Aznar y el futuro de Rajoy

Por José Oneto, periodista (EL PERIODICO, 09/10/04)

Cuentan que el pasado 27 de mayo el ex presidente del Gobierno José María Aznar, que firmaba ejemplares de su libro Ocho años de gobierno. Una visión personal de España en Santiago de Compostela y A Coruña, llamó a Manuel Fraga, presidente de la Xunta de Galicia y presidente fundador del Partido Popular, para almorzar con él.

La respuesta de Fraga fue que ese día tenía la agenda comprometida y le era imposible cambiarla. Ese día, en efecto, Fraga, tenía una comida en Vilas con un viejo conocido del partido y el presidente gallego no suele cambiar planes, salvo en caso de catástrofe (recuérdese que la del Prestige le cogió cazando y cazando siguió).

LA PRIMERA sorpresa se produjo cuando, en mitad del almuerzo, en la conocida marisquería de Santiago de Compostela de Moncho Vilas, a Fraga le comunicó el camarero que Aznar se encontraba en el mismo restaurante. "Muy bien, luego le saludaré", fue la fría respuesta del gallego, que ni siquiera tuvo el detalle de invitarle a tomar café con su contertulio. La segunda sorpresa vino cuando Fraga, al ir a saludar a quien él había nombrado su sucesor, después de muchas dudas y tensiones internas en la entonces Alianza Popular, se dio cuenta de que Aznar estaba comiendo... solo.

La anécdota refleja perfectamente la situación personal de Aznar y las relaciones que, en la actualidad, tiene con quien fue el patrón de la derecha. Esta situación de soledad, de incomprensión, de aislamiento, que ha durado meses, se vio compensada el pasado fin de semana en el 15° Congreso del Partido Popular cuando más de 3.000 compromisarios le rindieron todo un homenaje, aplaudiendo a rabiar un discurso duro, descalificador, bronco, sin ningún tipo de autocrítica, lleno de acusaciones contra quienes ganaron las elecciones el 14 de marzo y sin ninguna concesión a posibles e hipotéticos errores. "Los que tenemos razón somos nosotros y lo hemos demostrado", decía el expresidente, ignorando conscientemente las palabras que Alberto Ruiz-Gallardón había pronunciado, casi con miedo, el día anterior: "En algo nos hemos equivocado".

Para Aznar no ha habido errores, no se han producido equivocaciones y todo lo que ocurrió el 14-M fue fruto de la manipulación de los socialistas y de una "conspiración", en la que muchos de sus amigos y colaboradores han querido meter al antiguo secretario de Estado de Felipe González, Rafael Vera, a los servicios de información franceses, a la imposible conexión de ETA con los islamistas y, últimamente, al mismísimo rey de Marruecos y a sus hombres de inteligencia. Para prueba de esa ausencia total de errores ahí tenemos el vídeo triunfal que le precedió en el uso de la palabra, en el que el antiguo portavoz del Gobierno Miguel Ángel Rodríguez borró la foto de las Azores. Esa foto nunca existió y por lo tanto el error tampoco existió. Igual que nunca existieron ni errores, ni fotogramas de la tragedia del Prestige, ni de la huelga general negada desde el principio por el entonces portavoz del Gobierno Pío Cabanillas, ni de ninguna de esas hoscas intervenciones en las que constantemente se hacía oposición de la oposición y se hablaba machaconamente del paro, de la corrupción, y del crimen de Estado.

Y para que quedase suficientemente claro, Aznar le envió el mensaje a su sucesor, Mariano Rajoy: podía ganar en el 2008 con otro programa electoral, pero si ganaba, era porque previamente, desde 1996 hasta el 2004, se había gobernado de una cierta manera y con toda una serie de logros. Se puede decir más fuerte, pero no más claro. Ya lo dijo en Tele 5 cuando días después de la derrota electoral afirmó que el no había perdido, porque él no se había presentado. Ahora recuerda que si
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dentro de cuatro años gana Rajoy es porque antes alguien llamado Aznar ha dejado un legado sin mezcla de error alguno.

DIFÍCIL LO tiene Rajoy con ese planteamiento. Difícil lo tiene el Partido Popular, dependiente hasta ahora en todo de Aznar, si no olvida el pasado y hace frente al futuro. Difícil lo tienen los militantes de centro moderado que se quedaron sorprendidos de las referencias a la guerra civil del nuevo secretario general, Ángel Acebes. Difícil lo tienen los simpatizantes con el discurso de un presidente de honor que es incapaz de reconocer que se equivocó en las Azores y que, las Azores, el mayor de sus errores aunque haya sido eliminada del vídeo de Rodríguez, fue el principio del fin de un periodo que comenzó con brillantez (1996-2000) y terminó con sectarismos (2000-2004). El pasado fin de semana, terminado el discurso de Aznar e iniciado el de su sucesor, Rajoy, comenzaba una nueva etapa para el Partido Popular, el principal partido de la oposición. Una nueva etapa en la que es importante que no se mire el espejo retrovisor del pasado y se fije el objetivo en el futuro. Una nueva etapa en la que se pueda recuperar el favor y el afecto de los ciudadanos porque, como decía un conocido dirigente popular, el problema no sólo estuvo en los atentados del 11-M, sino en el abandono de lo que significa el centro político y sociológico, y sobre todo, en que son muchos los que "han dejado de querernos".

Rajoy, que, junto con Ruiz-Gallardón, Josep Piqué, y Rodrigo Rato (son los que han hablado más claro), ha pasado definitivamente página, tiene ante sí una responsabilidad histórica. Esa responsabilidad pasa por abrir el partido al centro, que es donde se ganan las elecciones. Ruiz-Gallardón ha hablado del centro integrador mientras que otros dirigentes hablan del centro reformista e incluso del centro liberal. En el fondo se trata de huir de ese mensaje que lanzó Aznar a los compromisarios: "Los que tenemos la razón somos nosotros".

Todo consiste en eliminar esa concepción de "nosotros y ellos", del "conmigo o contra mí", de "amigos o enemigos". La política, afortunadamente debe ser, y tiene que ser, otra cosa. Si lo consigue, Rajoy podrá llegar. Si no, me temo, que podemos entrar en un proceso de almunización. Porque después de Felipe González, vino Joaquín Almunia, y después Josep Borrell, y después José Luis Rodríguez Zapatero. Entretanto pasaron ocho años.