Balances y esperanzas

Los finales de año son propicios a los balances. En el caso del 2006, el concerniente a las cuestiones estratégicas es indiscutiblemente negativo y la situación mundial es peor a finales que a principios de año. Ahora bien, lo peor es que cabe temer que a finales del 2007 deban hacerse constataciones aún más sombrías.

La guerra de Líbano ha sido sin duda el acontecimiento estelar del año 2006. Es el último clavo hincado en el ataúd de la estrategia estadounidense del Gran Oriente Medio concebida por la Administración Bush, que se consideraba que llevaría la democracia y la estabilidad a la región. Israel, que se presenta como la única democracia de la misma región, decidió responder al secuestro de dos de sus soldados por parte de Hizbulah con una ofensiva militar totalmente desproporcionada, lo que produjo un gravoso balance en términos de pérdida de vidas humanas y destrucción material. Sin embargo, el balance estratégico es aún de más graves consecuencias. Hizbulah, al no haber resultado perdedor en el curso de la hostilidades, aparece como el vencedor de los combates. Israel, al no haber vencido ni tampoco haber alcanzado sus objetivos (sobre todo la liberación de los dos soldados que podría producirse más adelante merced a un canje de prisioneros, incidente que en caso de haberse actuado para solucionarlo desde un principio habría podido evitar la guerra), aparece como el vencido. Esta guerra, que se suponía que iba a destruir a Hizbulah, ha reforzado políticamente a Líbano acrecentando su prestigio en el mundo árabe. Y, en tanto se suponía que serviría para lanzar una advertencia a Irán, ha permitido en cambio que este país surja como protagonista ineludible en la región.

La guerra de Líbano, como antes la de Iraq, ha mostrado el carácter contraproducente que en ocasiones puede revestir la autoridad militar si deriva en ceguera política. Esta guerra ha suscitado un debate en el seno de la sociedad israelí, pero, paradójicamente, los partidarios de la línea dura se han visto reforzados y el resultado ha sido la irrupción de la extrema derecha con la entrada de Avigdor Liberman en el Gobierno israelí.

Las esperanzas o más bien las ilusiones nacidas de la retirada israelí de Gaza han quedado reducidas a polvo. Las potencias occidentales han decidido boicotear al Gobierno palestino tras la victoria electoral no obstante incontestable de Hamas en las elecciones de enero del 2006. Lo menos que se puede decir es que el mensaje de los occidentales se ha visto enturbiado cuando han afirmado promover la democracia negándose al propio tiempo a reconocer los resultados disconformes con sus deseos. La situación económica y social de los palestinos se ha degradado, hasta el punto de que se calcula que un 70% de la población de Gaza vive por debajo del umbral de la pobreza.

En este final de año, se perfila por tanto el temor a enfrentamientos civiles en Líbano y en los territorios palestinos. Al propio tiempo, Iraq es un país hundido y deshecho donde la violencia desencadenada crece cada día. Los estadounidenses han acabado entendiendo que no podían ganar esta guerra. Estados Unidos busca una salida rápida que no implique agravar la situación en Iraq: dos objetivos contradictorios. Su crédito moral y estratégico se halla ampliamente mermado. Cabe que aflore en lo sucesivo un síndrome iraquí como hubo un síndrome vietnamita. Si se añade la degradación de la situación en Afganistán y el principio de un conflicto entre la OTAN y los talibanes, no es para augurar que se avecine un periodo que incite al optimismo.

El año 2006 habrá confirmado asimismo una tendencia de fondo: se ahonda el abismo entre el mundo occidental y el mundo musulmán. La cuestión de las caricaturas y la polémica sobre las declaraciones del Papa Benedicto XVI sobre el Corán han mostrado que aunque Occidente y Oriente viven en el mismo planeta, a veces no viven en el mismo mundo. Los partidarios de la línea dura, de un enfrentamiento entre Occidente y el mundo musulmán, ganan puntos de forma metódica. Hace unos años el asunto de las caricaturas de Mahoma publicadas en un periódico danés o las declaraciones del Papa sobre la dimensión belicosa del islam no habrían tenido el mismo impacto. Todos se alzan contra el concepto de guerra de civilizaciones, pero tal noción parece progresar un poco más cada año. El problema estriba efectivamente en que vivimos en un mundo globalizado pero que carece de óptica y perspectiva de gobierno a escala mundial.

En cuanto a China, prosigue su poderoso ascenso, aunque India le ha adelantado en el 2006 gracias al acuerdo estratégico y nuclear con Estados Unidos. India, rival de China en la carrera que ambas potencias libran por el poder, queda bastante rezagada aunque en el año que termina ha recuperado cierto terreno.

La única chispa de esperanza proviene de Latinoamérica, continente que conoció dictaduras militares y guerrillas desde los años sesenta hasta los ochenta que desembocaron en una gran depresión económica a finales de los años noventa. Latinoamérica ha recuperado el crecimiento económico y vive hoy día según el ritmo de las alternancias (o confirmaciones) electorales. Las buenas noticias son demasiado escasas como para no celebrarlas.

Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.