Batalla por Oriente Medio

La clase política de Washington está preocupada, muy preocupada, por Oriente Medio. Constantemente se celebran reuniones - algunas abiertas al público general, otras no-que abordan los acontecimientos ocurridos durante los últimos tres meses. Algunos dicen que el momento es prematuro para tales reuniones, más aún para la adopción de decisiones. Y añaden que es más conveniente esperar algunas semanas hasta que se estabilice la situación. Sin embargo, la espera puede representar unas semanas o muchos años. ¿Es, tal vez, otra ilusión de observadores occidentales bienintencionados pero deficientemente informados? Resulta pasmoso comprobar cuántos cientos, o miles, de nuevos expertos aparecen en las capitales de Occidente en momentos de crisis en lugares distantes, expertos de los que nadie había oído antes hablar.

Poco queda del optimismo de los últimos dos o tres meses. Se trata de algo asociado a la creencia de que la primavera árabe, el derrocamiento de los dictadores, la lucha por la libertad y la democracia contra la represión y la corrupción era lo mejor que había ocurrido durante largo, largo tiempo y que no podía más que beneficiar a la humanidad en general.

Por ahora lo único que es indudable es que el precio del petróleo ha aumentado de unos 70 dólares el barril a 123 dólares en la actualidad, una subida del 70% como saben todos los conductores, y que seguirá a esos niveles (y tal vez superiores) si los conflictos políticos se propagan a otras áreas del golfo Pérsico.

No existe prácticamente ninguna probabilidad de que baje en el próximo futuro.

Washington y la OTAN decidieron intervenir en Libia. La mayoría de los observadores se mostraron contrarios a tal decisión y quienes la adoptaron ahora la lamentan. La cuestión no era el carácter de Gadafi y su régimen, corruptos e incompetentes. Evidentemente, es escandaloso que Europa y EE. UU. hayan estado doblando la cerviz ante el dictador durante tanto tiempo. Sin embargo, una intervención militar sólo tenía sentido con dos condiciones. Una de ellas, que fuera a gran escala, de corta duración y concluyente, no a medias tintas como ha sido tan a menudo anteriormente. El segundo requisito era la certeza razonable de que el nuevo régimen que podía surgir después de Gadafi fuera uno mejor, más democrático y menos represivo. La pregunta es: ¿existía tal certeza?

Libia es sólo una realidad secundaria en Oriente Medio, en tanto que el destino de Egipto y Siria es mucho más importante. Y nuevamente puede afirmarse que pocas dudas caben del carácter de antiguo régimen existente en tales países. ¿Cuál es la alternativa? En Túnez y Egipto, han surgido cuarenta o cincuenta partidos que se denominan democráticos.Pero la verdadera alternativa no radica en los raperos y jóvenes que portaban flores en la plaza Tahrir de El Cairo. La verdadera alternativa es el islamismo, los Hermanos Musulmanes y los salafistas, los fundamentalistas aún más extremistas.

Cabe preguntar a qué viene el nerviosismo y la alarma en boca de algunos expertos. Los Hermanos Musulmanes no son lo que solían ser; no son Al Qaeda, son contrarios a la violencia, han optado por la vía parlamentaria. Lo cual es cierto en el caso de la mayoría de ellos, que en cierto modo se han convertido en demócratas porque saben que en unas elecciones pueden obtener una relativa mayoría, tal vez incluso mayoría absoluta. Pero siguen creyendo que la charia debería ser la legislación básica vigente en su Estado islámico, que debería guiarse de acuerdo con la wilayat al faqih,el gobierno de las autoridades religiosas y no laicas. Son contrarios a la igualdad de derechos en el caso de las minorías religiosas y étnicas y de las mujeres, que es como decir de la mayoría de la población. Yse opondrán al Occidente laico que con sus ideas y cultura socava el orden que desean instaurar.

El problema esencial con el Oriente árabe es que sus países apenas han conocido partidos políticos ni un régimen democrático. La última vez que sucedió, si bien de forma imperfecta, fue en Siria entre 1954 y 1956 y en Egipto bajo el rey Faruq antes de 1952. Algunos en Washington y en Europa creen que si se aportara suficiente ayuda económica a países como Egipto y Siria, desarrollarían instituciones democráticas. Tal ayuda sería para bien, sobre todo para ayudar al empleo en el caso de la joven generación.

Sin embargo, dada la crisis económica actual y el endeudamiento de la mayoría de los países occidentales, es estrecho el margen de actuación en esta dirección. Y la experiencia histórica ha demostrado, como en la Alemania de Weimar del periodo de entreguerras, que aun las instituciones democráticas no son de ayuda si no hay suficientes demócratas. ¿Cómo construir la democracia si no se cuenta con suficientes demócratas? Este fue el título de un simposio de intelectuales árabes hace unos veinte años. El tema sigue siendo de actualidad. Los extranjeros que acudían a la plaza Tahrir de El Cairo se sintieron notablemente impresionados por los llamamientos en favor de la libertad y los eslóganes de "No queremos ser esclavos más tiempo". Pero en el mismo aliento, los raperos yhip hoppers difundían lemas sobre el islam militante e incluso la violencia y la xenofobia. Se hallan unidos en sus deseos de cambiar la situación en Egipto, Siria y Yemen. Sin embargo, no tienen precisamente ideas claras ni se hallan unidos en lo concerniente al rumbo del cambio. Los caminos de la providencia son inescrutables. Tal vez la vía hacia la democracia, la libertad y la paz en Oriente Medio pase por la charia o bien por el mundo del hip hop. Pero no habría que edificar sobre ellos.

Por Walter Laqueur, director del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington.

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