Blas de Lezo, el homenaje debido

España es un país de vocación marinera, de horizontes de expansión, de descubrimiento y grandeza. Sus miles de kilómetros de costas han invitado siempre a los españoles a ir más allá del territorio que pisaban, a buscar la gloria y a acrecentar el honor de su patria desde la cubierta de un navío. Nuestro país ha sido más grande cuanto más se ha abierto a las mares, cuando desde el servicio a España hemos buscado trascender de los límites geográficos o políticos y, pese a las incertidumbres del futuro, hemos encarado este unidos y con determinación.

Blas de Lezo, el homenaje debidoSiglos de conquistas, descubrimientos, triunfos y derrotas, de ejemplaridad en los momentos difíciles, de grandeza y honor están repletos de marinos ilustres que con sus gestas otorgaron a España un sitio indiscutible en la Historia. Álvaro de Bazán, Juan de Austria, Juan José Navarro, Colón, Magallanes, Elcano, Jorge Juan, Malaspina, Churruca, Gravina, Escaño, y un larguísimo etcétera. Pero nuestra historia, o más bien el uso que hacemos de ella, ha sido injusto con muchos de ellos. Olvidados, condenados casi al anonimato o como meras placas en el callejero de las ciudades, sus hazañas no han sido enseñadas en las escuelas ni sus vidas plasmadas en el cine ni en la televisión. En esa lista de agravios históricos destaca un nombre sobre todos ellos: el de Blas de Lezo y Olavarrieta, el «mediohombre». Sin él, seguramente América no sería como es hoy; sin él, España no se entendería igual. Él, teniente general de la Armada invicto, infligió la mayor derrota que la Marina británica recuerda. Él logró la mayor victoria contra la segunda mayor agrupación naval de la Historia tras la que congregó a los aliados frente a las costas de Normandía en la Segunda Guerra Mundial.

Su gesta en Cartagena de Indias es de las más grandes y en cambio, su nombre ha permanecido casi escondido por demasiados años. Los españoles, más amantes de asumir el dolor de las derrotas que la gloria de nuestras victorias, nos hemos empecinado en recordar más a la Armada Invencible o la batalla de Trafalgar que las grandes victorias que nuestros militares nos han proporcionado. Hoy España comienza a reparar este error. Si la Armada lo hizo hace unos meses con la magnífica exposición del Museo Naval, el turno es ahora de los ciudadanos de a pie. Ha sido una cuestación popular la que ha permitido erigir un monumento al marino guipuzcoano en la plaza de Colón de Madrid. Con el respaldo institucional del Ayuntamiento, la Armada y por supuesto el Ministerio que dirijo, Blas de Lezo ocupará un puesto en la céntrica plaza madrileña. Estas iniciativas son el primer paso para que los españoles comiencen a tener en su memoria a un héroe de difícil parangón, para que sus gestas, desde Orán a Cartagena de Indias no sean patrimonio exclusivo de unos pocos sino de todos los ciudadanos, para que su ejemplo de entrega, excelencia, patriotismo, honor, valentía y humildad estén en el haber de todos y cada uno de nosotros y no en el debe de nuestra nación.

Esos ciudadanos que tomaron la iniciativa a través de la asociación «Monumento a Blas de Lezo», han inscrito en el basamento de la estatua una leyenda que resume como pocas la trayectoria de este marino: «A un gran español, abnegado servidor de la Patria. Invicto Teniente General de nuestra Armada, defensor de la grandeza de España. Al gran marino universal de nuestras tierras vascas, al gran hombre íntegro, ambicioso en la excelencia, desprendido de sus glorias, indoblegable en el sacrificio, ejemplo de la victoria de nuestras virtudes en la más tenebrosa adversidad. Héroe de la España de ayer, de hoy y de mañana. La Patria erigió este monumento para que el recuerdo de su entrega sirva de ejemplo a las generaciones venideras».

Este texto merece leerse varias veces y obliga a una reflexión. Cada línea es no solo un reconocimiento a la figura de Blas de Lezo, sino un recordatorio de todo aquello que tantas veces ha hecho a España ser grande. La abnegación en el servicio, la ambición en la excelencia, la victoria de nuestras virtudes sobre las dificultades que se nos presentan. Ese hombre debe ser necesariamente una fuente de inspiración ante cualquier reto que afrontamos ahora o que afrontaremos en el futuro.

En Cartagena de Indias, aquel año de 1741, muchos hubieran flaqueado ante lo que se les avecinaba. Ante él se presentaba el almirante Vernon con más de 180 navíos armados con 2.620 cañones navales y 23.600 hombres. El «mediohombre», cojo, manco y tuerto, contaba con 6 navíos y 2.830 hombres, armados con 990 bocas de fuego. Tamaña desigualdad hubiera desalentado a cualquiera. Blas de Lezo se dirigió a sus hombres y entre otras cosas les dijo: «Las llaves del Imperio han sido confiadas a nosotros por el Rey, habremos de devolverlas sin que las puertas de esta noble ciudad hayan sido violadas por el malvado hereje. El destino del Imperio está en vuestras manos. Yo, por mi parte, me dispongo a entregarlo todo por la Patria cuyo destino está en juego; entregaré mi vida, si es necesario, para asegurarme de que los enemigos de España no habrán de hollar su suelo. ¡Morid, entonces, para vivir con honra! ¡Vivid, entonces, para morir honrados!».

Blas de Lezo mantuvo a salvo la llave del Imperio. Mantuvo intacta la grandeza de España en un momento crítico y evitó un cambio drástico en la historia de América y de nuestro propio país. De justicia es recordarle más allá de los homenajes que su Armada le rinde, con el nombre de una de sus fragatas más modernas, con exposiciones y memoriales. Blas de Lezo es patrimonio de todos los españoles porque sin él, esos españoles habrían tenido una historia muy distinta. Ojalá, como reza el texto en la base de su estatua, «el recuerdo de su entrega sirva de ejemplo a las generaciones venideras».

Pedro Morenés Eulate, ministro de Defensa.

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