Bípedos implumes

Los humanos son unos seres imprevisibles que reaccionan de manera inesperada. Están satisfechísimos de su entendimiento y de los logros que, a través de su discurso, han conseguido gracias a su inteligencia; incluso, en determinada época, elevaron un altar a la diosa Razón. Uno de sus mayores éxitos es haber concebido, deduciendo de observaciones particulares, la esencia que subyace en las cosas individuales y alumbrar así conceptos generales. Platón llamó Ideas a estas síntesis, la filosofía escolástica las denominó Universales. Una de esas ideas es la Vida, el motor que separa al mundo animal del resto de la creación; pues bien, una vez conocida y aceptada, al realizar la operación inversa y volver a lo particular, los hombres actúan olvidándose de sus conclusiones. Habían establecido que la vida es un bien y el más importante de este mundo, como han aceptado la mayoría de las legislaciones al abolir la pena de muerte, pero esta conclusión se matiza de forma inesperada al descender a las criaturas.

La de los invertebrados no merece respeto alguno y los manotazos acosan al mosquito que ronda y a la mosca que molesta; los reptiles son animales repugnantes y sin empacho puede perseguírseles con cualquier objeto contundente; los peces tampoco inspiran mucho amor, hasta es difícil distinguir sus especies y se les cataloga como grandes o chicos sin profundizar más en ellos; con las aves empieza a mejorar la consideración y sin embargo se acepta que su destino sea la cazuela; solamente se despierta la sensibilidad al llegar a los mamíferos. Ignoro si con ellos se aviva algún atavismo de los genes o que su proximidad fisiológica los acerca al Rey de la Creación, pero sin duda ese Orden de la naturaleza se mira con ojos distintos, y no digamos nada si se trata de crías y cachorros, estos pueden enternecer, y especialmente a las mujeres, en las que activan sus instintos maternales. Ese amor, sin embargo, desaparece cuando se habla de las ratas, que sufren una persecución parecida a la de los reptiles.

Todos los animales están dotados de vida, pero el hombre no considera igual la vida de todos, e incluso extiende la discriminación a su propia especie: la inclusión de un espermatozoide en un óvulo da origen a un ser distinto que se desarrolla en el seno de la madre durante un proceso que se acaba a los nueve meses. El inicio y el fin de ese proceso están bien definidos, y entremedias hay un continuo desarrollo sin solución de continuidad, pero la sensibilidad de algunos solamente se preocupa del tamaño y de que pueda presentar o no figura humana. ¿Dónde quedó la idea de vida? Hay veces que el hombre merece la humorística definición de bípedo implume. Recientemente, el ministro de Justicia, cumpliendo lo que su partido había anunciado en los compromisos electorales, ha presentado un proyecto de ley que establece normas para regular la vida del nasciturus dentro del claustro materno; nunca lo hubiera hecho. La oposición, demostrando que no cree conveniente leer los programas electorales de sus rivales, ha puesto el grito en el cielo clamando por los derechos de las mujeres a disponer de su cuerpo y también del de aquel que la naturaleza le ha entregado para su custodia, producto de una coyunda voluntaria. Usó libremente de su cuerpo en el goce y exige usar también libremente de las consecuencias, con independencia del padre y del hijo, que no cuentan en esa historia. ¿La vida de ese ser no merece el mismo respeto que Bambi o las crías del oso Yogui? Al parecer, los hijos de los humanos, cuando son tan pequeños que su figura se desdibuja, entran dentro de la categoría de sabandijas, arácnidos y otros animales poco apreciados.

A Alberto Ruiz-Gallardón se le echa en cara que sea coherente con el programa que publicó el PP, es decir, dio a conocer para que los votantes lo aceptaran con sus papeletas, y también que sea coherente con su trayectoria, dedicada, igual que el resto de su familia, al Derecho, que es la ciencia que se ocupa de la relación entre las personas. Una ciencia que lleva a la práctica las consecuencias que se deducen de las Ideas de Platón o de los Universales de la filosofía. Para determinados parlamentarios, los programas electorales (¿también los propios?) son como las flores en los festejos, y las ideologías deben asemejarse a las mareas, que van y vienen a impulsos de la gravedad y la luna. Si hay veces en que los humanos merecen definirse como bípedos implumes, esta puede ser una de ellas. Por tanto, permítanme Vuestras Señorías que también libremente me sonroje por cuenta suya.

Marqués de Laserna, miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia.

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