Balance del futuro

La explosión sin fronteras del terrorismo alimenta el espectro de una "vuelta de lo religioso". Y suscita una reacción de rechazo, inesperada pero lógica: el 82% de los británicos considera que la religión hace más mal que bien, según revelaba un sondeo en vísperas de la Navidad de 2006. En Francia, "hija primogénita de la Iglesia" pero hoy abanderada del descreimiento, el número de católicos declarados ha disminuido un 25% en quince años y, dentro de ellos, son practicantes habituales menos de uno de cada veinte.

Los europeos viven "como si Dios no existiera", decía Juan Pablo II. Este declive de lo religioso no tiene nada que ver con lecturas paganas ni con tiranías del consumismo, porque Estados Unidos no ha caído en una descristianización similar. En la sangrienta actualidad, el europeo se siente en terreno conocido: durante un siglo ha vivido una violencia destructora más fuerte que el propio Dios. Y el islam parece presa de una pulsión de muerte convertida en planetaria. Esta cuestión, evocada urbi et orbi por Benedicto XVI en Ratisbona, obsesiona a todo el mundo.

¿Arden ya subrepticiamente los primeros incendios de una nueva guerra mundial? ¿Estamos todavía a tiempo de conjurarla? ¿Y cómo? ¿El famoso "choque de civilizaciones" entre el islam y Occidente, que inquieta a Huntington y entusiasma a Bin Laden y Ahmadineyad, dominará el año que comienza? ¿Llegarán las llamas al próximo decenio? ¿Asolará el siglo XXI? ¿Acaso un enfrentamiento con los 1.500 millones de seguidores del Corán nos va a empujar a la nostalgia? ¿Acabaremos echando de menos la guerra fría y sus dos bloques que, durante medio siglo, se abstuvieron de llevar a cabo la escalada apocalíptica de la disuasión nuclear?

Ni hablar. Nuestras angustias, como suele pasar con las de los estados mayores, tienen una guerra de retraso. No existen dos "bloques", el islam y Occidente. Antes había un mundo libre y un mundo totalitario. Hoy, el supuesto "mundo musulmán" no está unido, ni mucho menos. La "calle árabe" es pura fantasmagoría. Las bombas humanas que explotan en nombre de Alá asesinan, ante todo y sobre todo, a sus correligionarios. ¿Quién mata a quién en Irak? Es mayor el número de iraquíes que parten cada mes a la tierra de sus antepasados por coches bomba y atentados suicidas que el de soldados estadounidenses y otros "ocupantes" muertos en tres años. En Bagdad, las milicias terroristas "musulmanas" asesinan mensualmente a tantos ciudadanos musulmanes como víctimas causaron Mohamed Atta y su banda el 11 de septiembre en Manhattan. No hay más que ver Darfur: tanto los violadores como las violadas, los acaparadores como los muertos de hambre, los verdugos como las víctimas adoran por igual al profeta. Cuando los locos de Dios actúan en Bali, Casablanca, Kabul y Argel, torturan, lapidan y mandan al infierno a simples musulmanes. ¿Dónde se ve que constituyan un bloque los fanáticos de Mahoma? Recordemos que, el verano pasado, Egipto, Arabia y Jordania condenaron la agresión del Hezbolá libanés contra Israel, empujado por Siria e Irán. Es cierto que existen numerosos conflictos y retos que pueden descontrolarse de forma vertiginosa, pero no son enfrentamientos entre un bloque que representa a la Media Luna contra otro bloque que sería Occidente, entregado a la Cruz, la Torá o el secularismo.

El arte y la manera de matarse unos a otros en nombre de un mismo Dios, celestial o terrenal, son materia conocida para los europeos. No hace falta remontarse a las guerras de religión. La I Guerra Mundial enfrentó a cristianos contra cristianos, y muchos aseguraban encontrar en el consuelo de la fe la energía que les permitió soportar y cometer cuatro años de carnicería ininterrumpida. No hay que asombrarse del extraño laxismo de las autoridades morales musulmanas ante las peores atrocidades perpetradas por los yihadistas. ¿Acaso los nazis no se aprovecharon de la ceguera, la complacencia, la inercia o incluso la complicidad de muchos cristianos europeos, desde la base hasta la cima? ¿Acaso la jerarquía ortodoxa no cerró los ojos, los oídos y la boca mientras millones de "soviéticos" morían en el Gulag? ¿Y no bendijo, más recientemente, los carros que partían a arrasar Chechenia? Hoy, la fe del Corán está secuestrada por los programadores de bombas humanas, del mismo modo que, ayer, los fascistas homicidas y suicidas proclamaban "¡Viva la Muerte!" ante una enseña de Cristo Rey. El siglo XX inauguró la OPA lanzada por las ideologías asesinas sobre las creencias celestiales y seculares del europeo medio. El siglo XXI la continúa. Ahora le toca al islam ser el instrumento de los promotores del crimen. Después de la SS y los chequistas, los demonios encapuchados, religiosos, racistas y nacionalistas prosiguen con la danza macabra.

Las próximas batallas no serán entre el islam y el cristianismo, Occidente y Oriente, Norte y Sur, ricos y pobres. Frente a los enamorados de la muerte causada y recibida, contra los fanáticos de un poder conquistado y conservado por la capacidad de hacer daño y destruir, están los simples mortales movidos por una misma inquietud. Fieles de distintas religiones o agnósticos declarados, conservadores o progresistas, soñadores o realistas, tienen que inventar una nueva forma de vigilar un planeta inflamable. Las minorías incendiarias y sin escrúpulos -los nihilistas activos- compiten en crueldad y se aprovechan de la dejadez de las mayorías durmientes, los nihilistas pasivos. Si sabemos identificar en cada caso a los incendiarios, nunca es demasiado tarde para luchar contra las llamas.

André Glucksmann, filósofo francés.Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.