Benedicto XVI, en la «catedral» del tercer milenio

Ayer Benedicto XVI inició su segunda visita apostólica a España, en la que visitará las ciudades de Santiago de Compostela y Barcelona. Su primera visita, como se recordará, fue a Valencia, los días 8 y 9 de julio de 2006, en el tercero de sus viajes internacionales. Ahora retorna a nuestro país, con dos objetivos concretos: hacerse peregrino en Santiago de Compostela y dedicar en Barcelona el templo de la Sagrada Familia. Y ya tiene en perspectiva un tercer viaje, que será, Dios mediante, en agosto del próximo año para presidir, en Madrid, los actos de la Jornada Mundial de la Juventud.

Barcelona espera la visita de Benedicto XVI como un auténtico don de Dios. El gesto del Santo Padre al aceptar la invitación que le hice de presidir la dedicación a Dios del templo de la Sagrada Familia tiene un gran valor y un profundo significado. Lo interpretamos, ante todo, como una expresión del afecto que nos tiene y que pone de relieve su solicitud apostólica por todas las Iglesias locales, extendidas por los cinco continentes, y también por la nuestra.

La antigua tradición de peregrinar a Roma para ver al Papa —tradición especialmente viva en estos tiempos de tanta movilidad— se ha visto completada por la práctica de los Papas, desde Pablo VI, de ser ellos los que van hacia las Iglesias diocesanas. Juan Pablo II, que también en esta práctica cabe calificar como «Magno» por sus más de cien viajes apostólicos, plasmó esta práctica con una bella definición: las visitas papales son «peregrinaciones al santuario viviente del Pueblo de Dios».

La Iglesia de Barcelona, juntamente con las otras diócesis de Cataluña y del resto de España que nos honran con su presencia —con sus obispos y con una representación de fieles cristianos—, ha hecho un notable esfuerzo para preparar espiritualmente esta visita. Para los católicos, una visita del Santo Padre es sobre todo un acontecimiento espiritual. El sucesor de Pedro viene para confirmarnos en la fe, para animarnos en la fidelidad a Jesús y a su Evangelio, para ser valientes en dar un testimonio, en obras y palabras, del Evangelio en esta sociedad secularizada y plural en la que nos movemos.

En este sentido, la visita de Benedicto XVI se inscribe en los objetivos del Plan Pastoral de nuestra diócesis, que para estos años se concreta en estos tres objetivos: conocer, celebrar y vivir la Palabra de Dios; crecer en la solidaridad en medio de la actual crisis económica y fomentar la participación de los inmigrantes católicos en las comunidades cristianas. Dicho llanamente, aspiramos a que la visita pontificia no sea un paréntesis espectacular en la vida cristiana de nuestra diócesis, sino que sea un impulso para revitalizar nuestra fe y nuestro testimonio, a fin de que seamos más prontos y más capaces de «anunciar a todos el Evangelio», que es el lema de nuestro Plan Pastoral. Nuestro compromiso será acoger con espíritu abierto y con voluntad de llevarlos a la práctica los mensajes que el Papa quiera dejarnos durante su visita.

La visita es también un acontecimiento cívico, al que dan una especial resonancia los medios de comunicación, tan influyentes en las sociedades actuales. Como acontecimiento, la visita de Benedicto XVI a Barcelona tiene dos puntos focales: el templo de la Sagrada Familia y la Obra Benéfico-Social del «Nen Déu».

El templo de la Sagrada Familia, que el Papa declarará basílica, habla por sí mismo. Es un gran monumento a la fe cristiana, es una llamada a la Trascendencia; es un mensaje espiritual; es un homenaje a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y a la que ha sido calificada como «la Trinidad de la tierra», Jesús, María y José. La Sagrada Familia es inseparable de la figura del arquitecto genial y del cristiano ejemplar que la concibió, Antoni Gaudí, en el que se da una doble dimensión que resulta muy sugestiva para el Papa teólogo: la creación artística, la belleza en suma, como vía de acceso a Dios. En Gaudí la fe cristiana demostró que puede ser fecunda también en creatividad artística.
Gaudí quiso poner en las torres aquellas inscripciones del «Sanctus, Sanctus, Sanctus, como una cinta helicoidal, para que quien las leyera —«incluso los incrédulos», decía él— elevara la mirada hacia el cielo.

El Papa dedicará a Dios un gran monumento, que es como un catecismo de la doctrina cristiana en piedra. Gaudí sabía que la obra le superaría en todos los sentidos y que él no la podría ver acabada. Pero le movía la fe de los antiguos constructores de catedrales. Se sentía llamado a poner los fundamentos de una obra de gran envergadura, de una verdadera «catedral del tercer milenio». Decía también: «Mi cliente no tiene prisa».
La obra de la Sagrada Familia no se ha hecho con prisas. Se ha hecho lentamente y ha pasado por numerosas pruebas. Pero, después de Gaudí, el otro gran protagonista de este templo es el pueblo, el de Cataluña, el de España, y cada día más el de todos los continentes, que, con un sexto sentido difícil de definir, ha hecho suyo el mensaje de este monumento a la vez profundamente religioso y también cívico, cristiano y a la vez laico —por su profundo sentido ecológico—, local y a la vez universal.

«En la Sagrada Familia —decía también Gaudí— todo es providencial». Y a la pregunta que le hacían sobre quién terminaría el templo, contestaba que San José. Es realmente providencial que este templo, promovido por una asociación de devotos de San José, fundada por el editor barcelonés Josep María Bocabella, sea «inaugurado» y presentado al mundo por un Papa que lleva el de José como nombre de bautismo. Creo que ni Gaudí pudo llegar a pensar en la posibilidad de que su obra traería en visita a Barcelona a dos Papas: Juan Pablo II, el 7 de noviembre de 1982, y Benedicto XVI en otro 7 de noviembre, 28 años después. A la basílica de la Sagrada Familia, creo que le esperan otros acontecimientos providenciales que podemos desear, pero que no podemos prever ahora.

Pero estemos seguros de que no faltarán, porque la Sagrada Familia es como un milagro de la fe. Quien se pasee por las amplias naves que admirará el Papa, podrá ver a muchos visitantes —muchos de ellos jóvenes por cierto— sentados, contemplando, como extasiados, aquel bosque de palmeras en piedra. Y yo mismo, contemplándolos discretamente, me he preguntado a mí mismo: ¿Qué les sigue diciendo Gaudí a estos hombres y mujeres del tercer milenio? Quizá les ayuda a elevar los ojos hacia el cielo, ayudados por aquella luz mediterránea, de la que él fue un gran admirador y que, con su técnica constructiva, logró introducir admirablemente en su obra.

Lluís Martínez Sistach, cardenal arzobispo de Barcelona.

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