Banksy y el problema del arte sarcástico

La entrada a "Dismaland" de Banksy en Weston-super-Mare, Inglaterra. Credit Matthew Horwood/Getty Images
La entrada a "Dismaland" de Banksy en Weston-super-Mare, Inglaterra. Credit Matthew Horwood/Getty Images

El día que Banksy abrió las puertas de “Dismaland” – una amplia exhibición de arte conceptual que es en sí misma un concepto, con guardias de seguridad falsos y empleados con orejas de Mickey a los que se les pide fruncir el ceño en lugar de sonreír – su página web para la compra de boletos estaba tan saturada que colapsó. Horas antes de la apertura del parque, que se construyó en un resort abandonado en Weston-super-Mare, Inglaterra, cientos de personas hacían fila bajo la lluvia. “Dismaland” es una muestra esperanzadora del interés en el arte conceptual, incluso si el concepto es “¿Qué pasaría si Disneyland fuera tan malo como la vida real?”

En los días siguientes, los medios tuvieron dificultades para decidir si el arte merecía tal audiencia. Banksy denominó al proyecto, que incluye obra suya y de otros artistas, “un parque temático familiar no apto para niños”. Mark Brown, corresponsal de arte de The Guardian, lo describió como “a ratos divertidísimo, otros revelador y en algunos casos asombrosamente impactante”. Mike Nudelman, el editor gráfico de Business Insider, escribió que era “malo y aburrido” y asemejó a Banksy con el director Michael Bay. “Dismaland Is Not Interesting, and Neither Is Banksy” (“Dismaland no es interesante, ni tampoco Banksy”), declaró un titular de Huffington Post Canada en un artículo que terminaba así: “Es malo. Es malo y nada interesante”.

Una vez más, Banksy ha puesto a los amantes del arte en apuros. “Dismaland” es espectacular, pero sus ideas no son todo lo que uno espera de un artista que podría ser el mayor creador de arte conceptual de la historia. Por ejemplo, una de las instalaciones que más comentarios ha suscitado es la carroza accidentada de Cenicienta: el cuerpo de la princesa cuelga morbosamente de la ventana, iluminado por los destellos de los paparazzi.

Es una referencia. No es precisamente irónica, ni tampoco da risa. Pero la instalación está construida a manera de broma: Al igual que Cenicienta, Diana se convirtió en princesa al casarse. Y también como Cenicienta, Diana hizo un recorrido célebre, pero su cuento de hadas acabó de una forma horripilante. ¿Qué tal si el final de Cenicienta hubiera terminado del mismo modo? No es precisamente una reflexión, pero tiene cierto peso. Darren Cullen, uno de los artistas que participan en “Dismaland”, no podría haberlo dicho mejor: “Este lugar es espectacular”, declaró a The Guardian. “Es verdaderamente increíble que haya tanto sarcasmo en un mismo lugar”.

Ay, el sarcasmo: el ingenio en su máxima expresión. En el diccionario, “sarcasmo” sigue definiéndose como el uso de la ironía para transmitir desdén. Pero lo que llamamos sarcasmo, en especial en Internet, es más una actitud que una técnica: un desdén tan establecido que no se molesta en construir ironías. Sostengo que esta actitud sarcástica, que se presenta a sí misma como la perspectiva de unos cuantos conocedores, es de sumo una de las estéticas predominantes de nuestra era. El sarcasmo es nuestro kitsch.

El problema del kitsch ha irritado a los estetas desde por lo menos el siglo XIX, cuando la producción industrial trajo consigo un nivel de expresión cultural antes desconocido entre las tradiciones populares y las bellas artes. El término surgió en Alemania en los 20 para describir productos culturales que eran excesivamente llamativos o cursis. “El kitsch es mecánico y opera mediante fórmulas”, escribió Clement Greenberg en “Vanguardia y Kitsch” en 1939. “El kitsch es experiencia vicaria y sensaciones falseadas”.

La característica que define al kitsch es que se aprovecha de nuestro deseo de sentir que el arte triunfa; sigue la fórmula de la expresión significativa y explota nuestra voluntad de fabricar la sensación de significado. Después de todo, es maravilloso ver una pintura y sentirse conmovido. Como una especie de kitsch contemporáneo, el sarcasmo saca partido de nuestra prontitud a responder al ingenio real, que también es mecánico y procede mediante fórmulas. En estos días, el sarcasmo en línea se produce industrialmente, gracias a las enormes cantidades de contenido que los medios digitales deben producir en masa todos los días.

El estilo de la escritura de Internet, con frecuencia llamada crítica ácida o mordaz, se vale del sarcasmo, adoptando por lo general el tono burlón de la sátira sin la ironía compleja. Este tipo de escritura es fácil de encontrar, sobre casi cualquier tema. El sarcasmo es inherente a los colocadores de contenidos tendenciosos, porque se basa en una invitación calculada para compartir actitudes.

Una obra de Banksy en "Dismaland". Credit Yui Mok/Press Association, via Associated Press
Una obra de Banksy en "Dismaland". Credit Yui Mok/Press Association, via Associated Press

El kitsch depende en gran medida de estas actitudes compartidas, que sustituye por reflexiones artísticas, y confía en que la audiencia estará de acuerdo con ellas para producir un sentimiento similar a la profundidad de significado. El sarcasmo funciona mejor cuando la gente ya sabe qué significa. Con eso en mente, no es necesario pensar que la sociedad se ha vuelto burda y corrupta para disfrutar a Banksy, pero ayuda.

Al igual que otras formas de kitsch, la obra de Banksy presenta sabiduría convencional en forma de reflexiones: Es verdad que hemos tratado a nuestras princesas con morbo, en especial cuando su carruaje se estrella. Como sucede con los memes, Banksy nos pide que sustituyamos la sensación de reconocer una referencia por el escalofrío del ingenio. Y algunas veces parece operar mediante una fórmula, como señala la cuenta de Twitter @BanksyIdeas: “Esténcil de un niño que arma el juguete de un Huevo Kinder, ¿sí?”, se lee en una de esas ideas parodiadas, “las partes se ensamblan para formar una pistola”.

Este innegable disfrute de lo kitsch puede ser la razón por la que el Internet aspiracional — el Internet conocedor que se define a sí mismo por oposición a una corriente dominante cuyo sentido común se considera inferior — parece odiar a este artista. Se trata del narcisimo de las pequeñas diferencias. Al igual que Banksy, el Internet de izquierda, de los intelectuales, con frecuencia se complace con el sarcasmo; ¿de qué otra forma podría producir tanto contenido visiblemente ingenioso todos los días? Pero esos colocadores de noticias se dicen distintos del Internet kitsch porque aceptan la premisa de que la producción cultural puede mejorar a una sociedad injusta, en tanto que la premisa de Banksy parece ser que la producción cultural puede señalar lo espantoso que es todo.

La aversión que tienen los medios en línea hacia Banksy parece ser un desacuerdo respecto al fin, en lugar de los medios. El artículo del Huffington Post “35 HELPFUL Things Banksy Could’ve Done Instead of ‘Dismaland’” (“35 cosas útiles que Banksy podría haber hecho en lugar de ‘Dismaland’”), por ejemplo, critica duramente su cinismo y al mismo tiempo adopta el modo sarcástico: Los puntos 33 a 35 de la lista son “Callarse”, “No” y “Bah”. Incluso entre sus opositores nominales, persiste el problema de cómo responder ante el kitsch.

Si uno es un amante del arte debe alegrarle que miles de personas lo estén apoyando al ir a “Dismaland”. Si a uno le fascinan las expresiones culturales en general, debe alegrarse de que millones de personas estén siendo partícipes de ellas a través de Internet. Pero cuando uno es testigo de una mala expresión que es alabada por ser buena — cuando los amigos de Facebook comparten una noticia sarcástica, o cuando un artista callejero millonario le coloca orejas de ratón a una actriz y le dice que frunza el ceño — uno también debe sentir que se ha cometido una injusticia. El kitsch no debería salirse con la suya al explotar el deseo de la gente de sentir el arte. ¡Qué maravilloso debe sentirse ir a “Dismaland” y ver a través de los ojos de la sociedad! Pero qué terrible ver que la sociedad acepta el arte que no nos hace sentir nada, que sólo nos hace pensar en la enorme brecha que hay entre uno y todos los demás.

Dan Brooks

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *