Biden: ¿un nuevo Roosevelt?

Desde que Napoleón Bonaparte huyó de su exilio en la isla de Elba (2 marzo de 1815), hasta su derrota en Waterloo el 18 de junio de ese mismo año, transcurrieron aproximadamente 100 días. Posteriormente, Roosevelt rescató la expresión «100 días» para denominar los primeros compases de su lucha contra la Gran Depresión en 1933 y el comienzo del New Deal. La expresión se popularizó políticamente para indicar el periodo de gracia concedido a un nuevo gobernante, sobre todo, al presidente de los Estados Unidos de América. Ahora le toca a Joe Biden. Cuando fue elegido, se suponía que su Presidencia sería una fase transitoria en la que, lentamente, intentaría enderezar el país, después del voto anti-Trump que lo sentó en el despacho Oval. Este pronóstico solo se ha cumplido parcialmente. Desde luego Biden se ha dedicado a erosionar las actuaciones de Trump (algo parecido a lo que hizo Trump con las de Obama), pero el ritmo ha sido tan sorprendente que los analistas se preguntan si el Biden de estos 100 primeros días es el mismo, achacoso y dubitativo, de la campaña electoral.

El Covid sigue siendo la primera preocupación de los americanos. Las siguientes son la economía y el empleo (sondeo Ipsos, 15 abril). Cuando, en diciembre del año pasado, Biden manifestó que en sus 100 primeros días vacunaría a 100 millones de ciudadanos, se entendió como un recurso electoralista, una especie de brindis al sol. Sin embargo, sorprende que en sus 100 primeros días haya inoculado la vacuna a más de 200 millones .

No es extraño que el 72% de los estadounidenses digan que la Administración Biden ha hecho un buen trabajo gestionando la fabricación y distribución de vacunas Covid-19 a los estadounidenses (Pew Research Center, 5 al 11 de abril de 2021). ¿Cómo ha abordado Biden la segunda y tercera preocupación de los americanos, es decir, la economía y el empleo? En este aspecto, parte de los analistas sostenía antes de su toma de posesión, que Biden continuaría siendo «Sleepy Joe». Esto es, que también en esta cuestión iba a proponer a los americanos una cura de reposo después de la histeria del rubio presidente anterior. Sin embargo, su salida en tromba ha hecho que comiencen a compararlo con F. D. Roosevelt: Biden estaría haciendo otro New Deal, aunque sea de reducidas dimensiones.

A este respecto, conviene recordar algunas cosas. La primera, la enorme diferencia entre el panorama de los 100 días de Roosevelt y el de Biden. Cuando en 1933 subió Roosevelt al poder, EEUU estaba inmerso en la peor depresión de su historia, con un paro del 25%, el PIB reducido a la mitad, la renta agraria con un bajón en picado del 60%, la producción industrial en idéntico debacle y el sistema bancario quebrado. «La pobreza era omnipresente, la desesperación una epidemia» (O. Stone). La situación de EEUU post Trump es delicada, pero ni mucho menos desesperada. En este aspecto, el presidente saliente había logrado salvar la economía con unas medidas que el coronavirus desestabilizó, pero sin lograr borrar del todo sus huellas.

Desde otro punto de vista, el impacto de la política de Roosevelt, a pesar del intervalo de Eisenhower, duró 36 años, desde 1932 hasta 1969, año de la salida de Johnson de la Casa Blanca. Ni con la mayor benevolencia puede pensarse que la era Biden abrirá una etapa igual. El New Deal fue un período irrepetible de la historia americana. The Great Exception, como ha demostrado Jefferson Cowie en un libro con ese título. Dicho esto, es evidente que las medidas tomadas por Biden en materia económica han sido audaces, aunque está por comprobar su efectiva realización y eficacia.

Por empezar con la más próxima en el tiempo, Biden acaba de comprometerse ante una audiencia de 40 Jefes de Gobierno a una vuelta al redil del Acuerdo de París, con el compromiso de reducir un 52% las emisiones de EEUU para 2030. A este compromiso ha unido el de eliminar el carbón de la economía estadounidense en 2050. Por lo demás, dos proyectos –que recuerdan los planteamientos de Keynes– encuadran su política económica: un amplio plan de relanzamiento de las infraestructuras y los servicios público y otro –utópico– de armonización mundial de la fiscalidad de las empresas. Digo utópico, porque si desde luego sería un golpe de muerte para los paraísos fiscales, la regla internacional de la unanimidad en los tratados probablemente, paralizará la iniciativa.

Según los analistas, a corto plazo estas medidas acelerarán el crecimiento económico, siempre que no interfieran negativamente sus potenciales consecuencias inflacionistas. Sin embargo, a medio plazo el diagnóstico no es tan optimista. Si, desde luego, la inversión en infraestructuras es un factor de crecimiento, la vuelta a una fuerte reglamentación federal –de carácter autoritario–, y el aumento de los impuestos a las empresas podrían no ser tan positivos. De momento, Biden logró que el Congreso (por la mínima en el Senado: 50-49) aprobara su plan económico de estímulo de casi dos billones de dólares.

El tercer factor de preocupación de los americanos es el empleo. Su American Jobs Plan supone un gasto de 2,7 billones de dólares para el aumento del mismo, recaudando 2,1 billones de dólares en la ventana presupuestaria de 10 años (2022-31). Prevé Biden que solamente con las medidas para reforzar el medio ambiente se crearán 19 millones de empleos en diez años. Sin embargo, algunos analistas sostienen que ese plan –acompañado de severas medidas impositivas– dañará la competitividad internacional de EEUU, convirtiéndolo en un espacio menos atractivo para los negocios. A todo ello se suman, entre otras, su plan de restricción del mercado de armas, el anuncio de pronta retirada de las tropas de Afganistán y el reconocimiento del genocidio armenio.

Comprobado que Biden, en los tres temas que más preocupan a los estadounidenses, lo está haciendo bastante bien. Sorprende, sin embargo, su moderado índice de popularidad global en estos 100 primeros días. La aprobación de Biden se sitúa actualmente entre el 52-53%. Comparando estas cifras con la valoración de los anteriores presidentes en idéntico plazo, resulta que Biden aparece con un porcentaje menor que cualquier otro desde 1945 (excepto Gerald Ford, con un 48%; y Donald Trump, con un 43%). Desde Truman hasta ahora, la media de popularidad de los presidentes en ese plazo oscila del 60-66%.

¿CUÁLES pueden ser las razones? Desde mi punto de vista, la primera es la sombra alargada de Trump. Este sigue teniendo en torno al 45-50% de impacto en la opinión pública. Muchos republicanos siguen creyendo aún que es el presidente legítimo, y bastantes nostálgicos añoran su presencia. La segunda es el problema de la inmigración. Un 59% de los encuestados para la cadena NBC desaprueba las actuaciones en la frontera con México y el manejo en general de la inmigración por parte de la Administración. Por ejemplo, en marzo fueron deportados 33 vietnamitas. No obstante, el cese de deportaciones de 100 días firmado por el propio Biden y las negligencias médicas y los abusos sexuales siguen presentes en los centros de inmigrantes. Y parece muy dudoso que logre su meta estrella: otorgar la ciudadanía a 11 millones de personas que residen en EEUU y no la tienen. En las elecciones presidenciales, buena parte del voto católico fue para Biden: entre los católicos hispanos, el 67% lo respaldó y entre las católicos blancos el 42% (AP VoteCast, febrero 2021).

Estos católicos eran conscientes de las convicciones pro aborto de Biden. Pero lo que muchos de ellos no esperaban era que, entre las primeras decisiones de los 100 días, Biden fuera firmar un memorándum que anulaba las restricciones de acceso al aborto en el país y en el extranjero, incluida la enmienda Hyde, que prohíbe destinar fondos federales a organizaciones extranjeras con políticas pro-aborto. Estas medidas han levantado protestas de organizaciones católicas y evangélicas que votaron a Biden, pero sin ser adecuadamente alertadas de estos planes, con el consiguiente descenso de la popularidad entre esa parte de votantes, que se sienten traicionados.

Después de estos 100 primeros días es urgente que Biden comprenda que el elogio es la sombra del poder, no su sustancia. La buena acogida de estos hiperactivos días debe completarse con medidas orientadas a unir al dividido pueblo americano. En esta línea se ha movido, me parece el largo discurso del pasado miércoles ante el Congreso. En él ha presentado un proyecto centrista y progresista con voluntad de reconciliar al país. Buen punto de partida, aunque esa meta llevará desde luego más de 100 días.

Rafael Navarro-Valls es catedrático, académico y presidente de las Academias Jurídicas Iberoamericanas.

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