Beppe Grillo

A finales de febrero ocurrió un hecho cuyo importe no sabemos medir todavía: la conversión de Beppe Grillo, cómico de oficio, en la primera figura de la democracia italiana. En las elecciones a la Cámara Baja, y antes de contar los votos emitidos en el extranjero, Grillo aventajó a Bersani, a Berlusconi y a Monti, cuyos pobres resultados se interpretan como la resultante de dos vectores distintos: mal planteamiento de la campaña y enemiga casi ecuménica a la Europa que el imaginario popular identifica con la Merkel y la fiscalización alemana del euro. El hecho cuyo importe no sabemos medir todavía es portentoso, se mire como se mire. Grillo fundó en el 2009 una formación asamblearia y semoviente que responde al nombre de «Movimento 5Stelle». Esa cosa amorfa —o polimorfa— ha batido a los populistas de la vieja escuela, a los políticos de pasillo e intriga entre bambalinas y a los tecnócratas. Las tesis de Grillo se aproximan mucho a las de los indignados, y su herramienta de trabajo es internet. ¿Por qué digo que el portentoso suceso de Grillo se resiste aún a ser medido? La razón es que no es excluible… que el M5S reviente como una pompa de jabón. La cadena de mandos dentro del movimiento es confusa, Grillo no ha querido presentarse a las elecciones, y sus congresistas y senadores no aciertan aún a manejarse con soltura en el laberinto bizantino (o florentino) del parlamentarismo italiano. La designación de Grasso, un hombre de Bersani, como presidente del Senado, ha provocado ya algunas fisuras en las filas del M5S. Presumo que en el futuro se hablará de Beppe Grillo como un episodio, un destello, una fulguración, dentro de la historia de Italia, no como una novedad duradera. Lo último no quita, no obstante, para que su éxito de febrero no haya infligido una herida tal vez mortal al régimen. Sí, hay que tomarse a Grillo en serio, por mucho que su destino probable sean de nuevo las tablas, no el Palazzo Chigi. Yo he estado siguiéndole las vueltas por esos mundos de Dios, a través de diarios y vídeos. En lo que sigue, desgranaré tres o cuatro observaciones sueltas referidas a Italia y también, por elevación, al extraño momento en que parecen haber ingresado las democracias europeas del sur.

Punto número uno: ¿constituye Grillo un eco remoto de Mussolini? Las analogías son con frecuencia sugestivas. Conviene, no obstante, no llevarlas más lejos de lo debido. El Mussolini de 1919, el que se encontraba a punto de alumbrar el gran acontecimiento fascista, se declaraba antipartitico, entiéndase, opuesto a los partidos consagrados. Lo mismo, Grillo. Grillo no habla de antipartidismo, sino de antipolítica, pero el matiz es secundario. Grillo propone exterminar a los partidos —«bisogna mandar via i partiti»; «far piazza pulita», etc…— y deshacer el Parlamento. Ahí concluyen, sin embargo, las simetrías. Mussolini, muy influido por Nietzsche y Pareto, y también por el precedente inmediato de D´Annunzio, atribuía un papel determinante a las minorías revolucionarias. Su ideal era el Übermensch, el Superhombre, categoría a la que no vacilaba en adscribirse. Grillo, por el contrario, apuesta por la democracia directa, potenciada por las virtudes colonizadoras de internet. No, definitivamente, Grillo no es Mussolini. Si acaso, es Rousseau, pasado por el cedazo de Ralph Nader y sus campañas en defensa del consumidor. Pero el par Rousseau/Nader es inverosímil y filosóficamente monstruoso. De manera que lo mejor es dar de mano a los paralelos innecesarios y convenir en que Grillo es Grillo. Las tautologías resultan preferibles a las amistades peligrosas.

Dos: Grillo encabeza una genuina, formidable ola de protesta contra los paradigmas políticos prevalecientes hoy en día. Entiendo por tal el conglomerado de circunstancias y lugares comunes por los que se rige el pensamiento de los notables: ministros, formadores de opinión, directores de agencias internacionales. La tecnocracia de signo economicista, la globalización, el control de la vida colectiva por corporaciones profesionales ligadas a los intereses de la gran industria o de las finanzas, integran el tableauvivant en que deben adivinar su papel y su actitud los que aspiran a tener vara alta en la esfera pública. A Italia, por cierto, no le ha ido bien con la globalización. La economía nacional se ha deslocalizado hasta extremos notabilísimos, al tiempo que, de fronteras adentro, un régimen de oligopolio encarecía el consumo y dificultaba la existencia diaria de los italianos. Es lícito oponer, a este hecho, que Italia habría echado mejor pelo adaptándose de veras a las reglas que gobiernan la nueva economía. Es, sí, lícito, aunque también inane. Es posible que el teorema ricardiano de las ventajas comparativas hubiese exhalado sus esencias más puras en un país que no fuera como Italia: un país con partidos transparentes, exento de resabios católicos, con una vocación de sacrificio china y un fair play económico yanqui. Pero Italia, ¡ay!, es Italia, no una mezcla de China y Estados Unidos. Grillo habla como los italianos vulgares, y éstos le han premiado con millones de votos.

Tres: sean o no atendibles desde un punto de vista teórico, los paradigmas vigentes no han logrado trasuntarse en un lenguaje que no sea brutal o estúpido. Lo que se nos ha estado diciendo durante los últimos veinte años es más o menos lo siguiente: concíbase como una mercancía, aprenda inglés, y acuda allí donde su contribución al producto social —entendido como PIB planetario— sea más rentable. Esto, además de brutal, es incoherente, puesto que las políticas de signo socialdemócrata han consentido hacer lo contrario de lo que se estipulaba. A saber, quedarse en casa e ir tirando, a la baja, con los recursos que redistribuye el Estado Benefactor. La resulta ha sido un cisco formidable, y una irritación difusa que Grillo gestualiza con innegable talento. Recomiendo a los curiosos que se asomen a un vídeo colgado en la red. Corresponde a un mitin que Grillo celebró en abril del 2012 en Civitavecchia, una ciudad costera a pocos kilómetros de Roma. En una placita, ante poca gente, Grillo se unimisma con la población local. La noche es fría, el ambiente desangelado, y Grillo tira de sus aptitudes histriónicas para salvar la velada. Un Dios presciente —no nosotros— habría adivinado en ese palique entre el cómico y la gente menuda de un rincón provinciano una colusión nacional de dimensiones potencialmente colosales.

Cuatro: Grillo ha obtenido su suceso arrollador en polémica abierta con los diarios serios y la televisión berlusconiana. Tanto los diarios, como la televisión, representan, o representaban, medios comprobadamente eficaces de control social. Los primeros servían para armar la opinión. La segunda era el pasto que se ofrecía a los menos ilustrados para capturar el voto. Entendámonos: chicas ligeras de ropa, en combinación astuta con talkshows manipulados, mantenían a los sans-culottes en un estado de relativa calma. Ningún experto de la cosa, ni en España ni en Italia, ha dudado en atribuir a estos dos instrumentos –sobre todo al segundo- un valor decisivo en el arte de alcanzar la victoria durante una campaña. El inesperado triunfo de Grillo revela que con las recetas habituales no sale ya el pastel. Quizá Grillo lleve razón y el Régimen sea Viejo Régimen, o mejor, Ancien Régime. Tal vez se le estén saltando las costuras al mundo conocido. Lo aventuro sin especial regocijo. A ciertas edades, no se apareja uno a hacer puenting sin experimentar cierto estremecimiento.

Álvaro Delgado-Gal, escritor.

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