Barbas y pañuelos no son musulmanes, son simplemente anuncios de Al-Qaeda

Amir Taheri nació en Irán y se educó en Teherán, Londres y París. Ha sido editor jefe de Jeune Afrique, del London Sunday Times, también ha escrito para el Times, y contribuye con The Daily Telegraph, The Guardian, y el Daily Mail entre otros (GEES, 08/08/05).

El domingo pasado, horas después de los atentados terroristas de Sharm el-Sheikh, varias docenas de hombres y mujeres se reunieron frente al ayuntamiento local para expresar su cólera contra los que habían transformado el balneario en la escena de muerte y desolación.

Con gritos de “no a los asesinos”, invitaban a otros a unirse. Al principio muchos vacilaron — después de todo, Egipto ha sufrido el estado de emergencia durante 25 años. Y el ciudadano ordinario tiene pocos motivos para provocar, ya sea a los terroristas o al gobierno. Sin embargo, en casi todas las zonas de Egipto cundió el ejemplo de Sharm el-Sheihk, con funerales simbólicos por alrededor de las 90 víctimas de la tragedia.

Notablemente, en casi todas las manifestaciones, los participantes también recordaban y rezaban por las víctimas de los atentados suicida de Londres. Por primera vez, grupos de musulmanes condenaban el terrorismo sin hacer distinción entre las víctimas según su credo. Así pues, ¿es este el comienzo del despertar musulmán tanto tiempo esperado ante una fuerza oscura que amenaza al mundo civilizado por todas partes en nombre del islam?

Tristemente, la respuesta no puede ser mejor que: quizá, quizá no. Los atentados del 7/7 en Londres inspiraron algún comentario empático por los países musulmanes. Pero incluso entonces, muchos comentaristas no pudieron resistir dar un golpe a traición a Gran Bretaña por haber “albergado a terroristas islamistas” durante años. Algunos de los presuntos clérigos, incluyendo 58 paquistaníes, han decretado fatwas (opiniones) que, a primera vista, parecen ser un rechazo al terrorismo. Un examen más de cerca, sin embargo, muestra que aún tienen un largo camino que recorrer antes de poder ser tomadas en serio.

Algunos supuestos clérigos, incluyendo muchos de la comunidad musulmana británica, han utilizado trucos semánticos para equilibrar sus ideas. Condenan los atentados de Sharm el-Sheikh, pero cuando llegamos a los atentados de Londres, todo lo que están preparados para decir es que “no los condonan”. Lo que es más preocupante, sus declaraciones incluyen la letanía usual de aflicciones musulmanas acerca de 'Palestina', Irak y Afganistán, y la aserción de que “nuestros jóvenes” tienen derecho a estar enfadados. Cuanto más hablan, más ilegibles se vuelven.

En algunos casos, entra en juego la argumentación plausible pero falaz. Por ejemplo, un teleevangelista egipcio, basado en Qatar, ha decretado una fatwa que pronuncia como “ilícito” el asesinato de personas que tienen “acuerdos temporales o permanentes” con un particular musulmán o con un estado islámico; tales como los extranjeros invitados a trabajar en un país musulmán. En cuanto a Mohammed Jatami, el presidente saliente de Irán, es “ilícito” asesinar a “inocentes”. El problema, sin embargo, es que no define quién es inocente y quién no.

Tales personas utilizan ambigüedades porque una condena del terrorismo sin paliativos se extendería a los atentados contra israelíes y norteamericanos, a los que no ven como“civiles inocentes”.

Pero los musulmanes de todas partes necesitan hacer frente a un fenómeno que amenaza a todos los países musulmanes y comunidades islámicas de Occidente. Esto exige que los musulmanes que crean opinión tomen una serie de medidas.

La primera es descartar la noción de que todo el que no sea musulmán es un “infiel”, y por tanto no es un ser humano propiamente. Después, es importante rechazar la creencia de que, dado que el objetivo de convertir al islam a la humanidad es noble, cualquier medio para hacerlo está justificado. Los musulmanes deberían aceptar la diversidad y competir en el mercado global de religiones a través de los canales normales, en lugar de mediante ghazvas (incursiones) contra los centros “infieles”.

Puesto que no hay poder de excomulgación en el islam, los terroristas no pueden ser separados formalmente de la comunidad. Pero la comunidad puede distanciarse de ellos según el principio islámico de al-bara'a (auto-exoneración). Esto significa que un musulmán debe disociarse de los actos cometidos por otros musulmanes a los que ve como pecadores.

Una forma de hacer esto sería organizar un día de bara'a en todas las mezquitas británicas — y con esperanza, en las mezquitas de todo el mundo — para afirmar en claro que el terrorismo no tiene lugar en el islam.

Los musulmanes también podrían ayudar dejando de utilizar sus cuerpos como espacios de publicidad para al-Qaeda. Las mujeres musulmanas deben dejar a un lado el supuesto hijab, que no tiene nada que ver con el islam, y todo que ver con la vestimenta tribal de la Península Arábiga. El hijab fue reinventado en los años 70 como símbolo de militancia, y hoy es un símbolo visual de terrorismo. Si a algunas mujeres les han engañado haciéndoles creer que no pueden ser musulmanas sin cubrirse el pelo, podrían al menos cubrirse con otros colores que no sean el negro (el color de al-Qaeda) o el blanco (el color Talibán). La cobertura de color verde sería menos ofensiva, aunque sólo sea porque el verde es el color de la Casa de Hashem, la familia del Profeta.

Los varones musulmanes deberían considerar eliminar las barbas de estilo Talibán o al-Qaeda. Dejarse crecer la barba no tiene nada que ver con el islam; el propio Profeta nunca mostró nada más que una perilla en V. Las barbas espesas que se ven por Oxford Street son símbolos de la ideología salafí, que ha dado lugar a al-Qaeda y a los Talibanes.

Algunos musulmanes también llevan ropa de estilo al-Qaeda o talibán para anunciar sus sentimientos salafíes. Para los hombres, consiste en una camisa larga y pantalones colgados, conocido como estilo khaksari (humilde), y popularizado por Abú Alá al-Maududi, el padrino ideológico del terrorismo islamista. Los musulmanes que llevan tales vestimentas creyendo que muestran su piedad, en la mayoría de los casos, prestan apoyo involuntariamente a una marca de fundamentalismo islamista.

Si los predicadores musulmanes prestaran algo más de atención a Alá también sería útil, lo que significa estudiar algo de teología, en lugar de hacer discursos acerca de 'Palestina', Afganistán e Irak, que son, después de todo, temas políticos, y no religiosos. La excesiva politización del islam ha generado una situación en la que el musulmán más famoso hoy es Osama bin Laden.

El islam debe decidir si quiere ser un credo o un movimiento político. No puede ser ambas cosas sin ser secuestrado por salafíes o jomeinistas que lo han transformado en campo abonado para el terror.