Bernardo de Gálvez (1746-1786), «un héroe americano»

EL 16 de diciembre del año pasado, el presidente Barack Obama firmó la resolución conjunta del Congreso por la que se confería la ciudadanía honoraria de los Estados Unidos a Bernardo de Gálvez. El más alto honor que este país puede otorgar a un ciudadano extranjero y que sólo ostentan otras siete personas. Cuando la prensa de ambos lados del Atlántico recogió la noticia surgieron dos preguntas: ¿quién era Bernardo de Gálvez?, ¿por qué los EE.UU. le habían concedido este título?

Para contestar la primera hay que repasar su biografía. Bernardo de Gálvez nació el 25 de julio de 1746 en Macharaviaya (Málaga). A los 16 años participó como voluntario en la guerra contra Portugal. Tres años más tarde acompañaba a México a su tío José, quien había sido nombrado visitador general de la Nueva España. Fue destinado a las Provincias Internas del Norte de la Nueva España, donde combatió a los apaches, recibiendo las primeras de las muchas heridas en combate que sufriría a lo largo de su carrera militar; pero, en lugar de sucumbir al clima belicista imperante entonces, se dedicó a estudiar e intentar entender a su entonces enemigo. Con sus experiencias Gálvez redactó unas Noticia y reflexiones sobre la guerra quese tieneconlosindiosapachesenlasprovinciasde

Nueva España, en las que pedía que «sean los españoles imparciales y conozcan que si el indio no es amigo es porque no nos debe beneficios, y que si se venga es por justa satisfacción de sus agravios ... [y] de la poca fe que se les ha guardado y de las tiranías que han sufrido».

Además de a los apaches, en la frontera norte de la Nueva España también aprendió a respetar y valorar a sus soldados nacidos en aquellas tierras, sin distinción de raza u origen. De manera directa escribiría: «¿Y qué importa al soberano que sea blanco o negro el que bien le sirve si el color del rostro se desmiente con la nobleza del corazón? […] yo he visto una bandera más airosa y más bien defendida en las manos negras de un mulato que en poder de otras más blancas pero más endebles».

En 1772 regresó a la Península Ibérica. Tras un tiempo como estudiante en la Real Academia Militar de Ávila, participó en la fallida expedición a Argel de 1775, donde se distinguió en la retirada, negándose a embarcar hasta que lo hubiera hecho el último de sus hombres. Tras un breve regreso a Ávila fue nombrado coronel del Regimiento Fijo de Infantería de la Luisiana y gobernador interino de provincia, donde contrajo matrimonio con María Feliciana de Saint-Maxent, hija de un rico comerciante de Nueva Orleans.

La guerra de la independencia norteamericana le volvió a dar la oportunidad de distinguirse en el campo de batalla. En Nueva Orleans se esperaba un inminente ataque inglés frente al que la prudencia aconsejaba reforzar las defensas de la ciudad, pero Gálvez, tanto por su carácter, por el que, en sus propias palabras, «prefería el tener más bien que responder a cargos de temerario que a cualquiera otra clase de acusaciones», como por un frío cálculo militar, tomó la «resolución de ir a buscar a los enemigos en sus propios fuertes y establecimientos supuesto que si no se tomaban por separado yo sabía bien que habían de venir a buscarme».

Subiendo por el Misisipi, tomó por sorpresa Manchac y, al asalto, Baton Rouge, para después dirigirse hacia la Mobila, que se rendiría tras un corto asedio. Su acción más recordada es la toma de Pensacola, donde, a bordo de su bergantín Galvez-town, forzó las defensas de su bahía, rindiendo la ciudad el 9 de marzo de 1781. Victoria que le valió ser recompensado con el título de conde y con el lema «Yo solo».

Regresó brevemente a la corte y tras un corto paso por Cuba como gobernador volvió a la Nueva España, esta vez como virrey. Desde el principio imprimió un nuevo estilo de gobierno. Su reputación militar, su juventud, el encanto y la belleza de su mujer Feliciana, y su presencia en las calles, en corridas de toros, en el teatro, hicieron de él una figura muy popular. Al poco de su llegada, una serie de extraños fenómenos naturales arruinaron las cosechas, iniciándose lo que entonces se llamó «el año del hambre». Gálvez puso en marcha todos los recursos de la Administración virreinal para dar de comer al virreinato más poblado de América, para lo que no dudó en enfrentarse a los poderosos hacendados que especulaban con los precios y acaparaban los mercados, recordándoles, en una orden de 11 de octubre de 1785: «Estas gentes infelices que, aunque pobres, son los que engruesan a los ricos dándoles con una mano lo que reciben con otra, y son los que enriquecen a los reinos con sus brazos para el trabajo, con sus personas para la guerra, y con las contribuciones en sus consumos».

Para poco más tuvo tiempo, en septiembre de 1786 cayó enfermo. Su último acto oficial fue el 13 de octubre, cuando, vestido de uniforme, reunió fuerzas suficientes para comulgar de pie. Tras dictar testamento y despedirse de su familia, murió a las cuatro y veinte de la mañana del 30 de noviembre de 1786.

Gonzalo M. Quintero Saravia, historiador.

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