Bin Laden, ¿hora del balance?

Bien, podemos partir de los siguientes supuestos, con los datos de que disponemos: Bin laden ha muerto, tal como han apuntado los medios de comunicación de todo el mundo; ha muerto en Pakistán, en una zona muy residencial cercana a la capital y no totalmente desprotegida y dejada de la mano de Dios; y debemos ser cautos a la hora de competir en el probable cúmulo de rumores, leyendas urbanas y preguiones cinematográficos ya en ciernes. Por ello, quizá pueda tener cierta utilidad hacer otra cosa: intentar fijar algunos criterios para ir haciendo el balance de esta década Bin Laden. En efecto, casualidad o no, estamos en el 2011, y dentro de pocos meses se cumplirá el triste décimo aniversario de los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono, el llamado 11-S. ¿Cómo hacer un balance de esta década?

Ante todo, por ejemplo, se puede intentar valorar si Bin Laden ha triunfado o ha fracasado (mucho o poco, ya veremos) en relación con sus autoproclamados fines, es decir, en relación con el programa que anunció en su día y con el que se ha venido prodigando de más a menos en los últimos años. ¿Cuánto hace de sus últimas imágenes recientes vivo? Mucho tiempo. ¿Y de sus últimas arengas (las suyas, no las de su lugarteniente Al Zauahiri)? Mucho tiempo. ¿No se prodigaba por prudencia o porque no tenía mucho más que decir al ser su discurso tan reiterativo y previsible como intemporal? Quizá ambas cosas.

Pero es un hecho que, en lo referente a hacer caer «regímenes títeres» (árabes o musulmanes) a lo largo y ancho del planeta por ser prooccidentales o no ser lo bastante islamistas ha fracasado. En estos diez años no ha conseguido cambiar, hacer caer, derrocar o inquietar seriamente a ningún régimen árabe o musulmán, de Marruecos a Indonesia, con atentados y sin atentados. En cuanto a derribar o derrocar regímenes occidentales, el balance es más limitado aún. Excepto la lacra de Guantánamo (por resumir los daños causados por el propio Gobierno de Estados Unidos a su sistema de derechos y libertades constitucionales), los regímenes occidentales han aguantado, el Estado de derecho se ha mantenido y las alarmas sociológicas en relación con el auge de la extrema derecha y la inmigración, de Italia a Finlandia, tienen más que ver con la crisis internacional que con la propuesta de sharia radical de Bin Laden. Su capacidad de reclutamiento en las sociedades musulmanas o con fuertes minorías musulmanas ha decrecido en los últimos cinco años de modo contundente. Por supuesto, sigue siendo un problema, porque con reclutar algunas decenas de fanáticos aquí y allá puede hacer mucho daño. Pero no perdamos de vista el hecho de que, en estos diez años, el 85% de las víctimas mortales de los atentados de Al Qaeda han sido… musulmanes. De medio mundo.

En cuanto a aumentar su prestigio entre las masas desheredadas del planeta, el balance para Al Qaeda es más que mediocre. Propagandas simplistas aparte, los servicios de inteligencia de los países más directamente afectados saben que la presencia de Al Qaeda en lugares como Irak es actualmente marginal. Fue la guerra de Bush la que abrió las puertas de ese país a Bin Laden en el 2003, pero desde la muerte de Al Zarqaui, su jefe de filas en la zona, el vector principal de la violencia se ha desplazado a lo que en el fondo es la gran hipoteca para Irak: los enfrentamientos entre chiís, sunís y kurdos, una agenda que no está controlada por Al Qaeda. También saben las fuentes bien informadas que la ecuación simplista Irán = Hizbulá = Al Qaeda = Hamás no se sostiene ni como propaganda de bajo nivel. Al Qaeda ha tenido muy escaso o nulo predicamento en la sociedad palestina de Gaza y de Cisjordania, porque esta no está interesada en emiratos islámicos -quiere un Estado nacional propio, democrático a poder ser, como todo el mundo- y porque las fuerzas de seguridad de Hamás y las de la Autoridad Palestina se han encargado de ello con maneras contundentes.

Pero dos son los argumentos de mayor peso para subrayar que, en el mejor de los casos, Bin Laden estaba en fase de declive en relación con sus triunfalismos originarios. En primer lugar, los grandes problemas de la agenda mundial desde hace tres o cuatro años son varios, muy distintos entre sí, y casi todos escapan por completo al radio de acción de Al Qaeda: crisis financiera mundial, especulación económica planetaria, encarecimiento de precios de materias primas alimentarias, tensiones entre potencias tradicionales y países emergentes -¿qué pinta Bin Laden en los debates entre Brasil, China y la India?-, el deshielo ártico, la crisis de la energía nuclear en el 25º aniversario de Chernóbil pocas semanas después del tsunami en Japón, las tensiones en las zonas euro y Schengen, etcétera. Y en segundo lugar, como ya se ha dicho en varias ocasiones, ¿qué tiene que ver Bin Laden con el viento de revuelta y de cambio en el mundo árabe, de Marruecos a los emiratos del Golfo? Nada, no hay ningún indicio que desmienta algo obvio con los datos que tenemos actualmente: las revueltas de la calle árabe pillaron a Bin Laden tanto o más desprevenido que a las cancillerías occidentales. Que ya es decir.

Por Pere Vilanova, catedrático de Ciencia Política de la UB.

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