Bebés dormidos (o por qué hablamos de estrías)

¿Han visto alguna vez un bebé nacido entre las 22 y 25 semanas? La piel es tan fina, translúcida y está tan enrojecida que parece que está crudo. Uso una palabra cruda para expresar esta realidad: bebés sin hacer, bebés que nacen en lo que se llama el “límite de viabilidad”, es decir, existe una posibilidad de que puedan llegar a sobrevivir fuera del vientre materno durante unos minutos, unas horas o, en el mejor de los casos según el deseo de la mayoría de los padres, pueden continuar gestándose durante meses en una incubadora, sobre las sábanas del terror a graves secuelas. Son meses en los que ningún médico les dará garantías de nada, días viviendo en el presente radical de “mi hijo sigue latiendo en este preciso segundo”, medio kilo de carne que respira con dificultad en un cofre transparente a la vista del mundo. Meses antes de su fecha de nacimiento los padres y los médicos ya pueden contemplar cómo se terminan de formar sus órganos, sus uñas, sus orejas.

Bebés dormidos (o por qué hablamos de estrías)En ocasiones, también la madre corre peligro de muerte. Mujeres que, en muchos casos, pueden ser salvadas por el relato de la experiencia de otras mujeres. Tristemente, algunas callan. Otras hablan. Hablan porque tuvieron que pasar por las contracciones, el dolor y el esfuerzo de empujar para parir a un bebé que ya sabían que estaba muerto, o hablan porque pasaron ciento y una noches acariciando una incubadora, o porque después de algunas de estas experiencias sufren problemas de salud que disminuyen considerablemente su expectativa de vida, o porque la enfermedad les ha impuesto que posiblemente nunca podrán parir un hijo vivo. En definitiva, mujeres que no se sienten menos mujeres por compartir un pesar común durante esos días lacerantes y hormonados: “Mi cuerpo no ha sido capaz de llevar a cabo sus funciones más primitivas: gestar y parir”.

Yo debo mucho a las mujeres que hablan, que me ayudaron a sobrellevar una de las enfermedades por las que estos bebés precipitan su llegada al mundo y puede llevar a la muerte de la madre hasta seis semanas después del parto. Hablo de la preeclampsia, un trastorno hipertensivo que desconocía antes de que me azotara, a pesar de que es una de las principales causas de muerte relacionadas con el embarazo. Las mujeres que me ayudaron son la médula de una plataforma llamada en inglés Supervivientes de la Preeclampsia, Eclampsia y Síndrome de Hellp, y fue creada por las estadounidenses Kara Boeldt y Jennifer Heiniger como un refugio en el que las mujeres afectadas pueden compartir sus historias y sentirse arropadas e informadas a través de las últimas actualizaciones médicas sobre la enfermedad. También hay una sección de homenaje a los bebés microprematuros que no sobrevivieron, en el cual se comparten fotos necesarias para iniciar el duelo, bebés con sus ropitas demasiado grandes, bebés dormidos, como los llaman las matronas, hijos de mujeres con un futuro que remite al microrrelato más triste:

Vendo zapatos de bebé, sin usar

En el grupo hay mujeres de 115 países y moderadoras voluntarias de Chile, Reino Unido, Alemania, Australia, Curaçao, Kenia e Italia. La primera vez que pedí ayuda, una mujer a la que no había visto nunca dedicó una gran parte de su tiempo a explicarme los pormenores de mi caso particular, con un cariño que me unió a la plataforma. Hoy, ocho meses después, cada día leo las peticiones de ayuda de tantas otras mujeres aterrorizadas o deshechas, por si mi experiencia les pudiera ser útil. Durante este tiempo he sido testigo de cómo algunas mujeres, tras ser aconsejadas por una de las moderadoras de la plataforma, han corrido al hospital y ese mismo día le han practicado una cesárea de emergencia. Hablo, pues, de que esta plataforma no sólo reconforta, sino que salva vidas.

Entre los síntomas más comunes de la preeclampsia se encuentran la presión arterial alta, dolor de cabeza persistente, molestias en la parte derecha del abdomen, problemas visuales o hinchazón exagerada de manos, pies y cara. La información es vital para poder identificar cuanto antes esta enfermedad, resbaladiza porque aqueja a mujeres de todas las edades y no está relacionada con la nutrición, la obesidad o con un estilo de vida poco saludable. Yo no contaba con esta información y cuando llegué al hospital mi hígado y mis riñones ya empezaban a apagarse. Mi presión arterial era de 220/160 mm Hg. De repente me vi rodeada de médicos y personal sanitario. Alguien con voz de mujer me explicaba que seguramente iba a empezar a tener convulsiones y me pidió que confiara en su equipo. Así entré durante varios días en una especie de limbo pesadillesco, porque el sulfato de magnesio utilizado para atenuar la posibilidad de un derrame cerebral me debilitaba, no tenía fuerzas para cambiar de posición, siquiera para hacer algunos gestos, y el pensamiento se volvía anacrónico, si algún doctor me daba una respuesta a algo que le había preguntado, ya se me había olvidado la pregunta, así que la respuesta resultaba surreal, amenazante. Y mi bebé no estaba conmigo. La leche se me había cortado. Sólo importa tu vida, te dicen, pero las hormonas, el instinto, te imponen la necesidad de tu recién nacida mamando en tu pecho. Tampoco ella sobreviviría gracias a mí. Necesitaba la leche de otra mujer o fábrica. De nuevo lo piensas y tardarás algún tiempo en saber que no es así, pero en ese momento lo es: mi cuerpo es un fracaso.

Cuando, más tarde, conté mi experiencia, con sorpresa empecé a oír testimonios de conocidas que habían pasado por lo mismo, pero callaron. En cambio, en las redes proliferan fotos de barrigas repletas de estrías, pechos caídos, obesidad. Defienden que las mujeres de verdad (lo que quiera que signifique esto para quienes usan la expresión) se estropean. Yo contaba con ello, y me resultaba indiferente, sin embargo mi cuerpo, en términos estéticos, se recuperó en dos meses. Obviamente, habría preferido ser eso que llaman una mujer de verdad a tener que pasar por el trauma de sentir que si hubiera parido en medio del bosque, o en un avión, nos habríamos muerto. Aquí está el problema, se habla de estrías para no hablar de algo verdaderamente feminista: lo que algunas mujeres sienten que le quita a la mujer su carácter de hembra no son las consecuencias estéticas de su cuerpo, sino la capacidad de poder dar vida sin morir. Esa es la hembra animal, la que lo habría logrado aunque hubiera parido sola bajo un árbol, la que hace que la especie prospere sin necesidad de un equipo de no sé cuántos médicos que se coordinan para resucitarla. Sólo las mujeres a las que les afecta de algún modo el deterioro físico y no quieren o pueden reconocerlo se toman la molestia fútil de hablar de estética. Decir que las estrías son bellas no es feminista. Y es que hay ámbitos del feminismo donde ni las feministas llegamos. Yo pasé meses sin hablar, pero aprendí, por agradecimiento a todas esas mujeres que también aprendieron, y hoy me ayudan a cualquier hora, cuando en mitad de la noche aún me despierto sudando y siempre, siempre, hay una mujer que me consuela desde Australia, Kenia, Curaçao. Algunas de estas mujeres tuvieron que tirar o donar su leche, madres de bebés dormidos que permanecen en vela para que otras mujeres como yo puedan parir a sus bebés despiertos.

Marina Perezagua es escritora, autora de Seis formas de morir en Texas (Anagrama).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *