Bienvenidos al apocalipsis aburrido

Pudo haber sido una escena tomada directamente de una película de terror apocalíptico. A finales de noviembre, cuando la Organización Mundial de la Salud declaró a la variante ómicron del coronavirus como una “variante preocupante”, se cerraron las fronteras, se tambalearon los mercados y se propagaron las advertencias sobre cómo esta nueva amenaza podría arrasar con la población mundial.

Y entonces… muchos de nosotros regresamos de inmediato a lo que estábamos haciendo. En una encuesta realizada a participantes estadounidenses del 3 de diciembre al 6 de diciembre, casi todos —el 94 por ciento— habían escuchado de la ómicron. A pesar de las preguntas que quedan sin responder sobre los riesgos de esta variante y si puede evadir el efecto de las vacunas, tan solo el 23 por ciento respondió que cabía la posibilidad de que cancelaran sus planes para las fiestas decembrinas y el 28 por ciento dijo que era probable que no se reunieran con personas que no vivieran con ellos.

Bienvenidos al apocalipsis aburrido
Félix Decombat

Es una diferencia notable en comparación con el inicio de la pandemia. En ese momento, cuando nos enteramos de que había una nueva enfermedad muy contagiosa y mortal sin vacuna ni tratamiento, muchos de nosotros nos abastecimos de alimentos y papel de baño, comenzamos a limpiar nuestros víveres, nos confinamos y solo nos aventurábamos a salir de casa con equipo de protección personal.

Sin embargo, muchas personas ya no le temen tanto a la COVID-19, lo cual complica los esfuerzos de las autoridades de salud pública por mitigar la propagación de la variante ómicron. Todos hemos visto esta película de terror y, después de que has visto diez veces al asesino saltar blandiendo un arma —incluso si lo has visto matar—, simplemente ya no te asusta igual que antes. El mismo refrito se ha reproducido durante 21 meses. Estamos viviendo lo que los expertos en riesgo podrían llamar un apocalipsis aburrido.

El flujo aparentemente constante de alertas de emergencia ha adormecido la reacción de temor a esta pandemia de muchas personas, por lo que han bajado la guardia, han relajado sus restricciones o hábitos de uso de cubrebocas o incluso se han rehusado a ponerse las vacunas que podrían salvarles la vida. ¿Por qué? En esencia, todos hemos pasado por una de las mejores terapias que existen para acabar con el temor extremo.

Si te dan miedo las arañas, con tan solo ver un bicho de ocho patas se te activa la amígdala, una parte vital del sistema de detección de amenazas de tu cerebro. La amígdala actúa como una sirena de seguridad que al instante silencia cualquier otro ruido que haya en tu cabeza y te impulsa a tomar medidas inmediatas de protección: pelear, huir o congelarte.

Cuando esa reacción es hiperactiva —en especial si tienes una fobia—, los psicólogos suelen recomendar terapia de exposición. El objetivo es familiarizarte tanto con la fuente de tu miedo que ya no te parezca una amenaza. Tu amígdala se toma una siesta y tu corteza prefrontal toma el control, lo cual te permite racionalizar si la araña patona de tu bañera en realidad es un peligro.

Por lo general, los terapeutas usan uno de dos métodos de terapia de exposición: la desensibilización sistemática y la inundación. La desensibilización sistemática consiste en introducir la amenaza en pequeñas dosis y aumentarla de forma gradual a lo largo del tiempo. Tal vez empieces viendo fotos de arañas y luego tengas un encuentro con una araña viva en una jaula sellada del otro lado de la habitación. Aprendes a manejar tu miedo en situaciones menos amenazadoras antes de estar frente a frente con la criatura que te atemoriza.

Por el otro lado, la inundación consiste en ponerte justo en el medio de tu pesadilla. Un terapeuta podría dejar caer una araña en tu regazo. Es probable que entres en pánico, pero la expectativa es que tras salir de la experiencia ileso pronto te des cuenta de que tu terror no tiene razón de ser y les tengas menos miedo a las arañas en adelante.

Miles de millones de personas han sido sometidas a estas dos experiencias durante la pandemia de COVID-19. En la primavera de 2020, todos pasamos por la inundación. De repente, estábamos frente a un patógeno invisible y letal que asesinaba a miles de personas en todo el mundo y a nuestro alrededor. Los medios nos bombardearon con imágenes desgarradoras de pacientes que luchaban por respirar en ventiladores.

Desde entonces, cada nueva ola de comunicación ha operado como una forma de desensibilización sistemática. La gente de todo el mundo ha pasado por tantas alarmas, tanto reales como falsas, que muchos se han condicionado para dejar de temerle a la COVID-19 de esta manera. Además, cada salida de la casa que no ocasiona que alguien se enferme puede servir para desensibilizar más. En este momento, es como si hubiéramos desarrollado anticuerpos contra el miedo.

El estado de ánimo del año también puede adormecer la reacción de miedo de las personas. Conforme se ha alargado la pandemia, he hecho énfasis en que muchas personas están languideciendo en un estado de vacío y tedio. Cuando tienes esa sensación de desgano o indiferencia, tus reacciones emocionales se contienen. La sensación de fatalidad inminente que la primavera pasada te empujó a tomar medidas este otoño es más como un molesto dolor de cabeza. Muchas personas están cansadas de tener miedo, y también simplemente cansadas. Si una variante de la COVID-19 cae en una comunidad y no hay nadie que le tema, ¿aun así hace ruido?

Esto no quiere decir que no tenga sentido usar tácticas atemorizantes en los mensajes de salud pública o las conversaciones privadas. Hay mucha evidencia que demuestra que apelar al miedo motiva a la gente a evitar los peligros. Puede motivarla a dejar de fumar o a usar el cinturón de seguridad. Sin embargo, por más intenso que se sienta el miedo como estado emocional, también es efímero, lo que puede reducir su eficacia para motivar un cambio conductual continuo. Por ejemplo, en los esfuerzos para reducir la propagación del VIH, una investigación sugiere que, aunque en un inicio avivar el miedo aumenta la percepción del paciente de su riesgo de contraer VIH, en realidad reduce su uso del condón (la terapia y los programas de pruebas son más eficaces para cambiar el comportamiento). No puedes mantenerte peleando, huyendo o congelado por siempre.

Por lo general, el miedo funciona mejor para motivar actos únicos, en especial los que parecen riesgosos. El año pasado, es probable que el miedo haya sido un mecanismo eficaz para motivar a la gente a ponerse su primera vacuna. Pero suele ser menos eficaz para motivar conductas repetidas, como ponerse una segunda dosis y un refuerzo.

Está claro que el problema no es solo que haya una sobresaturación de mensajes de miedo. Las conductas de protección se han politizado tanto que muchas personas se muestran escépticas no solo de las vacunas y las mascarillas, sino incluso de la amenaza que representa la COVID-19. Para que un mensaje de miedo se capte y cambie conductas, la gente debe tener la certeza de que hay un peligro claro y presente y de que tomar medidas la protegerá.

Desde 2020, los científicos han tenido avances sorprendentes en cuanto al descubrimiento de cómo prevenir y tratar la COVID-19. Las autoridades sanitarias deberían emplear la misma disciplina científica para informar sobre la enfermedad. Algunas estrategias prometedoras incluyen comunicar a las personas que se les ha reservado una vacuna, invitarlas a hacer su parte para corresponder a los enormes sacrificios de los profesionales de la salud y preguntar qué las motivaría a considerar vacunarse.

Los expertos en salud pública también pueden mejorar la forma en que se da el mensaje. No ayuda en nada seguir con la misma estrategia de comunicación que algunos escépticos de las vacunas tachan de porno del miedo sobre la COVID-19 o intentar neutralizar los miedos a la inoculación con generalizaciones de que las vacunas son seguras y efectivas (¿cuán seguras?, ¿cuán efectivas? y ¿para quiénes?). Hay experimentos que demuestran que las comunicaciones se vuelven más convincentes cuando abordan los contraargumentos y reconocen la incertidumbre. Un mensaje más persuasivo y honesto es que las vacunas definitivamente tienen riesgos, pero la mejor evidencia disponible sugiere que los riesgos de la COVID-19 son mucho más probables y mucho más graves.

Algo que complica más los mensajes sobre el riesgo de la COVID-19 es que las comunicaciones no siempre se entienden como se espera que se entiendan. Cuando las autoridades gubernamentales, los expertos médicos y los periodistas se quejan sobre el lamentable bajo porcentaje de gente que se ha vacunado en un lugar determinado, tal vez suponen que el mensaje que percibe la gente es: “Si la mayoría de tus vecinos no están vacunados, ¡estás en peligro!”. Por desgracia, muchas personas escucharán otro mensaje: “La mayoría de tus vecinos no considera que la COVID-19 sea una amenaza ni que las vacunas sean seguras”.

En sus estudios pioneros de persuasión, el psicólogo Robert Cialdini ha demostrado que, ante la incertidumbre, las personas recurren a otras similares a ellas en busca de pistas sobre el comportamiento apropiado. Si ves que muchos de tus vecinos no están vacunados, quizá también dudes en vacunarte. Por eso los datos sugieren que a los comunicadores sanitarios les va mejor si resaltan las cifras no procesadas en vez de los porcentajes: decir que más de 200 millones de estadounidenses están completamente vacunados puede cambiar su percepción de la norma. Tal vez piensen: “Las vacunas son muy populares. ¡Tengo que ir por la mía ahora!”.

En lugar de presentar todas las amenazas nuevas como una película de terror, quizás ha llegado la hora de comenzar a promover distintos géneros. ¿Qué tal una película de crimen y suspenso? “Hemos encontrado varias víctimas de una nueva variante. La sospechosa es ómicron, pero se necesitará una investigación detectivesca más profunda para encontrar los motivos y detenerla para que no vuelva a matar”.

¿Y si probamos con la ciencia ficción? “Acabamos de recibir el primer comunicado de la nave nodriza sobre una especie extraterrestre llamada ómicron. Tal vez son klingon o roban cuerpos, así que hay que proceder con precaución. Pero hay que tener en cuenta que quizá no sean tan hostiles: podrían ser más parecidos a los vulcanos o a los seres extraterrestres de Contacto”.

Algo está claro: repetir estruendosamente una alerta de emergencia conlleva sus propios riesgos. Lo último que se necesita en una pandemia es un país con una población demasiado aburrida para prestar atención o actuar.

Adam Grant es psicólogo organizacional de la Escuela Wharton, autor de Think Again: The Power of Knowing What You Don’t Know y anfitrión del pódcast de TED WorkLife.

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