Baroja y Cataluña

Pío Baroja conoció bien Barcelona y el catalanismo. Como Pla o Azorín, detestaba la grandilocuencia y el oscurecimiento de la frase. Un orden sintáctico que aplicaba también a la arquitectura y las artes plásticas. También a las opiniones. En sus 'Divagaciones apasionadas' calificaba la arquitectura modernista de petulante frente a la armónica sencillez románica. Al igual que Pla, Gaziel o George Orwell, abominaba de la Sagrada Familia. La naturaleza ornamental –cangrejos puestos en pie y montañas de caracoles– le sacaba de quicio y menospreciaba el urbanismo que pretendía equiparar Barcelona a las grandes capitales europeas. En las Ramblas, en cambio, columbraba la mediterraneidad barcelonesa: «Tienen carácter y bien definido; tienen tipos, tienen una personalidad imborrable e inconfundible; son animadas, bulliciosas, alegres, mediterráneas. Son de Barcelona, no pueden ser de otro pueblo».

Baroja y CataluñaFrecuentaba Baroja la ciudad de las bombas anarquistas y el pistolerismo patronal, conocida como Rosa de Fuego. En 'Aurora roja', 'Avinareta', 'La familia de Erotacho', 'El cabo de las tormentas' o 'Juan van Halen' describe una Barcelona en tensión permanente: del carlismo al republicanismo federal, el anarquismo y el lerrouxismo. Sus anfitriones barceloneses fueron Eduardo Marquina, Pere Coromines, Amadeo Vives y Emilio Junoy. En compañía de Junoy y Azorín, visitó un centro anarquista en la calle Arco del Teatro, donde discutió con viejos teóricos «doctrinarios y pedantes» y unos jóvenes enfebrecidos por la doctrina que «escuchaban anhelantes y que, probablemente, se comprometían en estúpidas empresas, inspiradas unas veces por santones y otras por la Policía», recordará en sus memorias 'Desde la última vuelta del camino'.

Al desencanto del anarquismo que otrora le fascinó, Baroja añadía la aversión hacia un catalanismo que blasonaba de una presunta superioridad cultural. Así lo reveló una discusión con Pere Corominas, escritor de plúmbea prosa que transitó del anarquismo –fue condenado en los procesos de Montjuïc– al nacionalismo: «Quería convencernos de que la literatura española no era nada apreciable, enfrente de la catalana, y quería demostrarnos que no habían nacido nunca en España poetas como los catalanes».

El choque definitivo de Baroja con el nacionalismo fue un 25 de marzo de 1910, Viernes Santo. El escritor pronunciaba una conferencia en Barcelona. Tras achacar a su oratoria poca brillantez y profusión de tópicos, los catalanistas Mario Aguilar, Pere Corominas y Bertran i Musitu (que sería espía de Franco en el 36) le retaron a ir al Ateneo; mientras, el racista Pompeu Gener lo tildaba de «godo degenerado».

Baroja dio la conferencia en la Casa del Pueblo del Partido Radical. Les respondió, irónico, que tomaran sus palabras como ayuno y penitencia: «Algo así como espinacas intelectuales, una pequeña mortificación propia de Semana Santa». El «impío don Pío» no aludió más a la religión, sino a esa otra fe que es el nacionalismo: «Yo veo aquí una porción de mentiras, acumuladas con intenciones más o menos piadosas, acerca de Cataluña en sí misma y de Cataluña con relación al resto de España», afirmó a modo de prólogo…

El hecho diferencial se le antoja una creencia sin fundamento. Cataluña es «casi más española que las demás regiones españolas», pero los catalanistas dicen que no, «que es un país con otra raza, con otras ideas, con otras preocupaciones, con otra constitución espiritual». Ejemplos de la patraña: castellanos individualistas, catalanes colectivistas; castellanos fanáticos, catalanes tolerantes; castellanos místicos, catalanes prácticos…

Ese afán de distanciarse de lo español que obsesiona al catalanismo; ese afán de mirar 'nord enllà', se le antoja a don Pío una quimera. En los autores catalanes del modernismo y el novecentismo solo ve simples imitadores de Emerson, Carlyle, Nietzsche o Ruskin: «¿Cómo pueden pintar siempre, o casi siempre, asuntos tristes, si esto es claro, luminoso y potente?», se pregunta mordaz. Ni los intelectuales ni los políticos están a la altura de Cataluña, prosigue. A causa de esos presuntos «genios catalanistas» el ambiente barcelonés adolece «de una mezquindad bastante grande, de una cursilería bastante pintoresca».

Ante algún rictus de desagrado que aflora en algún reportero de algún periódico catalanista, Baroja matiza sus invectivas: «Yo no he hablado nunca mal del pueblo de Barcelona sino de sus intelectuales «pedantes, afectados, mezquinos»». De la arquitectura «aparatosa y petulante». De los periódicos que adoctrinan en la ideología nacionalista. Se afirma «que el castellano –y al decir castellano quieren decir todo lo español que no sea catalán– es un violento, y el catalán, no» (el método, hoy, de TV3). Y para muestra un diario, 'El Poble Català': «Refiriéndose a un hombre furioso que en Madrid había matado a una mujer y luego se había suicidado, decía que este tipo era como un símbolo de Madrid y de Castilla». Y de la lengua ¿qué dijo Baroja? El castellano se ha convertido en español e hispanoamericano: «No es que me parezca un idioma superior al catalán; es sencillamente porque es más general… ¿Y no sería estúpido hacer perder la extensión de una lengua, que es también de uno, por un prurito de amor propio? Dar a entender, como lo hacen los catalanistas, que el castellano se conserva en Cataluña por la presión oficial, es un absurdo».

Había llegado el momento de abordar el separatismo: «Todos los pueblos que caen quieren regiones más o menos separatistas, porque el separatismo es el egoísmo, es el sálvese quien pueda de las ciudades, de las provincias, o de las regiones». Y a quienes preferían disimular su condición separatista camuflándose con la etiqueta de nacionalista les advertía. Nada hay de aprovechable en el nacionalismo: «Si ya a los hombres nos empieza a pesar el ser nacionales; si ya comenzamos a querer ser sólo humanos, sólo terrestres, ¿cómo vamos a permitir que nos subdividan más, y el uno sea catalán, y el otro castellano, y el otro gallego, como una obligación?».

Lamentaba el conferenciante el juego sucio del nacionalismo de injuriar todo lo español: «¿En qué está legitimada la campaña antiespañola que ha hecho durante muchos años el catalanismo?». Y aludía a la propaganda que alimentaba renovadas leyendas negras acerca de España: «Yo he visto en periódicos extranjeros cómo se insultaba a los españoles estúpidamente, y sabía de dónde salían esos artículos publicados en periódicos italianos y franceses; he visto disfrazar la historia y la antropología, y todo con móviles mezquinos y bajos». Su diagnóstico: «Cataluña es, hoy por hoy, un pueblo grande, un pueblo culto, que no ha encontrado los directores espirituales que necesita… porque una nube de ambiciosos y petulantes, más petulantes y ambiciosos que los que padecemos en Madrid, han venido a encaramarse sobre el tablado de la política y de la literatura y a pretender dirigir el país». Esos «geniecillos pedantescos», concluía, «son los que necesitan cerrar la puerta de su región y de su ciudad a los forasteros; son los que necesitan un pequeño escalafón cerrado, en donde se ascienda pronto y no haya miedo a los intrusos…». De 1910 a 2023. Las reflexiones barojianas podrían aplicarse, al pie de la letra, a la Cataluña actual.

Sergi Doria es escritor y periodista.

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