Biden, policía del mundo

Las memorias de los jefes de Estado no suelen formar parte de mi biblioteca: es un género literario pobre, escrito por negros para mayor gloria del autor, y nos enseñan menos que las obras de los historiadores. Así que abrí con cierta reticencia el primer volumen de las memorias de Obama, «Una tierra prometida». Sorpresa, el libro está muy bien escrito, por el propio Obama, y mezcla consideraciones personales y análisis geopolíticos. Y lo que es aún más asombroso, estas memorias no respetan las convenciones al uso, al trazar retratos muy irrespetuosos de algunos jefes de Estado.

Nos enteramos de que Nicolas Sarkozy usa tacones para compensar su baja estatura y de que su estrategia dominante era aparecer siempre en el centro de la foto. Sobre los líderes chinos, Obama confirma que siempre se tiñen el pelo de negro azabache para disimular su edad y que todos tienen cuentas fuera de China, del orden de varios miles de millones de dólares. Los líderes del mundo árabe actúan de la misma manera; Obama intentó también persuadir a Mubarak en Egipto y a Gadafi en Libia para que dejaran el poder y se exiliaran a lugares más tranquilos donde disfrutar de sus mal adquirida fortunas.

También nos enteramos, aunque lo sospechábamos, que nada es más aburrido que las reuniones de jefes de Estado del G-7 y el G-20, donde todo el mundo lee detenidamente declaraciones vacuas redactadas por tecnócratas. Obama aprovechaba para hojear novelas. Pero no es eso lo esencial. Más allá de estas anécdotas, el libro revela que el presidente de Estados Unidos es realmente el policía de las relaciones internacionales y que no se trata solo de una metáfora manida. En cualquier momento a lo largo del día, el presidente de Estados Unidos es informado del menor conflicto del planeta, de la necesidad y de la capacidad o no de los estadounidenses para intervenir. Y Obama, como sus antecesores, no dejará de intervenir para que el mundo siga girando, más o menos bien, garantizando al menos la libre circulación de hombres y mercancías y evitando que las guerras civiles y los conflictos locales degeneren en guerras generalizadas. A veces, una llamada telefónica, una amenaza o un cumplido son suficientes para calmar las cosas. A veces se impone la intervención militar, la solución última, para impedir, por ejemplo, que Gadafi masacre a la población.

Esta función de policía del mundo no requiere necesariamente el despliegue de tropas sobre el terreno: la inteligencia y los drones permiten centrarse en el objetivo de los líderes terroristas. Como en una película del Oeste, en la sala de operaciones de la Casa Blanca se exhiben los retratos de veinte líderes terroristas que deben ser abatidos. Después de cada eliminación, narrada o secreta, los retratos se sustituyen por los siguientes objetivos, de modo que siempre haya veinte.

A fuerza de centrarnos en las guerras interminables que el Ejército estadounidense libra sobre el terreno en Afganistán, Irak y Siria, olvidamos que el papel esencial del policía estadounidense es pasar inadvertido. Por ejemplo, nadie menciona nunca la VII Flota de Estados Unidos que, desde Japón hasta India, a lo largo de las costas de China y Vietnam, garantiza la seguridad de los convoyes comerciales que representan el 80 por ciento del comercio mundial. Al haber navegado como invitado en el portaaviones Franklin Roosevelt, soy testigo de que los oficiales estadounidenses pueden ver en una pantalla gigante hasta el más pequeño bote de remos sospechoso en un circuito de miles de kilómetros.

Esta función de policía la ejerce Estados Unidos, por defecto, desde 1945: entonces era la única potencia que quedaba en el mundo. Nadie ha logrado reemplazarlo, ni Rusia ni China, que tienen grandes ambiciones, aunque siguen siendo regionales. No podemos imaginar a los chinos interviniendo en el Sahel, como hacen en este momento los franceses y los estadounidenses, para evitar que los islamistas controlen el norte de África. ¿Podríamos imaginar un mundo sin policía? Desde luego, igual que se podrían concebir las autopistas sin señalización, pero sería imposible evitar los accidentes. ¿Podríamos imaginar un policía que no fuera estadounidense? La ONU es incapaz, como demuestra el fracaso de su intervención en el Congo durante cuarenta años.

La ventaja del policía estadounidense es que está bastante bien equipado y es relativamente predecible. Ahora solo le preocupa mantener el orden y ha renunciado a imponer la democracia y los derechos humanos excepto por medio de discursos generales. Cabe señalar que esta renuncia a imponer regímenes respetables data de la presidencia de Obama, como reacción al fracaso de George Bush en Oriente Próximo y porque la opinión pública estadounidense se inclina hacia el aislamiento. En este sentido, Donald Trump solo ha hecho suya la redefinición del papel de Estados Unidos, o para ser más exactos, ha dejado que sus subordinados lo hicieran a su gusto, porque él ha sido un presidente ausente de su oficina, sin contar su pasión «amorosa» por el dictador de Corea del Norte, por otra parte, sin resultado.

¿Podemos aventurarnos a hacer alguna predicción sobre la presidencia ahora adquirida de Joe Biden? Sí, porque está presente en las memorias de Obama. Mantendrá la función de policía mundial, con extrema prudencia y gran reticencia a cualquier compromiso militar. Sin embargo, parece más comprometido que Obama con la defensa de la democracia, lo que ya preocupa a rusos, chinos y saudíes. Sobre todo, tendrá que equipar mejor a sus policías contra las nuevas formas de agresión que pasaron inadvertidas bajo el régimen de Trump: el terrorismo cibernético por parte de rusos y chinos, que podría paralizar las redes estadounidenses.

Esta nueva forma de guerra es la principal amenaza para las sociedades occidentales en general; están mal preparadas, aunque nuestra supervivencia depende de ello. En cuanto al policía estadounidense, ya que se necesita un policía, es mejor que siga siendo estadounidense y que sea Biden. Y mejor Biden, informado y equilibrado, que Trump. Reconozcamos a Trump el gran mérito de no haber hecho nada durante cuatro años; es lo mejor que se podía esperar.

Guy Sorman

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