Berlusconi y sus cómplices

Está llegando el régimen de Berlusconi realmente a su ocaso? Los síntomas así parecen demostrarlo, cada día con mayor evidencia. Y, sin embargo, la política italiana vive desde hace un año por lo menos sumida en esa paradoja: casi cada día se dice que el Gobierno podría caer "mañana mismo" y, con todo, el Gobierno sigue sobreviviendo (y causando nuevos daños). Intentemos explicar tamaño misterio.

La crisis del berlusconismo resulta diáfana, desde cualquier punto de vista.

1. En el ámbito criminal y judicial: Berlusconi está implicado en estos momentos en seis causas como imputado, en una como parte afectada (podría haber sido objeto de chantaje), y en el pasado sus responsabilidades criminales han sido reconocidas en repetidas ocasiones (lo de que siempre haya sido absuelto no es más que una leyenda, que su totalitarismo televisivo repite, sin embargo, con orwelliana obsesión): ha evitado la cárcel gracias a normas penales o de procedimiento introducidas ad personam. Las últimas interceptaciones telefónicas, que han dado la vuelta al mundo por la sordidez psíquica del personaje, son política y judicialmente decisivas, no ya por lo que revelan de una relación con las mujeres basada únicamente en el comercio carnal (¡muy lejos de su supuesta imagen de latin lover!, por más que no dejen de ser asuntos privados), sino porque a través de la compraventa de prestaciones sexuales, a los alcahuetes de Berlusconi se les ofrecían cargos políticos, se les asignaban contratas millonarias, se les garantizaban sillones en las cúpulas de entes públicos de gigantesco volumen de negocios (en el petróleo, en el gas, en el armamento). En definitiva, una omnipresente telaraña criminal de concusión al por mayor.

2. En el ámbito de los distintos poderes del establishment que siempre lo han apoyado: las desavenencias, la fronda, los reparos de los industriales y del mundo financiero están trasformándose en abierta hostilidad. La patronal pide ya oficialmente un Gobierno de emergencia sin Berlusconi. Las altas jerarquías de la Iglesia católica, en sus manifestaciones públicas, siguen la línea de Poncio Pilatos, aunque in coulisse: se afanan por la sustitución de Berlusconi y por el nacimiento de un nuevo partido católico conservador. Entre los "poderes fuertes", solo las mafias parecen seguir manteniendo sus simpatías por el amigo de Putin.

3. En el ámbito económico: del dramatismo de la situación italiana están perfectamente al corriente los ciudadanos de los demás países europeos, mucho más

que los italianos, dado que los medios de masas monopolizados por Berlusconi minimizan la crisis o llegan incluso a dibujar una situación completamente idílica. Pero a estas alturas, el empobrecimiento de amplios sectores de las clases medias ha sobrepasado el nivel de alarma, mientras en el otro extremo crece impunemente la evasión fiscal y el enriquecimiento desmedido más desvergonzado (entreverado con la criminalidad y las mafias, muy a menudo). La mezcolanza de las tensiones sociales es ya potencialmente explosiva.

Todo ello, a fin de cuentas, ha provocado un derrumbe de apoyos sin precedentes. Berlusconi goza actualmente del aprecio de menos de un cuarto de los ciudadanos, los sondeos lo señalan como perdedor por muchos puntos, y todo a pesar de una dictadura mediática que no ha dejado de hacerse más feroz (solo un italiano de cada 10 compra algún periódico, incluidos los deportivos, de modo que nueve de cada 10 se informan de la realidad únicamente a través de la televisión, en un 90% en manos de Berlusconi).

¿Cómo es posible, pues, que el excompañero de meriendas de Gadafi siga aún en su sillón? Porque si bien es muy cierto que podría resbalar "mañana mismo" debido a cualquier tropiezo, incluso menor, resulta más cierto aún -por desgracia- que en esta desastrosa situación (para el país) podría sobrevivir hasta las elecciones del 2013, e incluso ganarlas (abriendo la perspectiva de un auténtico fascismo) a causa de la estupidez y las divisiones de la oposición. Por otra parte, vista la caída libre de sus apoyos, la pregunta que se hacen muchos observadores conservadores es ¿por qué no le obligan a dar un paso atrás los dirigentes de su propio partido, desligando el destino del centro-derecha de la suerte personal de Berlusconi? En cualquier otro país europeo, un partido se comportaría así, frente a su líder ya total y definitivamente desacreditado, o si se me permite la palabra, puteado, y nunca mejor dicho.

La respuesta es sencilla y trágica a la vez, porque Berlusconi ha construido un sistema de poder absolutamente inédito y perfectamente cohesionado y compacto, basado en dos pilares. El primero: haberse rodeado de personas que carecen de autonomía alguna, que sin él no serían nadie (y no obtendrían ni un mísero voto). Ha llevado al Gobierno, a sus canales televisivos, a los entes públicos, a personajes de una mediocridad abismal, de una nulidad tal que muchas veces ha resultado obligado recurrir a la analogía con el nombramiento como senador del caballo de Calígula. En el "mejor" de los casos, exsocialistas de tercera fila como Brunetta, Sacconi, Tremonti; más a menudo, invenciones propias de prestidigitador como en el caso de las ministras Carfagna (Igualdad de Oportunidades), Gelmini (Educación), Brambilla (Cultura), que fueron ostentosamente acusadas por la cómica Sabina Guzzanti de ocupar sus cargos por méritos al estilo de Monica Lewinsky (de las querellas prometidas no ha vuelto a saberse nada). Acusaciones confirmadas de hecho por la parlamentaria berlusconiana Alessandra Mussolini, nieta de Benito, quien, ante la pregunta "qué diferencia observa entre Berlusconi y su abuelo", contestó: "Mi abuelo no nombró ministro a Petacci" (la amante del Duce).

El segundo pilar: en los ganglios que cuentan, Berlusconi ha tejido una inextricable trama de fidelidades personales y de genuina solidaridad criminal. En su Gobierno y en torno a su Gobierno existe un auténtico sistema planetario de cuadrillas especializadas en contratas, en grandes obras públicas, en el tráfico internacional, que controla negocios de miles de millones de euros, una porción consistente de todo el presupuesto estatal a través del que los bienes públicos acaban siendo literalmente desangrados en beneficio del enriquecimiento privado. Este sistema se sirve también de sus contactos con determinados sectores de la policía fiscal, de la magistratura, de los servicios secretos, como ha salido a la luz en recientes investigaciones judiciales (las llamadas P3 y P4) que, con todo, se han limitado a localizar la punta del iceberg.

Estas miles de personas, colocadas en los puestos más decisivos del sistema de poder, saben que si cae Berlusconi les aguarda un desmoronamiento completo. Del día a la noche, y no en sentido metafórico, porque para la mayoría significaría la pobreza, y para muchos incluso la cárcel. Este es actualmente el cemento más sólido del berlusconismo: la complicidad. Que garantice el silencio, la omertà, la más sólida de las solidaridades humanas.

Quienes se oponen, por lo demás, pueden hacerlo solo a medias. Los empresarios lo han estado apoyando durante años, lucrándose con privilegios inauditos (jamás ha habido Gobierno en Italia tan clasista en favor de los sectores más privilegiados). A menudo, se ha tratado de favores inconfesables que les hacen susceptibles de chantaje. En cuanto a la oposición parlamentaria de "izquierdas" (entre comillas, porque de izquierdas ya no le queda nada), oscila entre la estupidez (un factor histórico excesivamente infravalorado por los observadores de la política), la subordinación cultural y la complicidad en la corrupción del establishment. Berlusconi, con toda razón, se mofa de ella, y declara que la única auténtica oposición son los jueces.

Lo que resulta falso, por un lado, dado que los magistrados se limitan a cumplir con su deber, de manera imparcial (también contra políticos de "izquierdas", como los dirigentes del PD de Milán). Pero que es cierto, también, dado que Berlusconi confiesa así su incurable oposición a la legalidad. El carácter criminal de su propio poder.

Por Paolo Flores d'Arcais, filósofo y editor de la revista MicroMega. Traducción de Carlos Gumpert.

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