Jacques Chirac ha abandonado el Elíseo después de doce años dejando tras de sí una imagen positiva de su actuación internacional. Como es norma, el balance sobre su política interna será sometido al cedazo de la crítica. Pero, por lo que atañe a su política exterior, el presidente saliente habrá contado con la aprobación mayoritaria de los franceses más allá de las divergencias de partido.
Las dos primeras decisiones de Jacques Chirac, que llegó a la presidencia en 1995, se apartaron muy marcadamente de los principios gaullistas y de la política instaurada por François Mitterrand.
Jacques Chirac anunció la reanudación de las pruebas nucleares francesas a las que Mitterrand había querido poner fin, actitud que suscitó un alud de protestas en todo el mundo. Propuso también que Francia se reintegrara totalmente en la OTAN, proyecto rápidamente abandonado. Quien aparece como el adalid del multilateralismo mostró en sus inicios una actitud contraria a la mayoría de la comunidad internacional, resuelta a aplicar un unilateralismo percibido de modo agresivo. Y quien se presentaba como el campeón de la resistencia frente a los estadounidenses habrá tratado de reintegrar a Francia a su área de influencia. Curiosa ironía de la historia.
No obstante, el factor sobresaliente de sus dos mandatos - hasta hacer olvidar el resto- seguirá siendo su oposición a la guerra de Iraq. En esta cuestión, Chirac dio prueba no sólo de valentía, sino también de lucidez. Valentía al oponerse a la primera potencia mundial y al tiempo lucidez sobre los desastres que se anunciaban (ampliación del foso entre mundo musulmán y mundo occidental, error de dirigir un ataque contra Iraq antes de haber progresado en la cuestión palestina, desestabilización adicional de la región, auge del terrorismo, etcétera). Lucidez, asimismo, al observar que el mundo unipolar no existía y que los estadounidenses no llegarían a imponer su voluntad.
Francia, por sí sola, no habría podido mantener una postura en calidad de oponente a la guerra de Iraq; sin embargo, por sí sola podía impulsar la dinámica que, por razones políticas y estratégicas, no podían impulsar Alemania o Rusia y menos aún otros países. Esta valentía granjeó una gran popularidad a Chirac, no sólo en el mundo árabe o musulmán, sino también en foros más amplios por haber encarnado una resistencia a una política agresiva, considerada en su día injusta y peligrosa. Chirac ha sido el hombre que ha sabido decir no y que - recogiendo el testigo de los modos de proceder de De Gaulle y de Mitterrand- ha sabido oponerse a EE. UU. cuando le ha parecido que su política no correspondía al interés general ni incluso a los objetivos que el propio país había decidido.
En el mismo orden de ideas, Jacques Chirac habrá sido quien - en el mundo occidental- fue el más firme sostén de los palestinos tras la muerte del proceso de Oslo y la reanudación de la intifada en septiembre del 2000, cuando Estados Unidos cortaba los puentes con la Autoridad Palestina y adoptaba una política seguidista de los gobiernos israelíes.
Tanto en la cuestión iraquí como en el conflicto palestino-israelí, la acción diplomática de Francia habrá consistido en oponerse a la tesis del choque de civilizaciones, nuevo horizonte de combate del presidente francés en el momento en que, si bien otros dirigentes occidentales condenaban esta tesis, su acción, a la inversa, producía el efecto de darle una cierta consistencia. El temperamento personal de Chirac, a fin de cuentas el menos occidentalista de los dirigentes del hemisferio norte del planeta y ciertamente el más abierto y receptivo a otras civilizaciones y otras culturas, ha pesado indudablemente lo suyo.
En esta óptica, es menester constatar un cierto relajamiento de esta determinación a partir del año 2005. El mismo presidente que tenía una agarrada con los soldados israelíes que querían impedirle que se desplazara libremente por Jerusalén Este en 1996 y amenazaba con volver a subir al avión para volver a París recibió solemnemente a Ariel Sharon sin proferir una palabra sobre la construcción del muro, el bloqueo del proceso de paz, la represión de los palestinos y el carácter unilateral de la retirada de Gaza, iniciativa que parecía investirse de un alcance histórico para el futuro de la paz.
Ello tenía lugar cuando el presidente francés se hallaba debilitado por el fracaso del referéndum sobre el tratado constitucional europeo. Para Chirac, fue un fracaso evidente en cuestión capital. Tras este episodio y el ataque cerebral que sufrió en septiembre del 2005, ya no hizo gala del mismo dinamismo y libertad de tono y actitudes. Pareció debilitado en la escena internacional. Cabe subrayar, asimismo, el empeño personal del presidente francés en la protección del medio ambiente y la lucha contra el calentamiento climático mediante el discurso muy directo e incisivo que pronunció en la cumbre de la Tierra en Johannesburgo en el 2002, aunque a decir verdad la conducta de Francia no ha seguido fielmente los pasos enunciados en los discursos sobre la cuestión. En cuanto a la aportación de Francia a la ayuda a los países del Sur, la introducción de una tasa sobre los billetes de avión (voluntaria en el caso de otros países) es un gesto llamado a ejercer un impacto bastante notable en el futuro.
Pero, en suma, cuando se evoque la presidencia de Chirac, el factor más sobresaliente que permanecerá en el recuerdo lo constituirá, en amplia medida, su firme oposición a la guerra de Iraq.
Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París Traducción: José María Puig de la Bellacasa.