Aznar, modelo del PSOE opositor

La generación del PSOE que gobernó con González no nominó a Rubalcaba candidato para ganar las elecciones, sino para evitar una mayoría absoluta que finalmente puede acabar produciéndose, porque el partido no ha entendido que estas generales no son sobre candidatos (si así fuera Rubalcaba las ganaría), ni sobre políticas para salir de la crisis (no se dilucidan en las elecciones de un Estado miembro de la UE salvo en Alemania) sino sobre la credibilidad, cohesión y energía de los equipos de gobierno y cuadros de cada partido, y donde el PP lleva ventaja. Nadie duda del oficio de Rubalcaba, pero ofrece una imagen de tremenda soledad: ¿Quién es su Cospedal? ¿Su Sáenz de Santamaría? ¿Su Gallardón? Incluso, ¿su Montoro? El problema del PSOE no sólo era Zapatero.

El PSOE tendrá que aprender con urgencia a ejercer la oposición. Pero, como el partido que más años ha gobernado España, dispone de poca experiencia: un tercio de la que, en tan triste predicamento, ha acumulado el PP. Veamos de qué ejemplos dispone.

La oposición de González fue más institucional –consolidación de la democracia–que estrictamente socialista, por tanto de poca utilidad como guía de actuación. Con una excepción: la importancia de señalizar renovación de ideas y valores. La izquierda, en cuanto que agente de cambio, necesita ofrecer más certeza ideológica, más pistas del futuro, que la derecha, agente de un statu quo que todos conocen. La vaguedad e inanidad de la campaña del PP no la hubiera de sostener el PSOE. Para ser creíble, González tuvo que abandonar el marxismo en su XXVIII congreso. Sin una convención ideológica, el PSOE no podrá dejar atrás los años de Zapatero, en que dejó de ser un partido preocupado por las condiciones materiales de existencia para convertirse sólo (y el problema está en el sólo) en un partido idealista, superestructural, de derechos cívicos.

El aprendizaje en la oposición de Zapatero, acortado dramáticamente hacia la mitad de previsión de acceso al poder, se dio en un contexto de bonanza, por tanto no aplicable hoy, salvo por la habilidad de Zapatero para apalancarse en “la calle”, en su caso las manifestaciones contra la guerra de Iraq. Pero se equivocaría el PSOE en apoyarse en el 15-M –que tiene más de anarquista que de regeneración democrática–. Para el PSOE opositor el mejor ejemplo de uso de la calle contra el PP en Moncloa está en Chile. Hace menos de un año el presidente Piñera –quien, como Rajoy, gusta hablar en nombre del sentido común– contaba con los mayores índices de aprobación. Tras meses de protestas estudiantiles para defender la gratuidad de la enseñanza su reputación está seriamente tocada. Las movilizaciones más eficaces siempre son las estudiantiles, porque visualizan que la derecha ya discrimina en la educación, el pool de salida de la movilidad social (si esto es cierto, o no, es tácticamente irrelevante). Con una posible ventaja colateral: el PP puede caer en un error típico: sobreactuar la “ley y orden”.

Cuenta el PSOE con el ejemplo del Rajoy opositor: gastar el mínimo capital político y esperar. Pero tiene dos riesgos. Uno que conoce bien Rajoy, los impacientes en el propio partido. Dos, aquel del que advertía Maquiavelo cuando sostenía que la iniciativa, la audacia, es lo que permite reducir el papel de la caprichosa Fortuna. Por su racanería política Rajoy siempre ha estado en manos de “la forza del destino”, que le arrebató en el 2004 la presidencia con el 11-M, se la devolverá en unos días por una crisis económica global, y que quizás se la vuelva a quitar si la crisis persiste, que persistirá, y el PSOE acierta en su estrategia (seguro lo primero, incierto lo segundo).

Queda como posible modelo de oposición Aznar, el primer presidente español que entendió que oposición significa conflicto máximo, que toda campaña es permanente, y ha de basarse en la descalificación política y, clave, moral del adversario. Este tipo de oposición (y estilo permanente, pues la continuó una vez en el Gobierno) ya lo practicaron sus tres ídolos –Thatcher, Reagan, Wojtyla–, los grandes “repudiadores” de la socialdemocracia, el consenso como método de decisiones y el liberalismo cultural, pero también los grandes renovadores de las tácticas políticas y mediáticas. En política siempre acaba ganando quien habla en nombre de la ética, de la superioridad moral, porque sólo desde ahí se dispone de la voluntad y capacidad de fricción necesaria. Desenfocado, el PSOE ocupa a sus economistas en defender la socialdemocracia, a sus filósofos en repensar la democracia, pero la gran pregunta que el PSOE ha de responder es: ¿en qué es moralmente superior la izquierda a la derecha? (si realmente lo es, o no, es cosa suya, admirado y paciente lector). Sin respuesta a esta cuestión, en esta crisis, no hay oposición viable.

Ya han comenzado las presiones para que el PSOE ejerza una oposición subordinada –de consenso, de unidad la llaman–. Tal estrategia podría llevarle a 8 años de oposición. O más, cuando Rajoy traspase a Gallardón el liderazgo del PP (probable). El modelo es Aznar, y si es indigerible para el PSOE tomarlo como ejemplo, que no se preocupe, que lea a Saul Alinsky, el mejor autor de la izquierda sobre fricción política y al que, por cierto, la derecha nunca ha tenido escrúpulos en seguir.

Por José Luis Álvarez, profesor de Esade.

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