Aznar, bajo la tormenta

Ignacio Camacho, Director de ABC (ABC, 28/11/04)

En su despacho de la séptima planta de la sede del PP en la calle de Génova, rodeado de los miembros de su sanedrín de confianza -Acebes, Elorriaga, Astarloa, Ana Pastor-, Mariano Rajoy se pondrá mañana a las nueve ante el televisor con la respiración contenida para presenciar la comparecencia de José María Aznar ante la comisión parlamentaria de investigación del 11-M. Una declaración tan imprescindible como esperada, que llega en un momento incómodo para los intereses del principal partido de oposición -en realidad, el único partido de oposición-, cuyas perspectivas se han vuelto más optimistas tras una semana en que la terca torpeza del ministro Moratinos y la fiera e insolidaria rabieta de Carod-Rovira han situado al Gobierno socialista en los límites más bajos de su crédito político.

Más que del contenido de la declaración en sí misma, depende del tono con que Aznar se emplee ante la comisión la posibilidad de que el PP continúe en su adecuada línea de progreso en la siempre difícil tarea de desgastar a un Gobierno recién investido y con un presidente inmune a los errores de su equipo. Nada convendría y complacería más a los socialistas que un ex presidente crispado y alrededor del cual pudiesen montar una operación de imagen que devolviese a la opinión pública al estado de tensión que se generó con los atentados de marzo, tapando con el ruido de la polémica la evidencia de que el liderazgo de Zapatero hace aguas en medio de la doble tormenta de unas erráticas relaciones internacionales y el conflicto territorial desenterrado con acritud por ese Carod-Rovira que parece haber sustituido a Arzallus como la auténtica bestia negra de la política española.

Es probable que el más consciente de ese riesgo sea el propio José María Aznar, cuyo talento político no se ha diluido en absoluto tras la amarga experiencia del final de su mandato. El ex presidente se encuentra en la difícil tesitura de abrir de nuevo la caja de los truenos, evitando con su conocida dureza dialéctica el previsible linchamiento al que tratarán de someterlo los socialistas y sus aliados, o pasar de puntillas sobre unos aspectos poco o nada aclarados de la tragedia de marzo que la sociedad española anhela conocer. Descartada de antemano esta posibilidad, será el tono de su intervención el que permita o no al PP salir de la endiablada trampa que representa la comisión del 11-M, convertida en una plataforma de acoso en la que incluso su mejor opción, que es la de rescatar los puntos oscuros del atentado, puede acabar rebotando contra sus intereses al devolver a los ciudadanos ante los demonios de la convulsa sacudida social que desembocó en la victoria de Zapatero.

La estrategia de Aznar pasará, con toda probabilidad, por situar el debate en el punto que más perjudica al PSOE: la algarada mediática y social que se produjo entre los días 12 y 13 de marzo, y la extraña secuencia de hechos que desmontó poco a poco la tesis inicial de la autoría de ETA. Son muchos los españoles que sospechan, con razonable grado de crédito, que esa secuencia de acontecimientos estuvo trufada de irregularidades, trampas y manipulaciones, y que el Gobierno del PP fue conducido hasta un abismo mortal a través de un túnel de informaciones sesgadas y administradas a conveniencia de parte, en el que daba la impresión de que el adversario manejaba a su antojo datos desconocidos para los servicios de Interior y de Presidencia.

Sin que quepa exculpar del todo al propio Aznar, cuya renuencia a convocar el Pacto Antiterrorista y su empeño en liderar en solitario la respuesta cívica al atentado provocaron el alejamiento de muchos ciudadanos y la extensión de un clima de suspicacia que llevó a no pocos electores a sentirse engañados, la influencia del post-atentado en el resultado electoral fue uno de los aspectos más oscuros de aquellas horas dramáticas. La comisión del 11-M, dirigida por una mayoría compuesta por el PSOE y sus socios, ha pasado por alto la aclaración de esas turbias circunstancias, dejando a Aznar la posibilidad de lanzar una contraofensiva que sitúe la cuestión en el tejado socialista. La rocosa experiencia parlamentaria del ex líder del PP augura en este sentido una sesión apasionante y de altísima tensión política.

Pero la principal propiedad, positiva y negativa al tiempo, de la comparecencia de mañana radica en el hecho de que de nuevo el PP está en manos del hombre que lo llevó al poder para dar luego un paso atrás que no acaba de consumarse del todo. Poco puede hacer la actual dirección para desmarcarse de la larga y poderosa sombra aznariana mientras el ex presidente acapare -en este caso, de manera forzosa- el protagonismo de la escena pública. Crecido como está por la victoria de George Bush, que interpreta como un respaldo retroactivo a su política internacional, Aznar comparece en el Congreso dispuesto a vender cara la piel que quieren arrancarle sus adversarios, convertidos a veces en verdaderos enemigos. La paradoja consiste en que, si bien probablemente consiga imponerse en este duelo, los socialistas sacarán de todos modos el rédito de alejar el debate real de sus clamorosos errores de Gobierno.

Ya es de por sí absolutamente excepcional en el marco democrático que un ex primer ministro comparezca ante el Parlamento después de cesar en sus responsabilidades políticas para declarar sobre asuntos ocurridos durante un mandato concluido y depurado en las urnas. Si a esa anómala circunstancia se añade toda la tensión acumulada en la sociedad española alrededor de los atentados de marzo; si se suman los sobrados motivos de duda que pesan sobre la versión oficial y la aparición de indicios y testimonios contradictorios con dicha interpretación; si se agrega el desgaste acumulado en sólo siete meses por un Gobierno zarandeado por sus torpezas y presionado hasta el límite por unos socios intratables, el resultado es un ambiente endemoniado y eléctrico que puede incendiarse con el menor chispazo. Para Mariano Rajoy, el hombre que tiene ante sí el reto de superar los traumas del 11-M y devolver a su partido a un poder inesperado y quizá injustamente perdido, lo peor es que el control de este problema parece quedar fuera de su sensato alcance.

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