Balones fuera

Por Jorge M. Reverte, escritor (EL PERIODICO, 03/03/05):

Barcelona y Madrid han vivido en las últimas semanas dos crisis importantes que tienen en común muchas cosas, pero sobre todo la de estar motivadas por comportamientos basados en la desidia, la falta de conciencia ciudadana y la corrupción. El hundimiento del barrio del Carmel y el incendio de la torre Windsor no han sido catástrofes naturales, sino el resultado de una cadena de despropósitos.

El debate público que ha seguido a los dos acontecimientos ha demostrado que en este país los medios de comunicación y muchas instancias de la política siguen instalados bien en una tremenda inmadurez o bien en la misma corrupción y desidia que han conducido a estos sucesos. No es, por desgracia, muy complicado reconstruir los argumentos que hemos podido escuchar o leer. Por ejemplo, con el caso del edificio Windsor en Madrid, la secuencia pasó de la terrible alarma a la congratulación generalizada por el buen funcionamiento de los servicios de seguridad de la capital. Bien. Era cierto: los bomberos actuaron con rapidez, la policía acordonó la zona cuando debía y no hubo víctimas ni daños que fueran superiores a los propios del edificio en llamas. ¿Y después? Después de eso, una larga retahíla de teorías sobre la conspiración, la presencia de personas captadas por un aficionado en el piso 21° cuando ya se habían marchado los propios bomberos, una traductora que fuma en su despacho... Una acumulación de argumentos que mantuvieron a los madrileños entretenidos no sólo por los atascos, sino por una especie de crónica rosa de la catástrofe. Hasta que se acostumbraron.

En esas estábamos y el edificio se fue volviendo parte del paisaje de la ciudad. Hubo alguna iniciativa parlamentaria para cambiar y endurecer radicalmente la normativa de construcción de nuevos edificios en la ciudad y para la recomposición de los sistemas de los antiguos. Y la presidenta de la Comunidad, amparada en su cómoda mayoría absoluta (que le dieron sus camaradas ligados a proyectos urbanísticos), se negó a meterse en semejante berenjenal. Hubo pequeños rifirrafes, debatillos en la Cámara, y nada más. Dejó de discutirse en Madrid sobre las normas de seguridad que tanto pueden encarecer la construcción. A eso es muy sensible el PP, que gobierna la comunidad autónoma bajo la presidencia de una señora cuyo primer apellido es Aguirre, que coincide, por casualidad, con el primer nombre de una de las mayores empresas inmobiliarias, Aguirre-Newman. Y no habiéndose producido muertos, el humor castizo se quedó satisfecho con el recurso facilón de que ya había antorcha para el 2012. La policía, los bomberos y las grúas son eficientes en Madrid. De la normativa se dejó de hablar.

LA SECUENCIA barcelonesa del Carmel no tiene tampoco desperdicio, aunque la guinda que le han colocado el president Maragall y el jefe de la oposición, Artur Mas, brilla a una altura aún mayor. Los políticos autonómicos y muchos columnistas de prensa han dedicado más tiempo a relacionar el hundimiento con el desequilibrio de la balanza fiscal de Catalunya con el resto Estado y en rivalizar con los fascistas que hacen comentarios en la COPE sobre qué catástrofe merecía más el nombre de zona cero, que en indagar en serio sobre los entresijos de una obra realizada en condiciones temerarias, sin control público serio y con presupuestos a la baja.

Eso sucedió al menos hasta que se produjo el debate en el Parlament, cuando algunos de los más importantes políticos de Catalunya decidieron superar la zafiedad de los argumentos descritos para amagar y no dar: la catástrofe que ha machacado a un barrio entero tenía que ver con el 3% de presuntas comisiones que un presunto partido cobraba presuntamente en todas las obras que adjudicaba un presunto Gobierno. La respuesta del presunto aludido: si seguimos por ahí, se acaba la negociación del Estatut. Miseria sobre miseria.

Uno de los más competentes y admirables políticos catalanes, Quim Nadal, se expresó con seriedad. Hasta que llegó la hora de aclarar lo que había dicho el president: no había pruebas, pero el rumor era un clamor. Como en el campo del Barça, tot el camp es un clam. ¿Y luego? Luego, a retirar lo dicho y a admitir las dimisiones de dos cabezas de turco.

EN LOS dos acontecimientos, en el de Madrid y el de Barcelona, la política ha quedado, de nuevo, tocada. En el fondo se produce la misma sospecha: avaricia de constructores, olvido de la ley con la complicidad de funcionarios o de políticos que banalizan la seriedad de sus funciones y enfatizan la cortedad de sus caudales. Sistemas de corrupción que denuncian los políticos, pero cuya corrección no acaba de producirse. Y, siempre, el racionamiento de la información. De cuando en cuando, alguna película italiana nos hace reír con el dramático efecto de las redes mafiosas en Sicilia. Puede que aquí sean menos importantes desde el punto de vista cuantitativo, y desde luego matan menos. Pero, sobre todo, sabemos que están menos metidas en la ciudadanía. Donde sí parecen estar bien incrustadas es en algunos partidos. En Madrid lo vimos cuando dos diputados traidores le regalaron al PP unas elecciones. En Catalunya, nos ha dicho el president, que es fuente autorizada, hay una red del 3%.

Mientras, algunos columnistas se enfrascan en estúpidas discusiones sobre la balanza fiscal o el victimismo catalán. Y donde hay que entrar es en la discusión sobre la calidad de la democracia y sus mecanismos. Pero eso obliga a estudiar, a investigar, algo que hacemos muy poco los periodistas en los últimos años. Algunos periodistas y algunos políticos están de acuerdo: mejor, balones fuera.