Aznar y Pujol: dos sucesiones frustradas

Por Antonio Franco, director de EL PERIÓDICO (EL PERIODICO, 21/03/04):

Hay paralelismos entre los fracasos de José María Aznar y Jordi Pujol en sus respectivas operaciones de sucesión. En ambos casos han promovido a dedo, y cuando han querido, a sus sucesores en el partido, encontrando plena aceptación o resignación en sus formaciones y entre quienes perdieron la carrera de los delfinatos. Los dos han realizado la operación cómodamente desde el poder, utilizando a fondo los resortes políticos y mediáticos que eso comporta, pero sin lograr que luego Mariano Rajoy y Artur Mas también les sucediesen en sus respectivas jefaturas de Gobierno.

Más paralelismos. Ambos han optado por personas valiosas que les habían ayudado eficazmente en la tarea gubernamental, y con perfiles que han impedido que ni siquiera los discrepantes dijesen que la designación había sido frívola. Pero el paralelismo ha acabado doblemente mal: ninguno de los dos sucesores ha conseguido obtener luego en las urnas la rotunda mayoría parlamentaria que ellos tenían. Las dos sucesiones han terminado con los delfines en la oposición. HAY OTRA característica común en los dos procesos. Han sido fundamentalmente Aznar y Pujol quienes, con sus actuaciones, han provocado el deseo de alternancia que ha invalidado a sus planes. Aznar optó por Rajoy y descartó a Rodrigo Rato. Quizá, pensamos muchos, por su carácter más dúctil y por tener un perfil humano que posiblemente le haría actuar de forma más continuista --léase menos independiente-- del propio designador. Esas características de Rajoy (hombre moderado, negociador, poco agresivo) constituían por otra parte su máximo atractivo ante la franja del electorado conservador que consideraba positiva la gestión global del PP pero estaba disgustada por las formas autoritarias, crispantes, antipáticas y siempre rozando la insuficiencia democrática exhibidas por Aznar.

La coherencia de esa operación se rompe cuando Aznar impone una campaña electoral agresiva y reviste a su candidato, tranquilo y pacífico, con una armadura de metal y una espada. Adiós al mensaje de que el próximo presidente del PP sería moderno, hipercivil y conciliador. Y la culpa no ha sido de Rajoy.

Luego, en el último momento, dos cosas más lo quiebran todo. Primero el terrorismo de Al Qaeda refresca a los españoles la memoria sobre el trágala colectivo sufrido por el belicismo de Aznar en el tema de Irak. A continuación, la enervante --y mal hecha-- ocultación de la verdad del 11-M reactualiza la sarta de mentiras, medias verdades y distorsiones de la realidad hechas por el PP ante problemas anteriores como las supuestas armas de destrucción masiva de Sadam, el alcance de las resoluciones de la ONU en aquella crisis, las responsabilidades del desastre del Prestige, las negligencias oficiales que salieron a flote tras el siniestro del avión repleto de militares, etcétera.

Lo de Catalunya con la sucesión de Pujol ha sido diferente, pero con algunas claves paralelas. En los últimos años, el Govern convergente ha trabajado más, como el aznarismo aplicado estos últimos días por Acebes y Zaplana, para conseguir una imagen mediática políticamente correcta que para hacer una política realmente correcta.

Un ejemplo. Pujol ha puesto más énfasis en intentar que la gente creyese que su política tenía como eje central una profunda preocupación social que, muchas veces, en legislar, actuar y poner medios para proteger efectivamente a las familias y la gente mayor. O para dar mejor cobertura social que el resto de España a la población con problemas. O para darle un valor añadido a la transferida sanidad pública catalana. O para conseguir que la escuela concertada asumiese sus obligaciones de cara a la integración de los alumnos inmigrantes...

Otro ejemplo de esa política de disociación entre la imagen y la realidad ha estado en la relación de CiU con el PP. Mucho y continuado desprecio público al PP en todo tipo de declaraciones verbales; una exhibición continua de supuestas fricciones; pero, en el fondo, los catalanes hemos visto que existía un sistemático apoyo mutuo, prácticamente incondicional, tanto en Barcelona como en Madrid. Y la paternidad de esa política no se le puede atribuir a Mas. Vale la pena subrayar que Pujol ha llevado ese apoyo al aznarismo incluso hasta rozar las connivencias en asuntos tan graves como evitar la creación de comisiones de investigación para temas en que personas del PP eran sospechosas de actuaciones antidemocráticas. Artur Mas, como Mariano Rajoy, no se ha rebelado contra eso y lo han pagado caro. Pero esas políticas estaban vigentes cuando fueron designados sucesores. En la caída de votos del PP y CiU, los votantes no estaban pensando en ellos. Las políticas de propaganda e imagen de Aznar y Pujol han sido espectaculares. El PP ha ejercido un férreo control de los medios públicos de comunicación. Incurriendo, incluso, en adornos de increíble prepotencia explícita. En ningún país serio habría continuado al frente de la información de la TV pública alguien que, como Urdaci, fue condenado por manipulación en el ejercicio de su cargo y que, además, se burló en directo de la obligación de rectificar una mentira.

Pero la obsesión aznarista por dominar medios no se ha limitado a lo público. Contando de entrada con la afinidad ideológica natural de la COPE y El Mundo, una carísima política de satelización de La Razón y Antena 3 TV le ha proporcionado un descomunal volumen de información y opinión favorable sólo desbordado al llegar las infinitas torpezas de la semana pasada. El pujolismo ha utilizado un guante de terciopelo más inteligente, en consonancia con la manera catalana de hacer las cosas, en su política mediática. Lo que ha impuesto en los medios públicos de la Generalitat ha sido más su concepto del nacionalismo que un partidismo, y no le ha salido bien. La buena profesionalidad de la mayoría del personal de TV-3 y Catalunya Ràdio ha determinado que, en lo que no eran consignas específicas y estrictas referidas a la información, el tono de esas emisoras públicas fuese por otro lado. En el fondo, esos medios han sido más filoesquerranos que convergentes, y ERC ha acabado beneficiándose de ello.

LAS RELACIONES de CiU con los medios privados han sido desiguales. Ahora ha trascendido, por ejemplo, que la Generalitat de Pujol compraba cada día más de 15.000 ejemplares de La Vanguardia, y no, que se sepa, a través de algún concurso público relacionado con la política lingüística. En cualquier caso, el veterano expresidente ha estado tan pendiente como Aznar de lo que decían desde los titulares a las viñetas, en razón de su extraordinaria preocupación profesional por la imagen, ya que su interés privado siempre se ha limitado a la lectura de la prensa internacional.

Los protagonistas de las dos sucesiones frustradas han tenido ese tic obsesivo por el qué dirán. En el caso de Aznar, seguro que eso ahora le duele más que el relevo personal, decidido voluntariamente, y, quizá, más que la derrota de su proyecto. Pujol parece haberlo encajado todo mejor, quizá porque veía venir lo que ha sucedido.

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