Bildu: la renuncia imposible

La hipótesis menos pesimista de las que podrían emplearse para explicar algunas de las reacciones a la noticia sobre las listas electorales de EH Bildu es que la mayoría de los ciudadanos no sepan qué es EH Bildu. Leemos por allí que no es para tanto, que las listas pueden no gustar pero son legales; algunos incluso llegan a decir que no podemos reprocharles nada, que son un partido ejemplar. Después están los que fingen sorprenderse. Es incomprensible que puedan hacer algo así, lamentan, como si la presencia de etarras en las listas de la izquierda abertzale no fuera una tradición muy arraigada en nuestra democracia. La hipótesis del desconocimiento es la menos pesimista, decíamos, pero también poco creíble. Aun así, vamos a tomarla como buena. Es decir, vamos a intentar explicar qué es –y qué no es– EH Bildu.

Bildu es la plataforma política actual de la izquierda nacionalista vasca, que en otras épocas concurría a las elecciones bajo las siglas de HB, Batasuna o Euskal Herritarrok. En la plataforma se agrupan varios partidos políticos, pero desde su fundación EH Bildu ha sido y es esencialmente Sortu. Es decir, la izquierda abertzale tradicional, con su característica relación con el mundo de ETA. Y aquí empieza la disonancia cognitiva. No pocos analistas se empeñaron en asegurar, también desde su fundación, que Bildu no era exactamente Sortu. Que incorporaba voces y partidos «críticos con la violencia». Pero mientras lo decían, Bildu iba a lo suyo.

Bildu: la renuncia imposible
NIETO

Desde el Ayuntamiento de Galdácano permitían una exposición en la Casa de Cultura sobre la obra artística del asesino Jon Bienzobas. En esa misma localidad se declaraba al propio Bienzobas y a García Gaztelu, alias 'Txapote', «víctimas del conflicto». Pernando Barrena, eurodiputado de Bildu, daba la bienvenida pública a Ibon Muñoa cuando el cómplice de Txapote en el asesinato de Miguel Ángel Blanco salía de la cárcel. En Bilbao organizaban una velada en la que se desarrollaron actividades como el envío de cartas de apoyo a presos de ETA. Y algo menos conocido pero tal vez más importante: intentaron que el Parlamento autonómico aprobase una iniciativa para vetar la presencia de Vox, Ciudadanos y el PP en territorio vasco durante las últimas elecciones generales. Todo esto, para los despistados que creen en la metamorfosis de la izquierda abertzale, en un período de cuatro años. Ésta es precisamente una de las cuestiones sobre las que reina una mayor confusión: cuando hablamos de Bildu, cuando nos referimos a lo que son y a lo que representan, no estamos hablando en pasado. Estamos hablando de hace unos días.

Y ahora, las listas. Resulta que Bildu, el partido ejemplar que según nuestra izquierda 'pata negra' puede darnos lecciones morales, lleva a etarras como candidatos a las elecciones del 28 de mayo. Cualquier muestra de sorpresa o incomprensión ante este hecho, y hemos visto muchas estos últimos días, es necesariamente fingida. Ni es algo nuevo ni puede sorprender en un partido que tiene como líder a Arnaldo Otegi. Lo que sí ha sorprendido ha sido esta especie de indignación colectiva de la sociedad española, habitualmente perezosa. Y ha sido esta reacción social la que ha llevado a un hecho aún más sorprendente. Siete de los antiguos miembros de ETA que figuraban como candidatos en las listas de Bildu, los condenados por delitos de sangre –como si hubiera categorías morales relevantes entre los miembros de una banda terrorista– declaraban el martes que se sentían obligados a retirar sus candidaturas en la medida posible. «En la medida posible»; es decir, no retiraban sus candidaturas. Se comprometían a no tomar el acta de concejal si salían elegidos, con lo que cualquier votante de Bildu podrá, dentro de una semana y media, votar lo que le pide el cuerpo.

Podrá votar, por ejemplo, a José Antonio Torre Altonaga, suplente en la lista de Munguía. Torre Altonaga fue condenado por los asesinatos de Andrés Guerra y Alberto Negro, trabajadores de la central nuclear de Lemóniz, y resume mejor que nadie el significado profundo de esta idea con la que el PSOE intenta justificar la presencia normalizada de Bildu en nuestras instituciones: esta «victoria de la democracia». Si no hubiera sido por él y los suyos, la construcción de la central de Lemóniz no se habría desactivado. Pero ETA decidió que no iba a haber nucleares en el País Vasco, y no las hubo. Ésta es la lección principal que debimos haber aprendido hace mucho tiempo: nunca fue sólo Batasuna la que hacía política; todos los atentados eran una forma concreta de hacer política. Y todos los atentados sirvieron para que hoy el juego político le sea muy favorable a gente como José Antonio Torre Altonaga, Arnaldo Otegi, David Pla u Oskar Matute.

En cualquier caso, parece claro que para la mayoría de la izquierda española Bildu siempre acierta. Acierta cuando presenta a etarras en sus listas porque, en fin, ya no matan. Y acierta también cuando esos mismos etarras –sólo los que han sido condenados por asesinatos– prometen que no aceptarán el acta de concejal si salen elegidos. Se diría que nadie encarna los valores de la democracia española como la izquierda abertzale, y en cierto sentido es así. En octubre de 2020, hace menos de tres años, la mayoría de los partidos del Congreso firmaban un «manifiesto en favor de la democracia». Allí estaban los partidos de izquierdas y nacionalistas. Allí estaba la firma de EH Bildu; y allí estaba también el PSOE.

A todos esos partidos les gustaría que la derecha fuera como la izquierda abertzale. Que se hubiera pasado la mayor parte de nuestra historia reciente amenazando y asesinando. Que funcionara como contrapartida cada vez que alguien denunciara los discursos y los actos de esa miserable izquierda vasca integrada en el proyecto general de la comprensiva izquierda española. Pero por desgracia para ellos no es así. Ningún otro partido en España se parece a EH Bildu.

Bildu es todo lo que hemos mencionado antes, pero es también el espejo moral de la sociedad española. Y la imagen que devuelve no es agradable. Hemos aceptado que los asesinos de concejales puedan convertirse en concejales. Hemos aceptado que los asesinos de policías den órdenes a la Policía. Hemos normalizado el horror y la vergüenza, hemos tolerado que los peores de nosotros celebren sus desfiles de muerte en las calles, y hemos avalado todo esto con nuestros votos. Hemos destruido el significado de las palabras, hemos llevado el eufemismo a su paroxismo, hemos renunciado a describir la realidad para que nuestra imagen sea un poco menos insoportable. Hemos ido perdiendo la conciencia con cada sorbo de loto macchiato.

Y ya va siendo hora de dejar de beber.

Óscar Monsalvo es presidente de Ego Non.

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