Berlusconi, problema eterno de Europa

Silvio Berlusconi, tres veces primer ministro de Italia y político dominante del país durante dos décadas, fue juzgado y condenado a cuatro años en prisión, sentencia que luego se redujo a un año. Pero pocos en Italia (o en Europa) creen que Berlusconi vaya a desaparecer de la política italiana o de la europea en un tiempo previsible. Hace muy pocos días, Berlusconi declaró que tenía intención de continuar su carrera política (aunque dijo que no se presentará para ocupar el puesto de primer ministro por cuarta vez).

Cualquiera sea el papel que Berlusconi se reserva, seguramente no será marginal. Tal vez no quiera volver a ser rey, pero su control de Mediaset (el grupo de medios más grande de Italia) sin duda lo habilita para ser hacedor de reyes. Y dados sus enormes índices de popularidad, tal vez decida patear el tablero, adoptar una postura euroescéptica y antigobierno y tratar de provocar la caída del gobierno tecnocrático del primer ministro Mario Monti.

Monti reemplazó a Berlusconi en noviembre de 2011; lo hizo con un claro mandato y pleno apoyo parlamentario para implementar las medidas necesarias para recuperar la confianza de los mercados y calmar los temores de los socios de Italia en la eurozona y del Fondo Monetario Internacional de que el país pudiera seguir los pasos de Grecia. Cuando ese mismo mes se celebró la cumbre del G-20 en Cannes, Italia (lo mismo que Europa) estaba peligrosamente cerca del colapso. El gobierno de Berlusconi se encontraba profundamente dividido respecto de las medidas fiscales necesarias para reducir el costo de los pagos de la deuda del país; el atasco político interno, sumado a la incapacidad de Berlusconi para llegar a un acuerdo con Alemania y Francia, llevó a un aumento desenfrenado del costo de refinanciación. Entre julio y noviembre de 2011, el tipo de interés diferencial respecto de los bonos alemanes nunca bajó de los 500 puntos básicos.

Aunque el gobierno de Monti recuperó la confianza de los mercados y la credibilidad internacional de Italia, la situación general todavía es frágil. El tipo de interés diferencial se estabilizó en torno de una cifra más manejable (300 puntos básicos), pero todavía es superior al valor que tenía hace tres años. Además, las perspectivas económicas de Italia siguen sumidas en una gran incertidumbre.

De hecho, parece que la modesta recuperación económica prevista para muchos países en 2013 no incluirá a Italia. Según el FMI, la economía italiana seguirá en recesión el año que viene, y si bien la contracción será menos grave que en 2012 (–0,7% en 2013, contra –2,3% este año), se prevé que la tasa de desempleo aumente de 10,6% a 11,1%.

Lo hecho hasta ahora no alcanza: son necesarias más medidas para sostener el crecimiento económico en el corto plazo, mejorar la posición fiscal en el mediano plazo e implementar las reformas estructurales necesarias para robustecer la economía italiana y darle más competitividad internacional en el largo plazo. En el índice de competitividad global que elabora el Foro Económico Mundial, Italia ocupa el 43.° lugar, muy por debajo de los principales países de la eurozona. Esto se debe a la falta de inversión (especialmente en capital humano) y a rigideces estructurales que durante muchos años han puesto trabas al crecimiento.

La respuesta a los problemas económicos de Italia no es, como pretende Berlusconi, abandonar la eurozona y volver a la flexibilidad de la moneda propia (algo que en otros tiempos permitió al gobierno impulsar la competitividad por medio de devaluaciones irresponsables). Lo que necesita Italia es aprender a vivir con el euro y dentro de la eurozona, para lo cual debe adoptar políticas que aseguren que los principales factores de competitividad sean la innovación y el aumento de la productividad, en vez de la devaluación monetaria.

Para continuar lo que empezó el gobierno de Monti, es esencial que Italia tenga un gobierno estable, competente y responsable, con holgada mayoría parlamentaria. Aunque todo parece indicar que la transición será relativamente fluida, existen todavía muchas incertidumbres que podrían hacer fracasar el proceso de reforma. En particular, tanto en Italia como en los demás estados miembros de la eurozona sobrevuela una gran duda: ¿será capaz Italia de pasar de la política tecnocrática a un gobierno “normal”?

Desde este punto de vista, las intenciones de Berlusconi para Italia (y las consecuencias de su plan para la eurozona) son preocupantes. Ante el menor indicio de que el país pudiera quedar otra vez trabado en la inercia parlamentaria (como ocurrió en los meses finales del último gobierno de Berlusconi), los mercados pondrían en duda la credibilidad del plan de consolidación italiano, con lo que la capacidad del país para refinanciar su deuda se vería seriamente amenazada. La deuda de Italia es la mayor de la eurozona (aproximadamente 2 billones de euros, 2,6 billones de dólares o el 120% del PIB del país); es decir que a Italia se la puede ayudar, pero no se la puede rescatar.

Monti debe asegurar que, si llegara a concretarse la amenaza de una nueva ronda de inestabilidad en los mercados, Italia esté preparada para hacerle frente. Ahora hay una posibilidad que no existía unos meses atrás: el Banco Central Europeo puede intervenir y comprar los títulos de deuda de los países en problemas. Pero para activar este mecanismo se necesita una solicitud formal previa. Italia debería comenzar a transitar ese camino ya mismo: es mejor tener las armas listas de antemano (aunque después no haya que usarlas) a encontrarse cara a cara con el enemigo con las manos vacías.

Paola Subacchi is Research Director for International Economics, Chatham House, London. Traducción: Esteban Flamini.

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