Balada interrumpida para tres tenores disonantes

Otra vez el barco de El Holandés Errante está acercándose al puerto. Mientras gran parte de los pescadores cantan con la rutina de la resignación, la soñadora Senta contempla ensimismada el retrato del "hombre pálido" que llegará para rescatarla de la mediocridad y conducirla a una nueva vida. Enseguida entona la balada que resume sus emociones: "¡Yohohohé! ¡Yohohohé!... Cómo brama el viento... Cómo silba entre las jarcias".

Su novio de toda la vida le reprocha que de nuevo se deje arrastrar por la fantasía: "¡Ya has vuelto a cantar esa balada!". Pero ella no puede evitar dar alas a la esperanza en el porvenir. Lleva en sus entrañas la fe en el idealismo como palanca para cambiar el mundo. Es cierto que otras veces la ilusión quedó decepcionada pero, como escribió Enrique Gavilán cuando hace cuatro años se representó la ópera de Wagner en el Real, estamos ante "la imagen de un permanente retorno que disuelve el tiempo lineal". Es la cita con las urnas, el recurrente milagro de la primavera.

Balada interrumpida para tres tenores disonantesHace cuatro años Rajoy era el "hombre pálido" que llegaba entre la bruma de la crisis, cargado de promesas. Hoy se ha convertido en el novio posesivo que las ha incumplido todas. Por eso tantos votantes decepcionados entonan como Senta la balada del cambio mientras escudriñan el puente de mando del buque fantasma que se acerca. Pero así como en el 82 llegaba Felipe; en el 96, Aznar; en el 2004, dinamitado por el 11-M, Zapatero y en el 2011, Rajoy, ahora son tres hombres nuevos quienes simultáneamente se arrogan el papel regenerador de El Holandés Errante. ¿A cuál de los tres creer? ¿De cuál de los tres enamorarse?

Cada uno tiene sus preferencias. Yo ya expresé las mías. Pero la confusión es la tónica dominante entre la muchedumbre que se dirige oteando el horizonte hacia el muelle de las urnas. #MiVotoCuenta, tuitearemos incansablemente hoy. ¿Pero para qué servirá? ¿Qué hará el elegido con la prenda de ese amor? Y de repente, life happens: llega un hotentote con acné y le endilga una galleta al incumbente. Indignación, caos, aturullamiento general.

Todo el mundo es un teatro pero las campañas electorales no digamos. Los focos iluminan el escenario con tal intensidad que cualquiera que busque repercusión o simple notoriedad sabe que ese es su momento. Por eso ETA asesinó a Isaías Carrasco el viernes anterior a una votación, por eso los atentados del 11-M tuvieron lugar el jueves previo a la cita con las urnas y por eso el energúmeno problemático aprovechó la ocasión este miércoles para enjaretarle su tantarantán al presidente. La criatura ya tiene sus diez minutos de gloria, en Pontevedra ya ha matado a John Lennon.

Hablamos de hechos de muy diversa índole pero ligados por su impacto emocional en los votantes. La condición imperturbable que tanto caracteriza a Rajoy, en la que yo veo la mismidad del Estafermo, le ha servido esta vez para reaccionar a la agresión con flema y dignidad estoica. Su tensión baja le ha permitido asumir el papel del redentor que a las cuarenta y ocho horas de lo ocurrido en el debate pone la otra mejilla para que se la partan como expiación de los pecados. Y encima tiene la condescendencia de desvincular ambos bofetones y de hacer como que perdona a sus enemigos al no ejercer acción alguna contra el matón adolescente.

Es natural que eso le favorezca cuando acudan a votar los indecisos y no me sorprendería nada que haya un desfase significativo entre los últimos sondeos -incluido nuestro propio pronóstico- y el escrutinio. Tendría su aquel que si la que exhibió Rivera fue la portada que cambió el debate a cuatro, este fuera el guantazo que cambió la campaña e incluso el destino de España. Pero ya he explicado cómo funciona el mecanismo de un estafermo medieval: cuánto más contundente y frontal es el impacto que recibe impertérrito, más efectiva es la inesperada respuesta reactiva que genera. Con la diferencia de que lo que ahora lleva Rajoy en la mano desplegada no es la maza con la que derribar a sus oponentes por la espalda, sino la urna para hacer caja electoral.

Aunque no quepa establecer ningún vínculo entre los puñetazos verbales intercambiados con Sánchez y el puñetazo físico encajado, la unicidad del receptor facilita la continuidad de la metáfora y hasta el argumento de que un chaval con rasgos de acémila que escucha llamar "indecente" al presidente del Gobierno en la televisión puede sentirse reafirmado en su inclinación a soltarle un sopapo en esa ocasión única en la vida en la que lo tendrá a su alcance. Claro que esto es como decir que el entrenador o el presidente de un equipo perjudicado por un arbitraje injusto no debe denunciar que les han "robado" el partido, so pena de propiciar que un exaltado arroje una botella contra la crisma del trencilla.

El soplamocos del mal salvaje ha convertido el rostro contuso de Rajoy en la faz del cuerpo democrático en su conjunto, generado una inevitable conciencia de culpa colectiva. ¿Qué valores cívicos estamos transmitiendo cuando los hijos de familias acomodadas, o al menos de buen pasar, intercambian a través de sus móviles lindezas propias de sádicos caníbales?

Pero en estas horas decisivas en las que ninguna persona civilizada puede dejar de solidarizarse con el agredido -y desde luego yo lo hago expresamente- es más necesario que nunca un esfuerzo de sindéresis para regresar al terreno de la racionalidad. Y lo primero que cabe establecer es que ni Pedro Sánchez se comportó en el debate como un "macarra", como alega Soraya, ni dijo nada que no sea estrictamente cierto. Siendo la política el sustitutivo de la guerra, la lid dialéctica debe permitir llamar a las cosas por su nombre. A Rajoy le pareció en su día que Zapatero "traicionaba a los muertos" en atentados terroristas -nada menos- y lo dijo; o hace tres o cuatro tardes, sin ir más lejos, vio "patético" al propio Sánchez y se lo soltó a la cara.

Ninguna desmesura, ninguna exageración hay desde luego en describir como "indecente" -o sea como algo "vituperable o vergonzoso", según la RAE- el proceder de Rajoy respecto a la financiación ilegal del PP y el llamado caso Bárcenas. ¿O acaso no es "vituperable" que el PP haya estado recibiendo en su sede central sacos de billetes de contratistas públicos? ¿Acaso no es "vergonzoso" que este dinero negro sirviera para pagar gastos electorales y sobresueldos? ¿Acaso no es "vituperable" que Rajoy negara taxativamente los hechos y ahora que han quedado judicialmente acreditados, diga que los ignoraba? ¿Acaso no es "vergonzoso" que mandara desde la Moncloa mensajes de apoyo a Bárcenas como parte de una estrategia para mantener su boca cerrada? ¿Acaso no es "vituperable" que él mismo aparezca en la relación manuscrita de beneficiarios cuando la ley le prohibía cobrar nada que no fuera su sueldo de ministro?

Algunos lectores me reprochan que insista una y otra vez en este asunto e incluso ven en ello una especie de ajuste de cuentas por lo ocurrido hace dos años. Van muy desencaminados. Solo tengo motivos de gratitud hacia quienes contribuyeron a moldear las circunstancias que dieron impulso a EL ESPAÑOL, máxime cuando avanzamos más deprisa de lo previsto por el inexorable camino del éxito. Pero el que un jefe de Gobierno mienta sobre un asunto relevante, en su propio beneficio -y no tiene vuelta de hoja que Rajoy ha mentido y sigue haciéndolo-, plantea una cuestión previa para cualquier demócrata escrupuloso. Es lo mismo que me pasaba con González en las elecciones del 93 y el 96 y no se me diga que organizar una banda terrorista es más grave que cobrar sobresueldos y financiarse ilegalmente -que por supuesto que lo es- pues eso supondría conformarse con "un Gobierno que ni mate ni robe" como el que un día reivindicó Aznar ante mis atónitos oídos. "¿Te parece poco?". Sí, entonces me parecía muy poco, y ahora más de quince años después, no digamos.

España necesita con urgencia una regeneración democrática que relance el republicanismo cívico bajo la Monarquía constitucional, recargue de legitimidad la firmeza de las instituciones frente al desafío separatista y afronte todas las reformas estructurales pendientes antes de que un nuevo cambio del ciclo económico vuelva a desgarrar los costurones de nuestro insostenible modelo. Nada de eso puede proporcionarlo ya el señor Rajoy y menos desde una posición erosionada por la segura pérdida de la mayoría absoluta. Que la alternativa a su liderazgo deba salir hoy de una apretada pugna entre tres tenores disonantes complica las cosas, aunque al mismo tiempo enriquece la correlación entre el pluralismo de la España real y su proyección parlamentaria. Con decenas de diputados 'podemitas' la generación del 15-M ya no repetirá la cantinela del "No nos representan" y eso es bueno para todos.

También conviene recordar que, de acuerdo con el mito de El Holandés Errante es cada siete años cuando se produce la entrada del buque fantasma en el puerto. De hecho, en lo que llevamos de democracia aún no hemos tenido un pobre Jimmy Carter, es decir, un presidente de sólo una legislatura. Rajoy es el que, por deméritos propios, está más cerca de llenar tan desairado molde, pero también podría ocurrir que se aferrara a la oportunidad de encabezar un gobierno inestable en lo que sería una especie de epílogo de su mandato. Nada le vendría mejor al periodismo crítico pero ni sería bueno para España ni conveniente para un individuo tan poco dotado para el liderazgo en minoría.

En todo caso puesto que #MiVotoCuenta es el momento de entonar otra vez nuestra balada con el zumbido de las ruecas del taller de las hilanderas de fondo. Es el tejer y destejer de la democracia. El anhelado gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo parece otra vez a nuestro alcance. Algunos llevamos persiguiéndolo desde el 77, los más jóvenes se dejarán llevar hoy por primera vez por el arrullo de esa seductora melodía. Ya se atisba el barco fantasma del futuro. ¿Recalará esta noche en el puerto? "¡Yohohohé! ¡Yohohohé! ... Cómo brama el viento... Cómo silba entre las jarcias".

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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