Bloques, bloqueos y maniqueos

Las últimas elecciones generales nos han deparado grandes sorpresas. Ante todo, el resultado mismo: el PSOE perdió escaños, al igual que Unidas Podemos; el PP subió, pero menos de lo esperado. Vox ha experimentado un alza sin precedentes y Ciudadanos quedó barrido. El electorado se ha centrifugado y atomizado.

La segunda sorpresa fue el inmediato abrazo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: se anuncia una coalición de gobierno, fórmula inédita en nuestra democracia. Se pacta un documento de intenciones con la buena nueva de Pedro y Pablo. Entramos en un tiempo distinto, que entierra viejas rencillas, promete venturas y advierte de sacrificios.

Bloques, bloqueos y maniqueosCon todo ello ¿se habrá esquivado el riesgo de bloqueo político? Para contestar este interrogante hay que revisar algunos conceptos, como el de bloque. ¿Qué es un bloque? ¿Qué bloques importan? El de derechas e izquierdas es el más acreditado. Viene desde la época de la Revolución Francesa, pero no es el único. Pedro y Pablo son ahora núcleo inicial de un bloque de izquierdas. Pero también cabría otro tipo de bloque más numeroso: constitucionalistas y no constitucionalistas. Parecida, aunque no igual, sería la división entre los “del sistema” y los “antisistema”; o los centralistas y los centrifugadores independentistas, etcétera.

Conviene saber bien que un bloque no es un objeto natural, como un río, un monte o una estrella. Los bloques son algo pasajero construido por los políticos e imaginado por la opinión pública. Surgen en determinada época y valen más o menos según los momentos. Hoy, ciertos bloques históricos carecen de significado, aunque antes fueran decisivos. Pongo por caso: carlistas e isabelinos; apostólicos y liberales; bunkeristas y aperturistas, y así tantos otros. La identificación de bloques relevantes depende cada situación política.

Algo parecido ocurre con el bloqueo. El prejuicio de que los bloques sean inamovibles, como de hormigón, contamina la idea de bloqueo, que es aún más artificial y maleable. Si una opción política obtiene en España una mayoría insuficiente y no puede gobernar ¿se la está bloqueando? No creo. La existencia de bloqueo no se debe predicar de una sola opción, sino de una situación global en su conjunto. El resultado electoral no produce bloqueo si se mira con mente abierta. Deberíamos saber algo elemental: que los políticos elegidos deben adaptarse a los deseos de los electores, y no al revés. El electorado decide y los demás han de seguir su pauta. Esa es la regla. Y los votantes, en dos ocasiones, ya lo han dicho: no a mayorías absolutas. Pónganse ustedes de acuerdo para construir una confianza política entre varios.

Para acceder al Gobierno en una democracia parlamentaria se necesita ese hecho positivo de la confianza que abre paso a la investidura. Tras las últimas elecciones el PSOE, por delante, y el PP, detrás, suman una voluntad muy mayoritaria de los españoles. Debe ser tenida en cuenta. La confianza hay que construirla y trabajarla con los mimbres disponibles ante los problemas del momento.

Tejer confianzas y apoyos entre los partidos supone practicar políticas de pacto y acuerdo. “Busca a tu complementario que marcha siempre contigo y suele ser tu contrario”, escribió Machado. Ese es un buen camino. Transitando por él se llega a soluciones desde la “gran coalición”, aún presente en Alemania, a la “cohabitación”, practicada alguna vez en Francia, o a infinitas fórmulas en Italia, donde sobra fineza para deshacerse de un líder indeseable como Salvini.

Pero a nosotros, prisioneros de nuestros prejuicios arrastrados, no nos sale bien esto. Quizá porque Spain is different. Entre nosotros, los posibles “complementarios” suelen exhibir una cierta actitud de “carteristas” (no quiero tres carteras, sino cuatro), de “subasteros”. Piensan solo en las siguientes elecciones, no en las próximas generaciones. Y no es esa la senda a seguir. Más de uno estará bien arrepentido de haber repetido elecciones o no haber respaldado la gobernabilidad con el PSOE, como fue el caso de Ciudadanos, ahora arrasado y sin líder, tras la ejemplarizante dimisión de Albert Rivera.

El sendero hacia la cultura de pacto pasa por eliminar maniqueos. El maniqueísmo divide de modo tajante entre el bien y el mal: buenos, “los nuestros”; malos, “los otros”. Son esos “viscerales” que descargan toda la culpa en los demás, dicen que este o aquel son el mal absoluto, que con ellos nada y más eres tú. Esta actitud es en España como una peste. En política, todos los elegidos por el voto popular libre y plural merecen, de entrada, respeto. Y dentro ellos hay que buscar “afinidades electivas” vista la amplitud de los problemas.

Nuestras mayores preocupaciones políticas, según el CIS, son: el paro, la inmigración, los políticos mismos, las pensiones y el independentismo catalán. A los que yo añadiría la potenciación de España en una Unión Europea al borde del precipicio. Sobre estos puntos habría que negociar una respuesta común escrita, firmada y concreta, con cesiones recíprocas razonables, que cuente con la confianza expresa de varios grupos que sumen con claridad más de 176 votos en el Congreso. España necesita al menos tres años de estabilidad gubernamental. Caben fórmulas varias de intensidad distinta: desde la abstención pura y simple de uno hasta la gran coalición de dos o más, pasando por la entente, con pactos varios, de no agresión o de legislatura. No hay que inventar nada. Pero convendría usar las mejores prácticas políticas: negociación discreta al principio, pero con mucha luz y taquígrafos al final. Y con mucha concreción. Nada de bla, bla, bla. Nada de imprecisiones ni tomaduras de pelo. El documento de intenciones conocido es pura evanescencia y no vale. La gente no es tonta y tiene memoria.

Pedro Sánchez recibirá, sin duda, el encargo para formar Gobierno, dado el resultado obtenido. Se ha adelantado con la escena sorpresiva del abrazo. Pero esa imaginada coalición progresista tendrá difícil encontrar apoyos estables, en especial si ha de contar con la abstención de independentistas. Además, es muy dudoso que con el Parlamento dividido casi por la mitad en el eje izquierda-derecha se pueda resolver bien la nueva tendencia creciente del paro, la contracción del crecimiento económico con riesgo de recesión, los desafíos del independentismo catalán, cada vez más crecido, y la deseable mayor influencia española en la Unión Europea, que desfallece con el Brexit. Pedro Sánchez en esa coalición tendría que ir pagando demasiados peajes (y tente mientras cobro) con dificultad para cuadrar los presupuestos y aprobar leyes orgánicas.

Y vuelvo a los maniqueos. No hay que construirlos. Si el PSOE de Sánchez no está afectado —como ya se ha dicho— por las condenas en los ERE andaluces, tampoco el PP de Pablo Casado debería responder de corrupciones pretéritas. ¡Fuera el maniqueísmo! Construir una “entente constitucionalista” ante lo que se nos viene encima me parece prioridad básica. Vale la pena probar.

Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona fue ministro en la Transición con Suárez y Calvo Sotelo y es el autor de Memorial de transiciones (Galaxia Gutenberg, Barcelona).

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