Bienvenidos sean los refugiados

En muchos de los países pobres y emergentes de origen migratorio, los sistemas educativos son limitados, por lo que son las mismas familias las que detectan quién es el más inteligente o el más emprendedor y, como es lógico, apuestan todos por él para que intente sacarles de la pobreza logrando un empleo en otro país, si no ha podido conseguirlo o lo ha perdido en el suyo. Si el que emigra proviene de un país tradicional de emigración sabe que siempre puede encontrar un familiar o amigo en su destino que le acoja y le oriente.

Asimismo, no podemos olvidar que no hace mucho tiempo (en los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado) muchos españoles tuvieron que emigrar a América del Sur y al resto de Europa. Lo hacían, bien para evitar una dura persecución política e ideológica, bien para poder encontrar trabajo fuera de una España empobrecida, tras la horrible Guerra Civil y sus persecuciones posteriores, cobrándose muchas vidas. Pero también por sufrir una situación de aislamiento internacional, en la que casi no llegaba ayuda del extranjero.

Los llamados hoy refugiados son otro tipo más de emigrantes forzosos que han sido obligados a hacerlo por peligrar sus vidas a causa de la violencia, la dictadura o la guerra y hoy, lo que es peor, por poseer o pertenecer a una determinada corriente religiosa. Es con ellos con quien hay que tener una mayor capacidad de compasión y de aceptación, especialmente en todos aquellos países que ya sufrieron experiencias semejantes, como la gran mayoría de los países de Europa.

Muchos españoles desempleados se preguntarán ¿por qué hay que admitir a refugiados extranjeros que compiten por nuestros puestos de trabajo, siendo nuestra tasa de desempleo tan elevada y, más aún, proviniendo de una guerra religiosa en el extranjero entre suníes y chiíes? Pues porque ellos serán los que van a pagar sus pensiones.

Tampoco hay que olvidar que otra terrible guerra religiosa también ocurrió en Europa entre católicos y protestantes, durante la larga Guerra de los 30 años (1618-1648). Según el historiador británico David Norman (1996), murieron ocho millones de personas, incluidos muchos civiles, de una población total europea de 110 millones, que dejó asolada toda Europa, especialmente a Alemania, que perdió más de un 10% de su población.

Es interesante comparar las fechas de ambas grandes guerras de religión. La Guerra de los 30 años, entre católicos y protestantes, tuvo lugar 1.600 años después del nacimiento de Jesucristo, en el año 1 de la era cristiana. La actual guerra, entre suníes y chiíes, que empezó en Irak, en 2005, tiene lugar 1485 años después del nacimiento de Mahoma en el año 520 (de la era cristiana) en La Meca. Una diferencia de 115 años.

Como ha señalado The Economist (12-12-2015), el volumen de refugiados es enorme, el mayor desde la II Guerra Mundial. Pero son gentes muy jóvenes que vienen a una Europa que es la región más envejecida del mundo, después de Japón. Su edad media es de 23 años, la mitad de la edad media de Alemania, que es el país más envejecido de Europa, seguido de Italia y de España. Además, el 82% de los refugiados tiene menos de 34 años y bastantes tienen educación secundaria e incluso universitaria.

Europa, y sobre todo España, no tienen futuro alguno en el mundo sin una creciente inmigración de países pobres o emergentes, dado el creciente envejecimiento de sus poblaciones y la enorme caída de sus tasas de natalidad.

El informe más reciente de la Comisión Europea (2015) estima que en la UE el envejecimiento de la población aumentará y el empleo caerá ininterrumpidamente entre 2010 y 2060, suponiendo que el crecimiento potencial se mantenga constante (irá decayendo irremediablemente). La contribución al crecimiento del factor trabajo aumentará hasta 2020, pero será negativa en los siguientes 40 años. La población en edad de trabajar (20-64) está cayendo ya desde 2010, y caerá de 310 millones en 2010 a 260 millones en 2060 —50 millones menos—, pudiendo producir la quiebra de los sistemas de pensiones de los Estados miembros de la UE.

En empleo total (20-64) caerá de 210 millones en 2010 a 200 millones en 2060, y el trabajo contribuirá negativamente al crecimiento, en un 0,1% anual, hasta 2060.

En España, las últimas proyecciones del Instituto Nacional de Estadística (octubre de 2014) muestran que el problema del envejecimiento es todavía mucho más problemático que en la UE, ya que la caída de su población empezó ya en 2012. En los próximos 15 años caerá un 2,2% del total, es decir, 1,022 millones. En los siguientes 50 años, hasta 2064, otros 5,6 millones, cayendo un 12,1%, de 46,8 millones en 2012 a 40,8 millones en 2064.

El número de nacimientos empezó a caer ya en 2009 y en 2029 habrán descendido en 298.202, un 27,1% menos. El número de nacimientos por mujer fértil caerá hasta 1,22, cuando la tasa de reposición de la población es de 2,1 hijos por mujer fértil. La edad media de maternidad, que hoy es de 31,7 años, subirá hasta 33 años en 2064 y el número de mujeres en edad fértil (entre 15 y 49 años) caerá 4,3 millones.

La esperanza de vida al nacer, que hoy es de 80 años para los varones y de 85,7 años para las mujeres, sería, en 2064, de 91 años para los varones y de 94,3 años para las mujeres. Y a los 65 años sería de 27,37 años para los varones (92,37 años) y de 30,77 años para las mujeres (95,77 años).

A partir de 2015, las defunciones superarán a los nacimientos. Asimismo, tras la Gran Crisis, los flujos anuales de emigración son ya superiores a los de inmigración, pero esta tendencia se invertiría a partir de 2021.

La población mayor de 65 años que hoy es el 18,2% pasaría a ser el 38,7% en 2064 y la tasa de dependencia (es decir, el número de mayores de 64 años respecto del número de menores de 16 años) llegaría a ser del 95,6%; es decir, cada joven en edad de trabajar tendría que mantener prácticamente a cada jubilado. Por último, en España se estableció la edad de jubilación a los 65 años en 1919 con la Ley del Retiro Obrero, gobernando Antonio Maura, cuando la esperanza de vida al nacer era de 33 años. Hoy la edad de jubilación sigue siendo a los 65 años (a los 64 años es la edad real), cuando la esperanza de vida al nacer es de 82 años. Estamos todos locos.

Guillermo de la Dehesa es presidente honorario del Centre for Economic Policy Research (CEPR) de Londres.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *