Bayrou, el hombre del extremo centro

Las elecciones presidenciales de 2007 son decisivas porque seguramente constituyen la última ocasión para modernizar de forma pacífica una Francia en declive desde hace un cuarto de siglo. Por tanto, el tema central de la campaña es el cambio. Con un vals en tres tiempos. El primero, a finales de 2006, fue el de Ségol_ne Royal, respaldada por las primarias en el Partido Socialista. El segundo se organizó alrededor de Nicolas Sarkozy que, gracias al gran éxito del lanzamiento de su campaña, se ha colocado en cabeza de la intención de voto desde principios del año 2007. El tercero corresponde a François Bayrou, el candidato de la Unión por la Democracia Francesa (UDF), que ha causado sorpresa al poner en entredicho el condominio Sarkozy /Royal y la lógica de unas elecciones que se creía que estaban situadas bajo el signo de la vuelta con fuerza redoblada de la dicotomía entre la derecha y la izquierda, y del desquite del 21 de abril de 2002.

Al obtener más del 20 por ciento de la intención de voto, muy por encima del resultado del 7 por ciento conseguido en 2002, François Bayrou se impone como el tercer hombre de la primera vuelta, aventajando ampliamente a Jean Marie Le Pen. Su hueco, que en principio consiguió en detrimento de la candidata socialista, ha exacerbado las tensiones entre Ségolène Royal y su partido y ha puesto de relieve la división de la izquierda, fragmentada entre la línea izquierdista de Laurent Fabius y la socialdemócrata defendida por Dominique Strauss-Kahn. Se presenta como un reflejo de las dudas que rodean la capacidad de liderazgo de Ségolène Royal, a la vez que del arcaísmo de un Partido Socialista que, al contrario de todos sus homólogos europeos, sigue esperando una modernización ideológica. Pero su remontada desestabiliza también a Nicolas Sarkozy, cuya personalidad y cuyo programa de actuación sirven de blanco privilegiado a François Bayrou.

Bajo la aparente simetría del discurso «ni derecha ni izquierda», el éxito de Bayrou se basa en el llamamiento al voto útil contra Nicolas Sarkozy, del que ha desposeído a Ségolène Royal. Asocia una postura contestataria, una cara de moderación y de unión, y la prioridad de una política de oferta y de reducción de la deuda pública. La postura es la del extremo centro, que sugiere un David que lucha contra los Goliat, ya sean la Unión por un Movimiento Popular (UMP) y el Partido Socialista en el plano político, o los grupos que cotizan en el índice de referencia de la bolsa y los grandes medios de comunicación en el plano económico. Contestación y victimización son los dos ejes de este extremo centro que priva a Jean Marie Le Pen del monopolio de la ruptura con el sistema político tradicional. Pero el estilo de esta contestación sigue siendo moderado, cordial e integrador, en las antípodas de los tonos xenófobos del Frente Nacional. De esto se derivan cuatro prioridades: política, con la superación de la dicotomía entre derecha e izquierda, gracias a un gobierno de unidad nacional; económica, con el apoyo a las pymes; financiera, con la primacía de la reducción de la deuda pública, corolario de la crítica del carácter demagógico de las promesas de los demás candidatos; y social, con la aclamación del modelo republicano y el papel fundamental reconocido a la educación.

El eco que ha encontrado François Bayrou se explica por cuatro razones principales. En primer lugar, la desconfianza de los franceses frente al sistema y la clase política, que un 61 por ciento de ellos rechazan, y su exasperación frente a la incapacidad de los partidos tradicionales para contener la mayor crisis nacional por la que atraviesa el país. A continuación, las dudas sobre la capacidad de Nicolas Sarkozy y de Ségolène Royal para regenerar sus respectivos terrenos y para modernizar el país, dudas alimentadas, por una parte, por el hecho de dejar en segundo plano el tema de una ruptura liberal con el fin de conseguir la adhesión de los fieles de Jacques Chirac, y por otra, por la vuelta al poder del aparato socialista, de sus líderes (los elefantes) y de sus valores más tradicionales. El desconcierto de la clase media, sometida a duras pruebas y marginada por la crisis económica y social; de los cuadros directivos del sector privado que se consideran abandonados por Nicolas Sarkozy, centrado ante todo en las clases populares; y de los funcionarios, especialmente los profesionales de la enseñanza, que se sienten traicionados por el Partido Socialista. Y por último, la maduración de los franceses, que se rebelan contra la demagogia del repertorio de promesas no financiadas, se preocupan cada vez más de la deuda pública y piensan someter a los candidatos a una doble exigencia de responsabilidad y de coherencia.

Desde este punto de vista, el énfasis dado por François Bayrou a la urgencia que se atribuye a una política de oferta y a la reducción de la deuda es saludable, aunque su propuesta de incluir en la Constitución un principio de prohibición de la deuda sigue siendo muy discutible. Su llamamiento al realismo y a la seriedad de las propuestas de política económica ha sido decisivo para la calidad del debate de 2007, infinitamente más rico y anclado en la realidad que las campañas sesgadas o truncadas de 1995 y 2002.

Sin embargo, la línea política del extremo centro que llama a la rebelión contra los partidos tradicionales comporta muchas contradicciones. La UDF pertenece por su historia a estas formaciones y a este sistema político que François Bayrou denuncia, y por sus alianzas y por su electorado pertenece a la derecha que constituye su blanco principal. La postura de mejor adversario de Nicolas Sarkozy choca, en caso de que se produzca una victoria de François Bayrou, con la necesidad de componer y de estructurar un gobierno del que la UDF no puede ni siquiera proporcionar el armazón (sólo tiene 22 diputados y muchos de sus cargos electos se han unido a Nicolas Sarkozy), y, por lo tanto, con una cohabitación inevitable con la UMP, teniendo en cuenta el rechazo categórico del Partido Socialista a las propuestas de apertura del candidato de la UDF. El «ni derecha ni izquierda» desemboca así en una institucionalización de la cohabitación, en las antípodas de la claridad política y de la acción reformadora que reclama el país. La crisis francesa se presenta de hecho menos ligada a la existencia de la dicotomía entre derecha e izquierda que a su confusión desde hace dos décadas, agravada por la marginación de los liberales en la derecha y de los socialdemócratas en la izquierda.

El ninismo, indisociable del riesgo de inmovilismo, se traduce también en la inseguridad para elegir una política económica. ¿Cómo disminuir la deuda y reformar el Estado pronunciándose a la vez a favor de una moratoria sobre la enseñanza pública que absorbe el 7 por ciento del PIB para producir un 15 por ciento de analfabetos y dejar al 44 por ciento de los estudiantes fuera de la Universidad sin ningún título? ¿Cómo abogar por una política de oferta perpetuando al mismo tiempo las normativas maltusianas, como la prohibición de trabajar el domingo, los bloqueos del mercado laboral, y el arcaísmo de un sistema fiscal y social que arruina a las empresas y obliga al exilio a los capitales, las actividades, los cerebrosy los talentos? ¿Cómo generar actividad y empleos aumentando al mismo tiempo considerablemente el coste de las horas extraordinarias?

El extremo centro incurre así en el mismo defecto de demagogia del que acusa a los partidos tradicionales, al mantener un discurso moderado adoptando a la vez una postura contestataria; al reivindicar el monopolio de la razón volviéndose a la vez hacia el antiliberalismo; al pretender modernizar defendiendo a la vez, amparándose en el modelo republicano, el statu quo en materia económica y social. Por lo tanto, funciona como un señuelo que, bajo el pretexto de denuncia radical del sistema existente, milita por su reconducción y por un suma y sigue de las reformas, en la misma línea de los fracasos de Jacques Chirac.

Pascal definía a Dios como un círculo cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna. Para François Bayrou, el centro es un círculo cuyos electores están en todas partes y la línea política en ninguna. Sus ambigüedades no parecen estar a la altura del desafío histórico de estas elecciones, donde está en juego la posibilidad de redirigir Francia. Éstas no impiden a François Bayrou haber conquistado una posición determinante para el resultado del escrutinio. Así ocurre con las políticas de la tercera vía que, inseguras en el plano intelectual, pueden transformarse en trayectoria ideal para caminar, si no necesariamente hacia la Presidencia de la República, al menos hacia el poder.

Nicolás Baverez, historiador y economista.