'Bestsellerizarse' o morir

Hace apenas veinte años, una familia de clase media leía a Vargas Llosa, a García Márquez, a Günter Grass, a Max Frisch, a Heinrich Böll y, a lo mejor, si querían darse aires de culturetas, hasta se atrevían con James Joyce o con Robert Musil. Hoy, la misma familia lee a Dan Brown, a Dan Brown, a Dan Brown, a Dan Brown y, a lo mejor, si se pasan por el VIPS de la esquina, a alguno de los tropecientos primos hermanos que le siguen saliendo a Dan Brown. No hay más que remitirse a las listas de ventas.

Un fenómeno semejante se presta a diversas interpretaciones. De entrada, tenemos a los catastrofistas que, fieles a su personaje, se echarán las manos a la cabeza. Nos dirán que el nivel cultural no deja de bajar. Que si la LOGSE, que si los SMS, que si el apocalipsis. Los oigo y me viene a la mente el texto de cierto respetable profesor de la Primera República que ya en el siglo XIX se quejaba de la decadencia de la educación española y se preocupaba muy seriamente porque el nivel intelectual de las nuevas generaciones bajaba a marchas forzadas (qué pensaría si echara un vistazo a los discursos de nuestros políticos). Es una cantinela muy vieja. Como decía un escritor egipcio del siglo veintiocho antes de Cristo: "Oh, Amón, ¿qué sentido tiene escribir, si ya está todo dicho?".

Los que no tengan tantas anteojeras, por su parte, observarán que rara vez ha habido un momento de eclosión cultural e informativa tan importante, y que si bien la literatura no parece en alza, hay otros territorios -en especial informáticos- que están atrapando en sus brillantes redes a buena parte de las neuronas. Mi humilde opinión es que la inteligencia media de la humanidad en cada estadio se mantiene más o menos al mismo nivel -y, si acaso, globalmente se incrementa-, sólo que en función de las épocas se va concentrando en tal o cual dominio que resulta coyunturalmente más atractivo. En definitiva, que salvo las puntuales travesías por el desierto (y no me parece que sea el caso), lo que se pierde por un lado se gana por el otro.

Eso no quita que el declive de la cultura literaria parece incuestionable. ¿Los responsables más directos? Por una parte, la dura competencia que le hacen al libro las nuevas tecnologías en lo que a ocio se refiere (yo mismo, de haber nacido veinte años después, habría pasado más horas con la X-Box y menos con Edgar Rice Burroughs). Por otra, la propia industria editorial. No es que me parezcan exigibles las tiradas de 100.000 ejemplares de Musil o de Joyce: me aburren soberanamente. Pero las de tres millones de Dan Brown tampoco parecen imprescindibles más allá de una lógica exclusivamente mercantil. Sin desprecio por la pecunia, creo que el ciudadano consume en buena medida la cultura que le dan, y que se le puede educar y de hecho se le educa desde los escaparates. Por poner un ejemplo televisivo: cuando no había programas del corazón, l@s maruj@s catódicos encontraban lo que les gustaba dentro de lo que se les ofrecía y no despreciaban, llegado el caso, los debates culturales de La clave. Bien es cierto que una vez que una cadena empieza a ganar dinero con pornografía, las otras acaban obligadas a seguir el modelo. Pero de ponerse de acuerdo unos cuantos picatostes, se podrían arreglar bastante las cosas.

¿Significa ello que la literatura se está extinguiendo? Sólo si se deletrea con mayúsculas. Porque, pese al declive de la cultura escrita, resulta que en el mundo se editan y se venden más libros que nunca, y también es mayor que nunca el número de escritores que se pueden dedicar profesionalmente a ello. Eso tendría que ser un motivo para la alegría. Pero lo cierto, repito, es que el número no implica diversidad y que lo que se está produciendo es una progresiva bestsellerización del sector. Ello se constata doblemente. Por una parte, las propias editoriales, si uno se fija, están empezando a renunciar a sus formatos clásicos, a aquellos diseños que caracterizaban a la casa, para camuflarse en lo posible en ese mercado tan suculento y llamativo del best seller. Por otra, los propios escritores se van dando cuenta de que si no se bestsellerizan mínimamente, añadiendo un punto de comercialidad temática y de suspense, se acaban quedando fuera de juego y teniendo que dedicarse a estudiar oposiciones, cosa bastante triste, se lo concedo. Es un fenómeno que tiene un paralelismo evidente con el cine, donde cada vez son más raros los artistas que insisten en su vía de autor, sino que por lo general pasan de dirigir Los duelistas a Gladiator, de Sospechosos habituales a Superman, de Memento a Batman begins.

Los hechos no pueden ser más claros y las consecuencias tampoco: los lectores demandan un tirón narrativo al que para bien o para mal les hemos acostumbrado, y todos los que queramos dedicarnos profesionalmente a esto tendremos que plegarnos antes o después. ¿Las alternativas? Ninguna: o bestsellerizarse o morir. Cada cual según su conciencia.

José Ángel Mañas, novelista.