Besteiro, una figura clave

Julián Besteiro, del que se cumplen 150 años de su nacimiento, sigue siendo un gran desconocido. La interpretación de su figura, marcada como tantas otras por la división que siguió al final de la Guerra Civil, ha quedado escindida entre la biografía política y el ensayo, dos de las facetas que consiguió reunir un personaje clave en el pensamiento, la universidad y la política españolas de la primera mitad del siglo XX. Formado en la Institución Libre de Enseñanza y en la Universidad Central, ya mostró en su tesis doctoral (El voluntarismo y el intelectualismo en la filosofía contemporánea) sus preocupaciones constantes: el estudio, la formación y la necesidad de integración de todas las esferas sociales. Era el fruto de una larga estancia en Alemania donde entró en contacto con la filosofía neokantiana y con el marxismo de la mano de la socialdemocracia. Ambas fueron experiencias formativas decisivas que marcarían el predominio de la visión ética sobre la política. A su regreso de Alemania, en 1912, ingresa en un PSOE que trataba de seguir ese modelo de partido de trabajadores de masas capaz de integrar a los intelectuales y a las capas cultas progresistas, a expensas, sobre todo, del republicanismo urbano del que procedía el propio Besteiro. Un proyecto de largo recorrido con una difícil andadura y en el que terminó germinando una cultura política propia, difícil de entender hoy por la separación entre lo sindical y lo político pero que constituyó la esencia del socialismo occidental durante buena parte del siglo XX. Ninguna de las tan mencionadas «almas» del PSOE rompieron nunca ese embrión que fue constituido originariamente por Pablo Iglesias en 1888.

Besteiro tiene entonces 40 años, es catedrático de Lógica y Teoría del Conocimiento en Madrid y sobre todo tiene una formación propia que integra a la perfección con los principios del pablismo: el reformismo social, la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores, y el gradualismo político, el crecimiento de la organización por encima de cualquier otra prioridad. Se siente partícipe de un proyecto común y su actividad intelectual se dispara. Combina los textos académicos con los artículos críticos con los noventayochistas a los que acusa de la «apatía generalizada». Defiende la salida de Marruecos y se enfrenta a su primer desafío: la convocatoria de huelga general de 1917 ante el empeoramiento de la situación las clases populares, fruto de la subida de precios y la inflación disparada por la I Guerra Mundial. Besteiro, que ha redactado el manifiesto de huelga, es detenido junto con los demás firmantes y enviado al penal de Cartagena. Su popularidad se dispara. Diputado electo por Madrid en 1918, pasa a formar parte, junto con Pablo Iglesias y Prieto, de la minoría socialista en el Parlamento. Menos conocida fue su actuación en el Congreso Extraordinario de 1921, en el que junto a Iglesias y Largo Caballero rechaza la entrada en la Tercera Internacional, provocando una escisión de la que nacería el Partido Comunista Obrero Español, poco después el PCE. Besteiro fue elegido vicepresidente del Partido Socialista, erigiéndose en el principal heredero ideológico y organizativo del abuelo, como era conocido Iglesias hasta su muerte en 1925.

Un año antes había iniciado un viaje a Gran Bretaña. Quería conocer de primera mano la experiencia del Partido Laborista en el gobierno y sus principales aportaciones prácticas en áreas como el municipalismo, el urbanismo o la formación de los trabajadores. Allí vio reforzada su línea estratégica a favor de la participación activa de los socialistas en las instituciones públicas, con independencia de la forma que adoptase el Estado. La oportunidad llegó con el ofrecimiento de Primo de Rivera de formar parte de su proyecto de modelo sindical corporativo. La propuesta de colaboración, que también fue apoyada por Caballero, generó un fuerte enfrentamiento, preludio de la división interna que marcaría los siguientes años. La victoria del besteirismo fue efímera. En plena caída de Primo, Besteiro se resistió a modificar la estrategia y se negó a formar parte del frente con los republicanos (Pacto de San Sebastián). Pero su prestigio en esta ocasión no iba a ser suficiente. Solo y aislado, abandona todos sus cargos orgánicos. El ostracismo le condujo, sin embargo, a una nueva dimensión institucional. Presidente de las Cortes en la primera legislatura republicana, planteó la necesidad de crear una segunda Cámara de representación territorial que complementara el modelo de Estado integral diseñado en la Constitución de 1931. Ajeno a las disputas entre Largo Caballero y Prieto, se opuso a la revolución de Asturias de 1934, que consideraba un grave error táctico que terminaría arrastrando a los socialistas a las reformas que no querían hacer los republicanos.

Aquel año convulso redactó Marxismo y Antimarxismo, su memoria de ingreso en la Academia de Ciencias Morales, en la que profundizó en su concepción del Estado y en la influencia de Kautsky, con el que mantuvo una abundante correspondencia. El golpe de Estado de julio de 1936 le sorprendió en Madrid. Allí pasó toda la guerra siendo requerido tanto por sus compañeros de filas para el gobierno de la ciudad asediada, como por el propio Azaña para que lograra una intermediación de los británicos en el conflicto. Con el paso del tiempo y el alargamiento de la guerra, Besteiro se convirtió en una de las pocas figuras que expresaban públicamente el convencimiento de que la guerra estaba perdida. A finales de 1938 era ya el único de los líderes históricos de los socialistas que permanecía en España. Todos los sectores, militares, económicos y políticos, opuestos a la política de resistencia de Negrín piensan en una solución: Besteiro. Los agentes franquistas dentro de Madrid contactan por separado con él y con el coronel Casado quien, tras un golpe amparado en el vacío legal que había dejado la dimisión de Azaña, instaura el Consejo Nacional de Defensa en marzo de 1939. Esfumado el atisbo de conseguir una rendición pactada con Franco, Besteiro se encierra en el Ministerio de Hacienda, donde trata de ordenar la evacuación y redacta las notas para la entrega de Madrid. Un año más tarde, en otro mes de septiembre como en el que había nacido 70 años antes, moría en la prisión de Carmona, donde cumplía una condena de 30 años por rebelión militar. Dejó una ingente obra que fue pronto reivindicada por la socialdemocracia europea de postguerra.

Gutmaro Gómez Bravo es profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense.

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