Barcelona ante el “procesismo”

El día en que el Parlament votaba la DUI, en Estrasburgo se debatía sobre la estrategia para hacer frente al cambio climático. El pasado jueves, mientras los líderes independentistas iniciaban, sin rubor, una rectificación pública al gran engaño al que nos han conducido, en el Parlamento Europeo se aprobaba un informe del eurodiputado español Javi López que trazaba el camino a seguir para combatir la desigualdad. Una desigualdad económica y social que, impulsada por la crisis económica de 2008 y la globalización, está en la raíz de muchos de los problemas que vivimos hoy en día.

El conflicto entre Cataluña y España ha bloqueado las instituciones en su conjunto. En los últimos cinco años, mientras el mundo se prepara para grandes retos globales, el proceso independentista se ha convertido en un agujero negro que impide cualquier debate alternativo. Así ha sucedido en Cataluña, donde la acción del Gobierno de la Generalitat ha sido inexistente. En el Parlament desaparecieron las sesiones de control al Gobierno y solo se produjeron aquellos debates relacionados con la independencia o la propaganda de Junts Pel Sí y la CUP.

En Barcelona los socialistas tratamos de proteger la ciudad de esta parálisis. Los retos sociales y económicos son suficientemente importantes para no sucumbir al monotema independentista. Los ciudadanos de Barcelona merecen un gobierno que se haga cargo de los problemas reales de la ciudad, un gobierno que, en definitiva, gobierne. Lo intentamos durante un año y medio en que el pacto entre socialistas y comunes trató de poner Barcelona en el centro de las prioridades. A pesar de la buena valoración ciudadana, en los últimos meses Barcelona se convirtió en el objetivo de los soberanistas. En poco tiempo se sucedieron anulaciones de plenos que trataban de urbanismo o comercio y se sustituyeron por convocatorias de plenos extraordinarios cuyos único objetivo era dar continuidad a la hoja de ruta independentista. Una dinámica de bloques que no ofrece espacio a la pluralidad ni a los retos de la ciudad. Una dinámica de bloques que se ha impuesto en Barcelona ante el cambio de rumbo de Barcelona en Comú y el acercamiento de Ada Colau a las fuerzas independentistas. Con la salida de los socialistas se pone fin a un gobierno progresista que ofrecía una alternativa desde la izquierda al callejón sin salida en el que andamos atrapados.

Con esta decisión Barcelona se aleja del camino que han emprendido ciudades globales como Nueva York, Londres o París. En un mundo donde el auge de los nacionalismos y los populismos ha dominado las dinámicas nacionales, las ciudades se han convertido en los baluartes de la pluralidad y el cosmopolitismo. En las ciudades vive la mitad de la población mundial, se produce el 65% del PIB y el 70% de las emisiones de CO<MD->2<MD> del planeta. En las ciudades se concentran los principales problemas de nuestro tiempo. Las ciudades son, en palabras de Zygmunt Bauman, el contenedor de los problemas del mundo, pero también de sus soluciones.

Hoy la soberanía de un país no se mide solo por su tamaño o el control de las fronteras. En el siglo XXI la soberanía se mide también por la competitividad de un territorio. En esos términos, Cataluña es hoy menos soberana que hace 12 meses, después de que el proceso de independencia se haya llevado por delante las sedes sociales de grandes y medianas empresas, la reputación internacional y la percepción sobre la seguridad jurídica que regula los entornos económicos. Barcelona ha sufrido sus efectos en el turismo, la cultura, el comercio o la Agencia Europea del Medicamento.

Debíamos haber protegido Barcelona como los alcaldes de Nueva York o Chicago frente a la retirada de Donald Trump del compromiso de París por el cambio climático, o como Sadiq Khan en Londres defendiendo la permanencia de Reino Unido en la UE.

Barcelona es suficientemente importante para hacer valer su propia voz. No solo para proteger los intereses de sus ciudadanos, sino también para ofrecer una alternativa frente a quienes nos han conducido a esta situación. La desaparición de la voz de Barcelona en el debate político dominante en Cataluña ha ayudado al nacionalismo a extenderse a sus anchas sin un relato urbano alternativo. Por eso defiendo una Barcelona abierta frente un mundo que se cierra en sí mismo. Defiendo una Barcelona que trace su camino sin hacer seguidismo, con voz propia y proyectos de liderato global. Así se construyó esta ciudad durante 30 años, y así puede y debe volverse a construir.

Jaume Collboni es presidente del Grupo Socialista en el Ayuntamiento de Barcelona.

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