Bajo el volcán de la anomalía democrática

Con la impotencia con la que hay que asumir las secuelas de una catástrofe de la naturaleza como la erupción volcánica que asola la isla de La Palma, la estructura de poder en España persigue que se admitan con igual naturalidad los desatinos obrados por la mano humana de quienes atienden a su ciego egoísmo. A este fin, estos últimos actúan con la desenvoltura del capitán Renault en Casablanca, donde monta un escándalo de padre y muy señor mío para desviar la atención. Así, el jefe de gendarmes finge el hallazgo de un casino clandestino en el Café de Rick que regenta el personaje de Bogart sin olvidar, en medio de la garata, de meterse en el bolsillo el fajo de billetes que le desliza el crupier por tolerar como propia -¡y tanto!- tal actividad prohibida.

Bajo el volcán de la anomalía democráticaDe igual modo que el volcán de Cumbre Vieja ha pasado en horas de "espectáculo maravilloso" que llevaba a la ministra Maroto a invitar a los turistas para que acudieran en tropel a admirar tal prodigio a que hubiera que desalojar vecinos para no verse enterrados en lava como sus casas y recuerdos, o asfixiados por los gases del iracundo dios Vulcano, ocurre otro tanto con la calamidad política española por mor de quienes asen su timón. Cuando se rasga el papel de celofán que envuelve los despropósitos que enfunda para que pasen desapercibidos a primera vista, en consonancia con la modernidad líquida que somete al ciudadano a la tiranía del instante, según diagnosticó el gran filósofo del presente perpetuo, Zygmunt Bauman, la cruda realidad se toma la revancha dejando a la intemperie desmanes y dislates.

Así, entre la lava informativa y los gases contaminantes que desprende el cráter del otrora oasis catalán, acaece el inagotable serial sobre la saga/fuga del ex president Carles Puigdemont, cuyo último episodio ha tenido como pista de aterrizaje el aeropuerto italiano de Cerdeña. Allí fue apresado la noche del jueves cuando se disponía a asistir a un festival folclórico catalanoparlante en aplicación de la busca y captura dictada por el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena, a raíz de su evasión tras encabezar la tentativa golpista del 1-O de 2017 desde el despacho principal del Palacio de la Generalitat y con cargo a los Presupuestos del Estado.

En el enjuague que Pedro Sánchez se trae con sus socios independentistas, en cuyas manos se encomendó para llegar a La Moncloa por la gatera y sostenerse en ella haciendo causa común con el golpismo, sin importarle saltarse al Tribunal Supremo que los condenó por sedición y a los que indultó en beneficio mutuo -en esencia, un "autoindulto", como calificó la corte juzgadora la afrenta-, todo se percibe como es, al menos por la opinión pública más avisada. Si nada, absolutamente nada, es lo que parece en este juego de trileros para que la gente no sepa bajo cuál cubilete de los tres se halla la bolita del engaño, ahora la farsa deslumbra con la luz cegadora de la verdad como si fuera la boca de fuego del volcán canario.

Así, atendiendo a la sabiduría de ese debelador de sombras que fue John Le Carré, primero como agente secreto británico en la Guerra Fría y luego como novelista -espía que surgió del frío-, conviene distinguir entre la "casualidad" y la "causalidad" a la hora de escrutar los asuntos que marcan el porvenir. Como pone en boca de uno de sus protagonistas, "una coincidencia puede ser casual, dos fundamentan la sospecha y tres la certifican".

A este respecto, desde que suscribió su alianza Frankenstein con neocomunistas de Podemos y soberanistas vascos y catalanes, así como con el brazo político de la organización terrorista ETA, Sánchez comparte con ellos una agenda de cambio de régimen en el que él juega a corto plazo y sus compañeros de viaje lo hacen a largo, de modo que uno sume trienios en La Moncloa y los otros engrosen su independentismo hasta que la ruptura sea irremisible. En este brete, conviene preguntarse en voz alta lo que el Rey Salomón dejó escrito hace 30 siglos en el Libro de los Proverbios: "¿Hasta cuándo, oh ingenuos, amaréis la ingenuidad? ¿Hasta cuándo los burladores desearán el burlarse, y los necios aborrecerán el conocimiento?".

En este sentido, y en correspondencia con la corrupción de la Abogacía del Estado como pasantía del Gobierno, en parangón con la Fiscalía General antaño del Estado, los servicios jurídicos de éste le entregaron este verano una especie de salvoconducto -habrá que ver si como el que dispuso el líder del Frente Polisario para entrar en España y que investiga un juez de Zaragoza- del que se ha valido Puigdemont para malograr nuevamente la orden de busca y captura. En el curso del procedimiento cautelar para dejar sin efecto la retirada de la inmunidad de Puigdemont como eurodiputado, en tanto que se resolviese su recurso y que finalmente se desestimó, esa gran benefactora del independentismo desde la vista del juicio del 1-O que es la mal llamada Abogacía del Estado dio por suspendida ante el Tribunal General de la Unión Europea el mandamiento del juez Llarena cuando no lo estaba. Asimismo, se comprometió, en nombre del Ejecutivo, en un ámbito fuera de la competencia gubernamental, a no aplicar la resolución hasta que no se elucidara la nulidad planteada por el fugitivo.

Con cartas así marcadas, la jefa de la Abogacía del Estado, Consuelo Castro, tan bien agradecida a quien la promovió al cargo en 2018, debe sentirse tan dichosa como, en Los intereses creados de Jacinto Benavente, el audaz Crispín al arrancar al juez la libertad de su amo trastocando las comas del escrito de condena: "Ved aquí: donde dice... 'Y resultando que no, debe condenársele', fuera la coma, y dice: 'Y resultando que no debe condenársele...'". Ello le hace exteriorizar: "¡Oh, admirable coma! ¡Maravillosa coma! ¡Genio de la Justicia!". El triunfo del arte de birlibirloque le hace concluir: "Mejor que crear afectos es crear intereses".

Con ese viático expedido por el Gobierno que preside quien se comprometió a entregar a la Justicia española al payés errante, Puigdemont puede desarrollar su folclore. Al tiempo, humilla y veja a las instituciones españolas con la contribución de un Gobierno que quebranta la Constitución y pone en riesgo su integridad territorial propiciando nuevas bocas en el volcán catalán.

No es para menos cuando Puigdemont se vale de la Abogacía del Estado para escarnecer a España y adquirir el protagonismo que ansiaba de cara al cuarto aniversario del 1-O, después de que Sánchez y Aragonès refrendaran hace una semana su vieja unión, iniciada con el tripartito del pacto del Tinell de diciembre de 2003 entre el PSC y ERC, hasta el final de la legislatura por medio de esa mesa de dos nombres: del diálogo o de la autodeterminación, a gusto de las partes. Si un Estado no se respeta a sí mismo, no pretenderá que otros lo hagan por él. Al fin y al cabo, cuando alguien se entrega a labrar su propia perdición, los dioses acuden a colaborar para que consiga su cometido.

A este respecto, si Sánchez se comprometió en vísperas de las elecciones generales últimas a que traería a Puigdemont a España para que respondiese ante la Justicia, como tantas innúmeras promesas que luego satisfizo en sentido contrario como su negativa a pactar primero con Podemos, luego con los separatistas y finalmente con los bilduetarras, se podría decir aquello que Oscar Wilde popularizó con su obra teatral Un marido ideal: "Cuando los dioses nos quieren castigar, hacen que se cumplan nuestros deseos". Como no dispone de tiempo para que el prófugo de Waterloo se entregue, sea sometido a juicio e indultarlo, ni Puigdemont está dispuesto a otra cosa que no sea una amnistía para retornar a Cataluña en loor de los suyos, Sánchez y Aragonès, por razones distintas, no pegaron ojo la noche del jueves al viernes al trascender el prendimiento sardo del polizón Puigdemont.

Uno y otro debieron compartir la sensación del matrimonio de la cinta ¿Adivina quién viene esta noche? Ansiosos de averiguar quién era el novio con el que su hija se había comprometido en el curso de un viaje a Hawái, se quedan estupefactos cuando ven aparecer a un joven médico de piel negra. No por la piel de Puigdemont, claro, sino por el momento en que se registra el golpe de efecto de quien, en su perenne pulso con ERC por la hegemonía independentista, no está dispuesto a que Aragonès, por medio de su pacto de asistencia mutua con Sánchez, lo relegue a convidado de piedra.

Todo ello después de que Junqueras le forzara, acusándole de ser un Judas dispuesto a venderse "por 155 monedas de plata", como le atizó Rufián, a la declaración unilateral de la independencia enzarzados como estaban -y están- en el clásico dilema del prisionero por el que cada cual, procurando su propio interés, provoca el resultado que los dos detestan. En esas condiciones, hay que proclamar aquello de ¡vaya tres patas (Sánchez, Aragonès y Puigdemont) para un banco!

Aunque Sánchez y Aragonès hicieran el viernes un acopio de hipocresía, la aparición de El fantasma de la Ópera, dispuesto a resarcirse de sus desgracias y a cobrarse lo que tiene por suyo, zarandea la frágil entente entre ambos y pone en solfa los planes del inquilino de La Moncloa para el resto de la legislatura al punto de amenazar con irse al garete como la cántara a la que la infausta lechera del cuento fiaba sus anhelos y sueños. No en vano, Sánchez cifra que la legislatura no se vaya al traste a que Puigdemont no vuelva a España y que Italia siga la estela de Bélgica y Alemania. En todo caso, Sáncheztein recibe castigo de su propia mano, por lo que qué mejor que refugiarse bajo el volcán de La Palma que, a la postre, es de lo poco que no cabe achacarle.

Entre tanto, el prestigio de España sufre un nuevo varapalo teniendo al frente a quien no tiene otro propósito que sostenerse en el poder a costa de lo que sea y como sea. Por eso, obrando en contrario de lo que prometió, Sánchez no es hijo de las circunstancias, sino que es la circunstancia misma al transitar voluntariamente por el camino de perdición que le marcan quienes hacen bandera de la destrucción del orden constitucional y de la integridad territorial. En esta deriva, como aseveró con desahogo el ya ex ministro Ábalos, el Estado de derecho no deja de ser piedras en el camino que hay que "ir desempedrando" para complacer a sus socios y aplanar el cambio de régimen por parte de quien rinde las instituciones del modo que jalonan las sentencias del Tribunal Constitucional por sus abusos y que acumula como un conductor desaprensivo multas de tráfico.

Todo ello sin que se enciendan las luces de alarma como debieran ante estos intentos persistentes por normalizar la excepción con claro quebranto del Estado de derecho y del sistema democrático por un presidente que ha descubierto la comodidad de gobernar sin el Parlamento entre el absentismo de su Gobierno valiéndose de conductas filibusteras y de unos diputados que votan desde el bar de la esquina con la excusa del Covid. De la misma manera que la tragedia de un volcán se quiso transfigurar en un espectáculo para turistas de todas partes, se quiere hacer lo propio con la desventura de la democracia española con entremeses como los de Puigdemont, Aragonès y Sánchez. ¡Fuera máscaras!

Francisco Rosell, director de El Mundo.

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