Benedicto XVI, 70 años de sacerdote

Cuando en 1944 un oficial de las SS le preguntó a bocajarro qué quería ser «de mayor», el joven ‘voluntario’ del campo de trabajos forzosos respondió que «párroco en un pueblo». Todos los presentes se rieron de él, pero este gesto de Joseph evitó que otros se enrolaran en las SS y que los demás seminaristas se mantuvieran fieles a su vocación. Siete años después, el 29 de junio de 1951, Joseph Ratzinger era ordenado sacerdote junto con su hermano Georg, en la monumental catedral de Frisinga. Una película del momento en blanco y negro recoge la ocasión. Eran los primeros años de la posguerra, en la que tuvo lugar un florecimiento espiritual y abundancia de vocaciones.

Después vino el concilio y el posconcilio, las clases en la universidad y el episcopado en la misma diócesis que le vio ordenarse. Han pasado ya setenta años desde entonces y, en aquel momento, sintiéndose débil, recibió seguridad. Una alondra que cantó en el momento de la imposición de manos le pareció un buen augurio… Era un símbolo de la fuerza del Espíritu que recibe todo sacerdote en su ordenación: «Cuando dije ‘sí’ en la ordenación sacerdotal -recordaba ya como Papa-, es posible que tuviera mi propia idea sobre el futuro, pero también supe: ‘Me he puesto en manos del obispo y, en última instancia del Señor. No puedo buscar para mí lo que quiero. Al final tengo que dejarme llevar’». Dejarse llevar, tal vez sea este el mayor mérito de Benedicto XVI: desde que se puso a disposición de Dios, procuró dirigir sus pasos hacia donde no quería ir.

Ir y servir: es el destino de todos los ministros de la Iglesia. «En la vigilia de mi ordenación sacerdotal, hace cincuenta y ocho años, abrí la sagrada Escritura -rememoraba también como Papa de un modo muy agustiniano-, porque quería recibir aún una palabra del Señor, para ese día y para mi futuro camino de sacerdote. Mi mirada se detuvo en el pasaje: ‘Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad’. Entonces supe: el Señor está hablando de mí y me está hablando a mí. Precisamente lo mismo me sucederá mañana a mí». «Conságralos en la verdad» (Jn 17,11) es el resumen de todo un ministerio, porque «la verdad hace libres» (Jn 8,31). Fue también el lema que puso en su escudo episcopal: «Colaboradores de la verdad» (3Jn 1,8) que es el mismo Jesucristo: la verdad encarnada, muerta y resucitada por amor.

Fue este el legado que nos entregó como sacerdote, obispo y Papa, cada vez más valorado. Después ha seguido sirviendo, en todos los sentidos, con su oración, su trabajo, su silencio. Como un monje, repite. En la rueda de prensa celebrada a la vuelta del viaje a Armenia, el 27 de junio de 2016, el Papa Francisco dijo de él: «Es para mí el Papa emérito, el abuelo sabio, el hombre que me guarda las espaldas con su oración. No olvido aquel discurso que nos dio a los cardenales, el 28 de febrero [de 2013]: ‘entre ustedes seguro está mi sucesor. Prometo obediencia’ y lo ha hecho. […] Es un hombre de palabra, un hombre recto, recto, recto». Joseph Ratzinger ha sido catedrático de teología durante 25 años, 5 arzobispo de Múnich y Frisinga; 23 prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, colaborando con san Juan Pablo II; 8 como obispo de Roma. Pero sobre todo ha sido sacerdote durante todo este tiempo. Lo acompañamos así hoy con agradecimiento y oración.

Pablo Blanco Sarto, Universidad de Navarra.

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