La apelación de Azaña al respeto a la Constitución y a los acuerdos aprobados por el Parlamento como representante de la soberanía nacional, argumento esencial frente a todo intento de asalto a la legalidad, sigue tan vigente hoy como entonces. Igualmente, su recelo ante fórmulas de organización territorial sin pies ni cabeza, sustentadas solo en la ociosa imaginación de sus promotores, son una advertencia contra la fragmentación de la soberanía nacional en microsoberanías que no sabemos si alcanzarán a serlo no solo regionales, sino también comarcales y distritales, o incluso de barrios y de manzanas.

Pero donde la lección de Azaña adquiere su mayor calado es cuando denuncia la voluntad de alzar determinadas banderas por parte de quienes reconocen la inutilidad de las mismas a pesar de que su coste sea poner todo al borde del abismo. La misma advertencia podría hacerles hoy a unos dirigentes empeñados en una huida hace adelante que solo puede llevarles al descrédito al precio de conducirnos al desastre. Pero antes de que los adalides del referéndum ilegal sean capaces de reconocer la histórica lección del presidente Azaña, seguro que veremos el nombre de don Manuel en una lista de calles a eliminar de algún ayuntamiento secesionista.

Pedro Corral, periodista y escritor.

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