Banqueros unidos...

Lloyd Blankfein, el máximo ejecutivo del poderoso banco de negocios Goldman Sachs, respira aliviado. Ha llegado a un acuerdo con la Administración norteamericana que, de ser bendecido finalmente por el juez competente, cerraría la demanda que aquella presentó acusando a la entidad de engañar a sus clientes al ocultarles información sobre los riesgos de unos títulos en los que invirtieron sus ahorros. Solo tendría que abonar 550 millones de dólares, de los que 250 servirían para indemnizar a dos bancos que se vieron afectados negativamente por el oscurantismo y el resto iría a parar a las arcas del demandante.

En Wall Street la solución se interpreta como un triunfo del orgulloso Blankfein, el que se jactó de hacer «el trabajo de Dios» cuando la tormenta de las subprime estaba en su cénit, el que, para muchos, es la personificación de los excesos cometidos en los años de desenfreno liberal. A fin de cuentas, la suma solo representa el beneficio conseguido por la entidad en unas meras dos semanas en el año 2009 y es más o menos la mitad de la que los entendidos vaticinaban. Ante la noticia, en la bolsa las acciones de Goldman Sachs han reaccionado al alza. Y existe la convicción de que la poltrona hace escasos días tambaleante, ahora ha vuelto a asentarse con firmeza sobre sus cuatro patas. En una reciente reunión con sus socios fue aclamado como un héroe. Como decía The New York Times, Goldman ha salido de la refriega con un ojo amoratado, pero en modo alguno la herida infligida a la compañía pone en peligro su pervivencia.

Es cierto que aún le restan obstáculos por superar. La Administración tiene investigaciones en curso que podrían desembocar en nuevas imputaciones y son muchos los clientes y accionistas que han emprendido acciones civiles, aún pendientes de sentencia, en reclamación de indemnizaciones por los perjuicios causados con la poco transparente conducta de Goldman Sachs. Pero la sangre no llegará al río.

El acuerdo entre Goldman y la Administración coincide en el tiempo con la aprobación por el Congreso de la discutida reforma de su sistema financiero. No ha sido un parto fácil. La resistencia opuesta por el poderoso lobi bancario, y muchos representantes del Partido Republicano, ha sido feroz y fueron muchos los millones de dólares gastados inútilmente para evitar la promulgación de unas normas más restrictivas tendentes a evitar escándalos como los vividos en los últimos tiempos en los medios financieros.

Ante esta derrota, los bancos norteamericanos han reaccionado de dos maneras. Para compensar el efecto negativo que sobre los saldos de sus cuentas de resultados puede tener la nueva ordenación están hurgando en su redacción para exprimir todas las posibilidades de crear nuevas fuentes de beneficios que lo compensen. Para empezar, ya han subido las comisiones de todo tipo que devengarán las cuentas corrientes. Algunas entidades han situado la más simple, la de mantenimiento, en una pinza entre 2 y 15 dólares mensuales, importes muy superiores a los que privan por nuestros pagos. En un futuro inmediato veremos una recomposición de los intermediarios financieros para que determinadas operaciones que la normativa aprobada prohíbe a los bancos se canalicen por nuevas figuras, parte de cuyos beneficios acaben finalmente en las cuentas de las entidades cuyas alas se han recortado.

La otra vía consiste en trasladar el pulso a Basilea, sede del Comité de Supervisión Bancaria al que el G-20 ha solicitado la redacción de una normativa internacional que incremente las exigencias de recursos propios y restrinja la asunción de riesgos de las compañías dedicadas al negocio bancario. La nueva propuesta de normativa deberá presentarse en la reunión del G-20 que se celebrará en Seul el próximo noviembre. Naturalmente, los expertos que defienden a los bancos auguran auténticas catástrofes si se tensan mucho las exigencias, como una caída del 3,5% en 2015 en el mundo desarrollado. Están poniendo toda la carne en el asador para que no se repita la derrota infligida por la tozudez de Obama en su reforma americana.

Está por ver cuál será finalmente el veredicto. Pero el pacto tan favorable a Goldman en su tira y afloja con el regulador norteamericano no constituye un buen presagio. Como tampoco la noticia de que el Comité de Basilea haya aceptado un plazo de 10 años para que los bancos cubran los déficits de recursos propios que pongan de manifiesto la nueva normativa a bendecir en Seúl. Bienvenida la prudencia, pero los responsables de la decisión no deben olvidar la gravedad de la crisis que aún nos azota, cuyo origen sitúan los expertos en la confianza del señor Bernanke, presidente de la Reserva Federal, de que los bancos sabrían autorregularse. No fue así, como, decepcionado, él mismo ha reconocido. Hay que evitar una repetición de una historia de la que nadie, ni banqueros ni reguladores, puede enorgullecerse.

A. Serra Ramoneda, presidente de Tribuna Barcelona.