Bildu y el ritual de purificación

«Es la primera vez que, sin ambigüedades ni circunloquios, la izquierda abertzale pide perdón (sin usar esa palabra expresamente) a las víctimas de ETA, aunque no condena la actividad terrorista de la banda, que causó 853 víctimas mortales». Esta era el texto que El País publicó en su portada el 19 de octubre de 2021 con una amplia foto de Otegi, un día después de solemnizar así los diez años del cese de ETA. Esa es la declaración a la que ahora, al renunciar a sus actas, aluden de nuevo siete candidatos de Bildu condenados por asesinatos como miembros de ETA: «Nos sumamos expresamente a la Declaración del 18 de Octubre como una mirada autocrítica sobre el ciclo de enfrentamiento anterior».

Entonces tan hueras palabras ya sirvieron a Otegi y a su partido para extraer réditos políticos, como la incoherencia del diario refleja: ¿cómo se puede pedir perdón sin ambigüedades ni circunloquios sin usar esa palabra expresamente y sin condenar la actividad terrorista? Ahora, injustamente muchos vuelven a valorar como positivo un acto de propaganda equivalente a llevar el traje del terrorista/político a la tintorería para quitarle esas incómodas salpicaduras de sangre eludiendo rendir cuentas por los crímenes que su partido justifica. Así se subestima la esencia de la comunicación de publicistas como lo son el terrorista y su portavoz: el carácter del emisor, el contexto en el que actúan y su propósito mediante un procedimiento que persigue la persuasión a través el engaño.

Bildu y el ritual de purificación
RAÚL ARIAS

Los académicos Blumler y Guervitch definen como periodismo servil aquel que sirve al gobierno. Otegi teatralizó aquella inexistente contrición en 2021 en momentos, como ahora, en los que el Gobierno de Sánchez era criticado por sus pactos con Bildu. Luis Aizpeolea complementó el servicio con su artículo titulado Un paso importante. A pesar de la enorme desproporción entre las inhumanas y crueles ofensas cometidas por ETA y las falsas disculpas verbalizadas, evidenciando, por tanto, la intención propagandística de Otegi, escribió: «La declaración tiene un valor que debe reconocerse». Arcadi Espada ejercía el periodismo vigilante en EL MUNDO: «Qué emoción profunda la de ver venir a la prensa socialdemócrata con el centímetro al cuello, como aquellos sastres, y es que van a medir las palabras de Otegi (...). Un pequeño paso para el vasco, pero un gran paso para la Humanidad. Y, ojo, que Aizpeolea establece que 0,0007, aunque ya sabéis cómo es (...). Qué ceremonia denigrante. Un tipo que lo primero que dice es que los asesinatos no se deberían haber prolongado tanto en el tiempo, que lo bueno si breve, joder, y ni un solo sastrecillo valiente le aprieta el centímetro al cuello».

Tampoco faltó el testimonio de una víctima, Maixabel Lasa, para aportarle credibilidad al acto de propaganda interpretado por Otegi. «Esto es lo que pedíamos, ¿no? Pues ya está», dijo. Evidentemente, a Bildu, partido testaferro de ETA, como sentenció el Tribunal Supremo, lo que se le exige es justicia política por su complicidad con el asesinato. Sin embargo, el testimonio de esta víctima ilustra el ritual de purificación escenificado por el hombre que sigue glorificando la sistemática violación de los Derechos Humanos por parte de la organización terrorista de la que formó parte durante décadas. Esa misma liturgia, tras su eficacia en el pasado, es la que ahora representan los asesinos que integran las candidaturas de Bildu.

Como numerosos autores han teorizado, el político concibe la comunicación política como un drama. Es revelador del déficit cultural y cívico de nuestro país que un tipo como Otegi sea capaz de interpretar su papel de «hombre de paz» con semejante éxito pese a tener las manos manchadas de esa sangre que aún justifica. Su triunfo revela la cobardía de una parte de nuestra élite mediática y política y de la ciudadanía para desafiar con contundencia el discurso legitimador de ETA, exigiendo a Bildu una verdadera rendición de cuentas por eludir la deslegitimación del terrorismo.

Como explicó el teórico de la comunicación Kenneth Burke, ante una situación de desorden y contaminación, el político busca el orden. «La inclusión de nuestros nombres en las candidaturas de Bildu ha levantado una gran polvareda política y mediática», afirman los asesinos para justificar su decisión. El eufemismo oculta el problema político que al Gobierno, no a Bildu, le genera la asociación con asesinos que reivindican su vileza. Con el ritual de purificación escenificado persiguen su victimización, invirtiendo el rol de las verdaderas víctimas que ellos causaron. De ese modo obtienen la redención y el retorno al orden con un logro simbólico que Otegi apuntala como «un gesto inequívoco hacia la convivencia democrática» y que, faltaría más, debemos agradecerles.

Así se conforma el «chivo expiatorio» al que, como explica Burke, se recurre en las campañas agitadas y en las polémicas políticas. Se establece una identificación con un enemigo compartido, «la derecha», de ahí el marco mental que Sánchez impone: «Derrotamos a ETA y eso la derecha no lo puede soportar». Una vez más el PP queda descolocado tras dar por bueno un final del terrorismo que Vicente de la Quintana, ex secretario de la Fundación para la Libertad, define en un análisis FAES como «sucio»: sucio por la negociación política de los socialistas con ETA transaccionando su cese a cambio de importantes concesiones como la fraudulenta legalización de Bildu sin la condena inequívoca del terrorismo. Ese es el origen de «la contaminación» que se intenta «purificar» y de la que el PP siempre sale mal parado por su falta de valor para reconocer su aquiescencia con aquel final sucio y rectificar. Como apuntó la víctima Ana Velasco en EL MUNDO, «lo que está ocurriendo hoy es la consecuencia natural de lo hecho anteriormente. Quieren soterrarlo, pero a veces, la podredumbre sale a la luz con toda su pestilencia y su miseria».

Por fortuna, algunas víctimas que erróneamente apreciaron un «salto cualitativo» en la teatralización de Otegi en 2021 califican ahora como «cinismo» el gesto de los asesinos de Bildu. Ya en 2010 Ángeles Escrivá se refirió con precisión al «funambulismo político y declarativo» y a la «calculada escenificación de su distanciamiento de ETA» de personajes como Otegi. Pero no todos los periodistas ejercen igual su profesión. El diario El Correo, tan admirable en otro tiempo combatiendo al terror, titulaba el pasado domingo: «La delación que apunta a 12 generales de ETA». No es la primera vez que en los últimos años ensalza así a los terroristas. Es también habitual su descripción de los criminales como «históricos dirigentes de la izquierda abertzale». Recurrente su lenguaje eufemístico para suavizar la impunidad de quienes han violado los derechos humanos afirmando constantemente que «la izquierda abertzale da pasos pero sin completar su recorrido ético».

En el teatro de la política lo terroristas neutralizan su culpa y responsabilidad. Seducidos por el espectáculo, muchos ciudadanos, en lugar de exigir justicia penal y política por los crímenes que Bildu, aplauden su propaganda. Con diferentes grados, como mohín moral. Y así, como Améry denunció con el nazismo, aunque los crímenes de ETA son recordados, la conciencia pública va perdiendo toda la magnitud de lo que supusieron realmente. No solo desaparece la inquietud y la conciencia del significado político de las víctimas de ETA. Además, pierde sentido el castigo de esos crímenes cuando ambos se distancian en el tiempo. «Han optado por la política», repiten como si ello les eximiera de la culpa que aún deben expiar. «Quien ha ganado hoy son las víctimas». Así adorna el Gobierno la «purificación» de sus socios, utilizando a las víctimas para blindar su alianza con quienes aún legitiman su injusto sufrimiento. Su estratagema las humilla un poco más al blanquear a Bildu como si no fuera lo que es, la historia viva de ETA. Elevar moralmente al criminal para frustración de la víctima que reclama justicia, como recuerda Améry: «Insisto, la culpa colectiva pesa sobre mí, no sobre ellos. El mundo, que perdona y olvida, me ha condenado a mí, no a aquellos que asesinaron o consintieron el asesinato. El tiempo ha consumado su obra. En silencio».

Rogelio Alonso es catedrático de Ciencia Política y autor de 'La derrota del vencedor' (Alianza)

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