Beyond Brexit: hacia una mayor cooperación estratégica entre España y el Reino Unido

Tema

El ruido mediático sobre las posibles implicaciones de una eventual salida británica de la UE (Brexit) no debe ser un obstáculo para una necesaria reflexión sobre el potencial de la relación bilateral entre España y el Reino Unido.

Resumen

Sin menospreciar la importancia del Brexit ni prejuzgar sus posibles implicaciones, existe el riesgo de que el debate sobre una eventual salida británica de la UE monopolice la percepción que las elites políticas y estratégicas españolas tienen de Reino Unido. Esto podría llevar a España a ignorar o no prestar la atención adecuada a una serie de cambios estructurales que han venido desarrollándose en los últimos años en el seno la política exterior y de defensa británica. Dichos cambios apuntan a un refuerzo de la dirección y el potencial global de Reino Unido, y tienen como propósito preparar a éste para un mundo caracterizado por el progresivo desplazamiento del centro de gravedad económico y geopolítico hacia Asia, el consiguiente giro estratégico de EEUU hacia Asia, la creciente relevancia estratégica del corredor marítimo Indo-Pacífico o las dudas sobre la sostenibilidad económica, demográfica, política y estratégica de Europa.

En un mundo en el que Europa parece llamada a pesar menos y el resto del mundo está llamado a pesar más, el futuro y la prosperidad de los países europeos pasa por su capacidad de proyección estratégica y económica global, más allá de su entorno geográfico inmediato. En este sentido, cabe resaltar que su sensibilidad global y su trayectoria de proyección estratégica de corte marítimo convierten al Reino Unido en el país europeo mejor preparado para un mundo “no europeo”. Por tanto, la relación bilateral con el Reino Unido se presenta como un activo de gran valor para el redescubrimiento y el desarrollo de la potencialidad y personalidad marítima y global española.

Análisis

Introducción

Tras la incertidumbre generada por el resultado negativo del referéndum británico sobre la permanencia en la UE, existe el riesgo de que la percepción del Reino Unido en España quede totalmente mediatizada por estereotipos y esquemas mentales simplistas (por ejemplo, pro UE frente a anti UE) que dificulten apreciar cambios más amplios en el contexto geopolítico global (tales como el auge de Asia y otras regiones y el declive relativo de Europa), así como los esfuerzos que el Reino Unido ha venido realizando en los últimos años con el fin de adaptarse a dichos cambios, a través de una apuesta decidida por reforzar su proyección estratégica, diplomática y económica más allá de Europa.

Los efectos del Brexit podrían ciertamente degenerar en un ensimismamiento estratégico del Reino Unido, comprometiendo tanto su cohesión interna como su capacidad de liderazgo en Europa. Sin embargo, este tipo de especulaciones resultan un tanto prematuras. En cualquier caso, es concebible que el Reino Unido pretenda mantener una relación lo más estrecha posible con la UE y busque compensar un posible Brexit a través de un aumento en su gasto en defensa y de un refuerzo de su red de relaciones bilaterales en Europa y de su papel en la OTAN.(1) Theresa May, flamante primera ministra británica, parece mostrar un claro interés en reafirmar el compromiso británico con la seguridad europea y global tras el Brexit.(2) En este sentido, y sin prejuzgar las posibles implicaciones del Brexit, cabe resaltar que su sensibilidad global y su trayectoria de proyección estratégica de corte marítimo convierten al Reino Unido en el país europeo mejor preparado para un mundo “no europeo”. Este hecho convierte al Reino Unido en un socio especialmente atractivo para España.

A diferencia de muchos otros países de la UE, la personalidad histórica y estratégica del Reino Unido y España no se agota en Europa. Este es quizá el principal punto de encuentro entre estos dos países, cuya posición internacional viene marcada por coordenadas y parámetros geopolíticos similares. Cabe destacar en este sentido que los Pirineos y el Canal de la Mancha ejercen una influencia similar sobre el predicamento geoestratégico de España y el Reino Unido, en tanto que convierten a estos dos países en entornos geopolíticos parcialmente “desgajados” de la península europea, y orientados hacia el mundo atlántico. Si España se encuentra en el cruce de caminos entre el Atlántico, el Mediterráneo, Europa y África, el Reino Unido se encuentra también “a caballo” entre Europa Occidental y el Atlántico, con el corredor Mar del Norte-Báltico “haciendo las veces” de Mediterráneo. Como en el caso de España, su potencial depende en gran medida de su capacidad de asegurar la adecuada complementariedad entre su proyección marítimo-global (extra-europea) y una posición de influencia en los equilibrios geopolíticos europeos. En este sentido tan fundamental, la personalidad marítima y global británica encarna el legado histórico del Imperio Español, y es por tanto un importante referente para el desarrollo del potencial estratégico de España. Por tanto, y teniendo en cuenta la gran relevancia que Europa y la UE siguen y seguirán teniendo para España, el Reino Unido representa un importante socio en el contexto de una necesaria reorientación global en la política exterior y de defensa española.

Sin prejuzgar la importancia, el eventual desenlace o las implicaciones del drama del Brexit, la necesidad de revitalizar el nexo estratégico bilateral entre España y el Reino Unido viene justificada por una serie de movimientos en las placas tectónicas de la geopolítica global, a saber: (1) el progresivo desplazamiento del centro de gravedad económico y geopolítico global hacia Asia y la creciente relevancia estratégica del corredor marítimo Indo-Pacífico; (2) el consiguiente giro estratégico de EEUU hacia Asia; (3) la creciente inestabilidad en Europa del Este y Oriente Medio; (4) las dudas sobre la sostenibilidad económica, demográfica, política y estratégica de Europa; y (5) el hecho de que Europa y la UE prácticamente monopolicen la atención de la política exterior y de seguridad española y ejerzan sobre ésta una influencia cada vez más limitadora, hasta tal punto que es posible su disolución en ella. En este sentido, es necesario repensar las bases de la política exterior y de defensa española, complementando una muy necesaria y fructífera vocación europeísta con un refuerzo de la dirección extra-europea de España y una consiguiente diversificación de su cartera de alianzas y partenariados. Esto requiere un mayor esfuerzo en la proyección estratégica marítima y global.(3)

En un mundo cambiante, la relación bilateral con el Reino Unido se presenta como un activo de gran valor para el redescubrimiento y el desarrollo de la potencialidad y personalidad marítima y global española. Cabe aquí señalar que las relaciones estratégicas entre España y el Reino Unido están sub-explotadas. Esto se debe en buena medida a la fijación de España en su componente Euro-Mediterráneo, en detrimento del componente marítimo y global de su legado histórico y su personalidad estratégica. Este es un rasgo cuyos orígenes se remontan a la “crisis del 98” y que parece haber cobrado el cariz de “rasgo estructural” de la política exterior y de defensa española desde la Transición. Aunque en menor medida, el contencioso de Gibraltar ejerce también de obstáculo a una mayor cooperación estratégica entre el Reino Unido y España.

Los fundamentos geopolíticos y estratégicos del potencial británico

Si bien su influencia en Europa es quizá menos palpable hoy en día que la de Alemania, el Reino Unido continúa siendo una potencia estratégica de primer orden en el viejo continente. Más allá de disponer de una influencia y proyección global seguramente superiores a la de cualquier otro país europeo, los equilibrios institucionales y políticos de Europa siguen reflejando, en buena medida, el diseño estratégico de posguerra anglo-americano.(4)

El Reino Unido es una potencia estratégica de primer orden en Europa y es también la potencia europea de mayor proyección estratégica global. Esta condición viene avalada por: (1) su ventajosa posición geográfica (a horcajadas entre el Atlántico y la gran planicie del Norte de Europa y asentado sobre la línea de proyección mediterránea Gibraltar-Chipre), que confiere a Reino Unido una suerte de “mando y control natural” sobre las principales rutas marítimas europeas; (2) su dinamismo demográfico; (3) la profundidad de sus relaciones estratégicas con EEUU; (4) su capacidad de proyección global (política, estratégica, cultural); (5) la condición de Londres de centro financiero europeo y global; (6) su excelencia en la innovación científica y tecnológico-industrial (especialmente en el ámbito de la defensa) y en la producción de ideas y discursos (universidades líder, think tanks, literatura y televisión, editoriales, medios de comunicación de alcance global,); y (7) la diversidad geográfica de su comercio e inversiones.

El factor demográfico es especialmente revelador. En contraste con el rápido envejecimiento del resto de Europa (y de Alemania en particular), el Reino Unido mantiene unas tasas de crecimiento dinámicas y sostenibles. Según las proyecciones actuales, el Reino Unido será el país con mayor población de Europa en 2040. Tendrá entonces alrededor de 75 millones de habitantes, de los cuales sólo 17 millones estarán por encima de los 65 años. Alemania, por su parte, tendrá unos 73 millones de habitantes en 2040, de los cuales 24 millones estarán por encima de los 65 años.(5)

La geografía política del Reino Unido explica en gran medida su estrategia y poder. El potencial marítimo y global y su implicación en los asuntos europeos han sido las dos caras de la moneda del Imperio Británico. Su implicación activa en los asuntos europeos, a través de estrategias de presencia avanzada diplomática, económica y estratégica, le ha permitido a Londres contribuir a la preservación de un equilibrio de poder en el continente en los tres últimos siglos, previniendo así la posible emergencia de una potencia hegemónica en el continente que pudiese desafiar la primacía marítimo-global británica. Por otro lado, sus empresas extra-europeas le han proporcionado al Reino Unido una fuente de riqueza y poder que, dado el caso, constituiría un recurso adicional para apuntalar su posición en Europa.(6) El esfuerzo realizado por las colonias británicas durante la Segunda Guerra Mundial es un claro ejemplo de la profundidad estratégica que los mares y su empresa global dan al Reino Unido ante posibles amenazas provenientes del continente europeo.

Si bien el poder global británico sufrió un importante “adelgazamiento” tras la Segunda Guerra Mundial y tras su retirada del “Este de Suez” en los años 70, la tensión entre la dimensión global/marítima y la europea continúa siendo el principal punto de referencia en cualquier debate sobre gran estrategia británica.(7) Desde la Segunda Guerra Mundial, la relación especial con EEUU y la OTAN han venido a representar la vocación marítima británica, mientras que su implicación en la UE (centrada en promover el libre comercio en Europa y mitigar la integración política y estratégica del continente) debe verse como una extensión de su tradicional objetivo estratégico: prevenir la emergencia de un poder hegemónico en Europa.

El “péndulo” geoestratégico británico, entre los mares y el continente europeo, puede apreciarse con claridad en la actualidad. Buena prueba de ello son el distanciamiento político de una UE, que es percibida desde Londres como un proyecto excesivamente supranacional, y el progresivo tejido por parte de Reino Unido de una red de alianzas bilaterales en Europa que pueda servir de contrapeso a un proceso de integración que, según esta lógica, representaría una amenaza para la soberanía nacional y para el concepto de un equilibrio de poder en Europa, y resaltaría el liderazgo económico-político de Alemania.(8) Este proceso incluye, principalmente, el estrechamiento de los vínculos estratégicos con Francia, el desarrollo de unos mayores lazos políticos, económicos y estratégicos con los países bálticos y escandinavos.(9)

A esta estrategia de crear un sistema de equilibrios en Europa debemos añadir el interés del actual gobierno conservador por revitalizar la dimensión marítimo-global del Reino Unido. A pesar del impacto que los recortes en el presupuesto de defensa en los últimos años han tenido en la Royal Navy (actualmente carente de capacidad aeronaval), el Reino Unido es el país que más gasta en Europa en defensa.(10) Su liderazgo en este aspecto no ha hecho sino ampliarse recientemente debido a que los recortes en defensa en el resto de países europeos (incluida Francia) han sido aún mayores que en el Reino Unido.

Con dos nuevos super-portaviones de la clase Queen Elizabeth, seis nuevos destructores Tipo 45, ocho fragatas Tipo 26 y siete submarinos de la clase Astute en camino (éstos últimos sustancialmente superiores en capacidad a la clase Barracuda francesa), un tonelaje superior, una experiencia operacional contemporánea avalada por su estatus indiscutible de “segundo de a bordo” de EEUU en las principales operaciones occidentales de la post-Guerra Fría (Afganistán e Irak) y una infraestructura global de bases, inteligencia y diplomática, la capacidad de proyección marítimo-global del Reino Unido no tiene parangón en Europa. Dados los ritmos de construcción naval en China, la India y Rusia, el desarrollo conceptual y experiencia que requiere poner de pie una infraestructura naval y marítima de poder global, es de esperar que el Reino Unido se mantenga como el segundo país con mayor capacidad de proyección estratégica marítima y global al menos hasta finales de los años 20.

A esto debemos añadir el rápido desarrollo de estrategias de incremento presencial y de partenariados estratégicos a lo largo y ancho del globo, a saber: (1) la apertura de una nueva estación de la Royal Air Force en Dubái y de una nueva estación de la Royal Navy en Bahréin, así como el fortalecimiento de los vínculos estratégicos e industriales de Reino Unido con Bahréin, Arabia Saudí y Qatar (medidas que según varios analistas británicos vaticinan un “regreso al Este de Suez”); (2) los recientes esfuerzos por desarrollar una relación estratégica con Japón y (en menor medida) Corea del Sur; (3) la creciente presencia en Myanmar; (4) la realización de ejercicios militares periódicos en el Indo-Pacífico con Singapur, Malasia, Australia y Nueva Zelanda (con quien el Reino Unido mantiene un compromiso de defensa en el marco de los Five Power Defence Arrangements); (5) la adopción de un partenariado estratégico marítimo con Brasil a través de la firma reciente de un “Memorando de Entendimiento” naval, y una mayor inversión en las bases de Ascensión y Santa Helena (que facilitan la influencia del Reino Unido a ambos lados del Atlántico Sur); (6) el acuerdo firmado con Canadá de colaboración diplomática global; y (7) la elaboración de una estrategia para el Ártico.(11) Estos movimientos confirman una suerte de estrategia británica de potenciar su dimensión global en detrimento de Europa, dadas las negativas perspectivas económicas y demográficas que presenta el viejo continente a largo plazo. En resumidas cuentas, el Reino Unido está tomando medidas a velocidad vertiginosa, a nivel de estrategias, capacidades y alianzas, con el fin de reforzar su proyección y presencia global en un contexto internacional presidido por el auge de Asia y el declive relativo del potencial económico y político del continente europeo.

Las prioridades geoestratégicas del Reino Unido para las próximas décadas serían: (1) consolidarse como una potencia de referencia en los principales espacios marítimos que rodean la península europea (Báltico-Ártico y Mediterráneo); (2) afirmar su posición de control estratégico (en cooperación con EEUU y Francia) sobre las principales rutas de comunicación marítima de Europa, incluyendo el Atlántico Norte, la “vieja ruta” entre Asia y el Norte de Europa (a través del Océano Índico, el Mar Rojo y el Mediterráneo), la “nueva ruta” entre Asia y el Norte de Europa (vía Ártico y Báltico), así como la conexión entre Europa y el Atlántico, tanto Norte (América del Norte y Central) como Sur (África Occidental y América del Sur); (3) reforzar su presencia y alcance estratégico en el Golfo Pérsico y el Océano Índico Occidental en un contexto de retraimiento estratégico estadounidense; y (4) mantener y afianzar su proyección estratégica en el corredor marítimo Indo-Pacífico.

El Reino Unido y España: intereses comunes y sinergias geoestratégicas

Las ventajas que España puede sacar de un acercamiento estratégico al Reino Unido son obvias, dada la condición del Reino Unido de primera potencia estratégica en Europa y primera potencia global europea, de potencia Mediterránea y Atlántica y su pre-posicionamiento en los entornos Indo-Pacífico y Ártico. Una estrecha relación estratégica con el Reino Unido facilitaría enormemente el avance en alguno de los principales objetivos geopolíticos de España.

Su condición europea no continental (resaltada por su progresivo distanciamiento de la UE) convierte al Reino Unido en un recurso evidente para España a la hora de mitigar su excesiva dependencia política de la UE y diversificar su red de partenariados y alianzas.

Su condición de potencia global europea convierte al Reino Unido en un activo de gran valor a la hora de asistir al necesario redescubrimiento de la personalidad marítima y extra-europea de España, indispensable para garantizar su influencia política y prosperidad económica a medio y largo plazo.

Un mayor alineamiento estratégico con el Reino Unido ayudará a España a “pensar más allá” de Europa y del Mediterráneo, suponiendo un activo indispensable para la regeneración de su personalidad marítima y global, así como para mitigar su excesiva y creciente dependencia económica, política y cultural del proceso de integración europea.

Más allá de su dimensión global y extra-europea, la intención de EEUU de concentrar sus energías estratégicas en el espacio Asia-Pacífico no hace sino reforzar la importancia del Reino Unido en Europa y en sus inmediaciones. Aunque EEUU seguirá ejerciendo influencia en Europa desde la retaguardia y ofreciendo “profundidad estratégica” a la OTAN, el Reino Unido será uno de los principales referentes europeos de la Alianza, tanto a la hora de garantizar la preservación de un equilibrio de poder en Europa del Este como en cuanto líder natural en Europa en el ámbito de la proyección marítima y extra-regional.

Cabe resaltar la especial relevancia del corredor marítimo que abarca el Mediterráneo Oriental, el Mar Rojo, el Mar Arábigo y el Océano Índico Occidental (de gran importancia económica y de seguridad para Europa y España). El retraimiento estratégico de EEUU y su giro hacia Asia ponen en evidencia la inestabilidad de dicho espacio, tal y como demuestra el proceso de violencia y caos que asola en la actualidad al Gran Oriente Medio. En este sentido, los esfuerzos británicos por reforzar su posición tanto en el Mediterráneo Occidental (véase la intervención liderada por el Reino Unido y Francia en Libia en 2011, y la implicación de la fuerza aérea británica en Siria) como al “este de Suez” serán fundamentales a la hora de preservar los intereses de seguridad europeos y occidentales en esos entornos. En aras de contribuir a dichos objetivos y potenciar su influencia estratégica, España deberá estrechar su cooperación con el Reino Unido en el corredor marítimo que abarca el Mediterráneo Oriental, el Mar Rojo y el Océano Índico.

Dicho esto, España no debe caer en ningún caso en la idealización de su relación con el Reino Unido, o de ninguna otra alianza bilateral o multilateral. Cualquier alianza acarrea el riesgo de causar fuertes dependencias. La única garantía última de que una determinada alianza sea beneficiosa para España es la fortaleza propia, que debe a su vez ser complementada por una cartera diversificada de alianzas y partenariados estratégicos. Así, España deberá compaginar su alianza con el Reino Unido con una mayor inversión en el desarrollo de su capacidad estratégica, unos mayores vínculos estratégicos con Portugal, y unas fuertes relaciones con EEUU y con Francia, quien comparte con España importantes intereses en Europa y la zona Magreb-Sahel.

Teniendo en cuenta lo ya expuesto, un alineamiento con el Reino Unido (a nivel de capacidades y alianzas) podría suponer un importante revulsivo para el desarrollo de la potencialidad estratégica y la proyección marítima española durante las próximas décadas. En este sentido, es preciso tener en mente los pilares básicos de la potencialidad marítima británica:

  • La inversión y el compromiso con el desarrollo de capacidades marítimas, aéreas y anfibias de largo alcance geográfico, cuyo principal propósito es apuntalar la proyección y presencia estratégica global del Reino Unido.
  • La inversión en una red diplomática y de inteligencia (civil y militar) de alcance global.
  • El mantenimiento de una densa y profunda infraestructura estratégica global de avituallamiento logístico, asentada en sus territorios soberanos de ultramar y en una red de bases y puntos de apoyo que se extiende al Mediterráneo (Gibraltar y Chipre), Mar del Norte (Islas Shetland), Océano Indico (Diego García), Océano Pacífico (Singapur y Brunei) y Atlántico Sur (Ascensión-Santa Helena-Tristán da Cunha y Falklands). Cabe resaltar en este sentido la especial importancia de Ascensión-Santa Helena y Diego García, en tanto que facilitan la proyección estratégica de Reino Unido en los entornos Atlántico Sur (tanto Suramérica como África Occidental en su totalidad) e Indo-Pacífico respectivamente.
  • El cultivo de una infraestructura de alianzas y partenariados estratégicos con pequeñas y grandes potencias situadas en zonas geográficas que facilitan la movilidad global y la proyección estratégica del Reino Unido. Ejemplos son: Sierra Leona, Nigeria y Sudáfrica en África Occidental y del Sur; Brasil y Chile en el Atlántico Sur; la India, Australia, Myanmar y Singapur (en el entorno Indo-Pacífico); Chipre, Egipto, Arabia Saudí y los países del sur del Golfo en el espacio contiguo Mediterráneo-Mar Rojo-Golfo; Japón y Corea del Sur en el Pacífico Norte; y Noruega y Canadá en el espacio Ártico. Mediante acuerdos de acceso, visitas periódicas, intercambios educacionales militares y de inteligencia, y la realización periódica de entrenamientos, maniobras y ejercicios conjuntos con estos países, el Reino Unido pretende mejorar su situational awareness en aquellas zonas geográficas de (creciente) relevancia estratégica y económica.

Más allá de la utilidad que una estrecha relación con el Reino Unido reportaría a nuestra influencia en Europa, también acarrearía los siguientes beneficios concretos para España: el refuerzo de su proyección estratégica en la costa occidental africana (dado el potencial naval, de alianzas y bases del Reino Unido en la zona); la proyección oriental, hacia el Levante, el Mar Rojo y (principalmente) el Océano Índico; y su pre-posicionamiento en el espacio Ártico.

Gibraltar como oportunidad

Es cierto que cualquier atisbo de reflexión acerca de la necesidad de una mayor cooperación estratégica entre España y el Reino Unido corre el riesgo de “toparse” con el tema de Gibraltar. Sin embargo, es preciso situar este tema en su contexto apropiado: el de la política doméstica y el simbolismo. La incidencia estratégica que la presencia británica en Gibraltar tiene para España es menor, y en cualquier caso no necesariamente negativa.

El principal desafío estratégico que representa el contencioso de Gibraltar es su capacidad de entorpecer (por motivos de política doméstica) una mayor cooperación estratégica entre ambos países. Es importante que las elites estratégicas y políticas españolas cobren conciencia de este problema y eviten que el “contencioso” de Gibraltar entorpezca el desarrollo de una relación bilateral que supone un activo para la realización del potencial estratégico español.

Paradójicamente, la decisión británica de anteponer su relación estratégica con EEUU a su frustración ante desarrollos como la independencia de Irlanda o la “crisis de Suez” ofrecen a España un ejemplo de cómo abordar pragmáticamente el contencioso de Gibraltar. En este sentido, cabe recordar que EEUU ha sido un importante valedor político de la independencia de Irlanda, cuyo emplazamiento geográfico (en el paso entre el Reino Unido y el Atlántico) puede tener para Reino Unido un valor estratégico equivalente al de Gibraltar para España. También contribuyó EEUU, con su actitud ante la crisis del Canal de Suez de 1956, al progresivo debilitamiento de la influencia británica en Egipto y al Este de Suez.

A pesar de haber percibido inicialmente estos hechos como desfavorables (cuando no hostiles), el Reino Unido no renunció al desarrollo de unas relaciones estratégicas con EEUU. Al contrario: tras la crisis de Suez, el Reino Unido no hizo sino reforzar sus relaciones con EEUU, demostrando así su pragmatismo y “cabeza fría”, y anteponiendo la promesa de un futuro mejor a las emociones causadas por un pasado incómodo. La apuesta ha funcionado, ya que la relación estratégica con EEUU ha sido una pieza clave para la influencia global británica en las últimas décadas.

La lección a extraer no es que España deba renunciar a su soberanía en Gibraltar, sino que no debe permitir que su relación con Reino Unido, de gran utilidad para una supuesta y necesaria revalorización del potencial estratégico marítimo y global español, se vea “secuestrada” por un contencioso (el de Gibraltar) que tiende a regirse más por dinámicas y emociones propias de la política doméstica que por la lógica geoestratégica. En este sentido, España debe ver la presencia británica en Gibraltar como un activo, en tanto que ambos países comparten una serie de intereses geoestratégicos fundamentales, a saber: la necesidad de preservar la libertad de navegación en el estrecho y la comunicación comercial y estratégica entre el Mar Mediterráneo y el Océano Atlántico, así como la de prevenir que la inestabilidad en el Norte de África ponga en jaque el statu quo geopolítico en el Estrecho.

Conclusiones y recomendaciones

En un mundo en el que Europa parece llamada a pesar menos y el resto del mundo está llamado a pesar más, el futuro y la prosperidad de los países europeos pasa por su capacidad de proyección estratégica y económica global, más allá de su entorno geográfico inmediato. En este sentido, y sin prejuzgar el desenlace o las posibles implicaciones del Brexit, cabe resaltar que su sensibilidad global y su trayectoria de proyección estratégica de corte marítimo convierten al Reino Unido en el país europeo mejor preparado para un mundo “no europeo”. Por tanto, la relación bilateral con el Reino Unido se presenta como un activo de gran valor para el redescubrimiento y el desarrollo de la potencialidad y personalidad marítima y global española.

La generación de complicidad al más alto nivel político es un requisito indispensable para la construcción de una estrecha relación estratégica entre España y el Reino Unido. Dicha relación debe girar en torno a la voluntad de España de alinear sus capacidades y “cartera de alianzas y partenariados” de acuerdo con una visión marítima y global. En este sentido, el próximo gobierno de España podrá considerar las siguientes líneas de acción en sus políticas exterior y de defensa en los niveles estratégico, de capacidades y de alianzas/partenariados.

Nivel estratégico

España debe reconocer y afirmar que su visión estratégica gira en torno al mismo principio fundamental que rige la geoestrategia británica: encontrar un equilibrio en Europa favorable a la proyección marítimo-global. En este sentido, España deberá considerar las siguientes líneas de acción en el ámbito de la política exterior:

  • Reconocer al Reino Unido como una influencia positiva y necesaria en Europa, dado su interés en mitigar tendencias hegemónicas y preservar un equilibrio de poder en el continente. En este sentido, España deberá manifestar preocupación por el distanciamiento político de Reino Unido con la UE y, en un supuesto escenario post-Brexit, expresar su compromiso a la hora de favorecer una relación lo más estrecha posible entre Londres y Bruselas.
  • Expresar su preocupación ante el descenso en el gasto de defensa en Europa, realizar un mayor esfuerzo a nivel nacional, y manifestar la voluntad de trabajar con el Reino Unido, Francia y otros países (tanto en el ámbito de la UE como el de la OTAN) con el fin de corregir esa tendencia.
  • Expresar su vocación marítima y extra-regional y su compromiso con una política de defensa centrada en la promoción de unas capacidades y cultura estratégica que reflejen dicha vocación, tanto en el marco de la OTAN como en el de la UE y su Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD). En un supuesto escenario post-Brexit, España deberá favorecer un vínculo estrecho entre el Reino Unido y las estructuras de la PCSD y trabajar en pos de una estrecha relación entre la UE y la OTAN.
  • Avanzar hacia una mayor coordinación y colaboración estratégica con el Reino Unido en África Occidental y en el Mediterráneo Occidental, e incrementar la presencia estratégica española, y la cooperación con el Reino Unido, en el Mediterráneo Oriental, Golfo Pérsico, Océano Índico y espacio Ártico.

Nivel capacidades

A este respecto se deberán reforzar las capacidades de la Armada, consolidar el compromiso a largo plazo de mantener excelencia en ámbitos clave para la proyección del poder estratégico marítimo –tales como los buques de superficie, submarinos, medios aéreos y anfibios modernos y de largo alcance– y estrechar la cooperación estratégica con el Reino Unido en los ámbitos naval y aéreo.

Nivel alianzas/partenariados

Habrá que reforzar la relación estratégica bilateral con EEUU y Francia (principales socios estratégicos británicos) e invertir en el desarrollo de una infraestructura de partenariados estratégicos que responda a nuestra voluntad marítima, siguiendo la estela marcada por el Reino Unido: Turquía, Arabia Saudí, Brasil, Nigeria, la India, Sudáfrica, Australia, Malasia, Myanmar, Corea del Sur y Japón (países todos ellos de gran potencial demográfico y económico).

Luis Simón, Director de la oficina de Bruselas e investigador principal del Real Instituto Elcano.


(1) Véase, por ejemplo, James Stavridis (2016), “Europe’s Loss is NATO’s Gain”, Foreign Policy, 25/VI/2016.

(2) Theresa May (2016), “I’ll make sure we build Trident right now”, Daily Mail, 4/VII/2016.

(3) Luis Simón (2014), “‘España después de Europa’: la proyección marítima como elemento de la renovación estratégica española”, Estrategia Exterior Española, nº 14/2014, Real Instituto Elcano, 14/V/2014.

(4) Véase, por ejemplo, John Baylis (1993), The Diplomacy of Pragmatism: Britain and the Formation of NATO, Palgrave Macmillan, Basingstoke.

(5) Oficinas nacionales de estadística del Reino Unido y Alemania. Estas proyecciones computan las tendencias migratorias.

(6) Brendan Simms (2007), Three Victories and a Defeat: The Rise and Fall of the First British Empire, Penguin Books, Londres.

(7) Véase, por ejemplo, Julian Lindley-French (2015), Little Britain? Twenty-First Century Strategy for a Middling European Power, CreateSpace Independent Publishing Platform.

(8) James Rogers y Luis Simón (2016), “Brexit: Europe at a strategic crossroads?”, European Geostrategy, vol. 8, nº 17.

(9) Luis Simón y James Rogers (2011), “British Geostrategy for a New European Age”, The RUSI Journal, vol. 56, nº 2, pp. 52-58.

(10) Véase The Military Balance 2016, International Institute of Strategic Studies, Londres, cap. 4.

(11) Véase, por ejemplo, Gareth Stanfield y Saul Kelly (2015), “A Return East of Suez? UK Military Deployments to the Gulf”, Briefing Paper Royal United Services Institute, abril; Jonathan Eyal et. al. (2015), “Partners for Global Security: New Directions for the UK-Japan Defense and Security Relationship”, Whitehall Report, vol. 2, nº 15, 11/VIII/2015); James Rogers (2013), “European (British and French) Geostrategy in the Indo-Pacific”, Journal of the Indian Ocean Region, vol. 9, nº 1, pp. 69-89; y Luis Simón (2015), “Europe, the Rise of Asia and the Future of the Transatlantic Relationship”, International Affairs, vol. 91, nº 5, pp. 269-289.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *