Bailando con los robots

Después de tres revoluciones industriales e inmersos de lleno en la cuarta, puede sorprender que los avances industriales y tecnológicos sigan siendo vistos con recelo, a pesar de que la evidencia histórica deja pocas dudas: los niveles de vida y empleo son hoy mayores que nunca, apoyados en gran parte por estos avances.

Hoy en día la emergencia de las tecnologías digitales, como los dispositivos móviles inteligentes, la inteligencia artificial o el big data, están transformando radicalmente el mundo, cambiando profundamente los patrones de las relaciones personales, las organizaciones empresariales y, en general, la forma en que se crea el valor económico. Este cambio de paradigma suscita las mismas cuestiones que se han venido planteando desde la Primera Revolución Industrial. ¿Qué papel desempeñaremos los humanos en un mundo dominado por la tecnología? ¿Cómo será el mercado laboral del futuro?

Los efectos del cambio tecnológico en el empleo se perciben en tres frentes. En primer lugar, la adopción masiva de las tecnologías digitales irá desplazando a los trabajadores actuales de algunas actividades, principalmente las tareas más rutinarias. BBVA Research estima en un 38% el empleo sujeto a un alto riesgo de automatización en España. Pero al mismo tiempo, se crearán otros nuevos empleos, los cuales nos resultarán tan extraños como muchos de los actuales le parecen a nuestros abuelos. Diseñador de aplicaciones móviles, científico de datos, diseñador de experiencia de usuario o community manager son tan sólo algunos ejemplos de puestos de trabajo demandados actualmente y que no existían hace solo diez o quince años.

En segundo lugar, el nuevo entorno laboral será muy diferente al que estamos acostumbrados. Las tareas serán menos rutinarias y estándar, el trabajo será más fraccionado –influenciado por la economía colaborativa y las plataformas digitales–, y estará sujeto a cambios continuos. Es por ello que los empleos del futuro no sólo serán más flexibles, sino que además exigirán de los trabajadores una mayor capacidad para reinventarse y una menor superespecialización.

Finalmente, la Cuarta Revolución Industrial presenta una característica diferencial respecto a las anteriores. Los cambios no siguen un patrón lineal sino exponencial. Esto se refleja en la rapidez con la que las máquinas están asumiendo tareas que hasta la fecha realizaban sólo humanos y que aumentará con la inteligencia artificial y el «aprendizaje de las máquinas» sobre la base de los aciertos y errores.

De esta forma, el impacto en la sociedad no sólo dependerá de la velocidad en la transición al nuevo paradigma, sino también, especialmente, de la capacidad de las autoridades y empresas en proteger a las personas y no a los puestos de trabajo que queden obsoletos o sean ejecutados por máquinas. La transformación digital debe ser inclusiva y beneficiar a la sociedad en su conjunto, y no solo a aquellos que tienen acceso a las nuevas tecnologías.

Los frentes esenciales sobre los que habría que actuar de manera simultánea son la inversión en capital humano, la gestión del talento, el diseño de políticas de empleo efectivas y las políticas de compensación temporal para los que se vean perjudicados, a fin de hacer frente a la exclusión y a la desigualdad que se pudiera generar. ¿Qué herramientas existen para atenuar los efectos adversos del cambio tecnológico?

En primer lugar, el sistema educativo, que debe evolucionar conforme lo haga la sociedad, y anticiparse a las demandas del mercado laboral, con una doble visión. Los jóvenes deben disponer de mayores capacidades técnicas en el área de ciencias, conocida como STEM (Science, Technology, Engineering y Mathematics), cuya demanda será mayor. Estas deberían complementarse con otras habilidades como son el trabajo en equipo, la creatividad, la adaptabilidad a los cambios y la capacidad de razonar y pensar fuera de lo convencional. Hablaríamos así más de capacidades STEAM, con una «A» que representa el arte y la creatividad.

Otro segmento que requiere especial atención son los trabajadores del presente. Se debe potenciar la formación continua en la edad adulta para facilitar el reciclaje profesional. Este cambio no sólo implica a las instituciones públicas y privadas, sino especialmente a los propios trabajadores. Acceder a la formación continua y cambiar de empleo varias veces a lo largo de una carrera profesional debería ser lo normal.

En segundo lugar, y en paralelo con la educación, es necesario dinamizar el mercado laboral a través de políticas activas y pasivas de empleo eficaces, que complementen a otras políticas en el desarrollo de un ecosistema innovador, eliminen las barreras existentes para la creación de empleo, y contribuyan a la inversión y al crecimiento de las empresas.

¿Y qué hacer para ayudar a quienes se queden atrás o al perder sus empleos sean incapaces de encontrar otro? Un debate recurrente es el del papel que podría tener la renta básica universal. La propuesta tiene posiblemente atractivo político como instrumento de redistribución en momentos de escasez de empleo y elevada desigualdad. Sin embargo, presenta costes inasumibles. El dilema entre generosidad y eficiencia podría resolverse buscando inspiración en la experiencia nórdica de la «flexiseguridad». En todo caso, es imprescindible la mejora de la eficiencia del sector público. Una mejor gestión pública aumentaría la predisposición de la sociedad a asumir sus costes.

La transformación tecnológica y digital en curso ha abierto un intenso debate acerca de sus efectos sobre el empleo con opiniones divididas. Si en la Primera Revolución Industrial no se rechazaron el ferrocarril, ni las máquinas de coser o de vapor, y en la segunda mitad del siglo XIX tampoco se dio la espalda a la electricidad, hoy, en pleno siglo XXI, carece de sentido oponerse a la digitalización. En la historia de la humanidad el desarrollo tecnológico ha sido un proceso irreversible. Pero dependerá de todos, autoridades públicas, privadas y en general toda la sociedad, que en el baile del cambio tecnológico y el empleo el beneficio sea para todos, y no se concentre sólo en algunos. A nuestra sociedad y sus instituciones les cumple irse modernizando a medida que progresa la tecnología, pues sólo así podremos poner al alcance de todos las oportunidades de esta nueva era.

José Manuel González Páramo es consejero ejecutivo responsable de economía, regulación y relaciones institucionales de BBVA.

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