Boicot contra Israel

En las últimas semanas estamos siendo testigos de un movimiento a favor del boicot a Israel, ya sea en relación con productos manufacturados en las colonias judías o ya sea incluso con los producidos en el propio Estado de Israel; además, se pide el cese de intercambios comerciales con empresas israelíes. Por supuesto, también está habiendo boicot por parte de artistas, cantantes, directores de cine y escritores que están cancelando su visita a Israel a la vez que participan en manifestaciones contra Israel. A esto hay que sumar los actos de protesta de organizaciones estudiantiles y de intelectuales de izquierda en Europa y en Estados Unidos, en las que participan obviamente palestinos y árabes musulmanes.

Al principio, en Israel despreciaron los primeros signos de esa campaña pro boicot. Es cierto que ya en las décadas de los cincuenta y sesenta, antes de la guerra de los Seis Días, cuando Israel era pequeño y débil desde el punto de vista económico y político, todo los países árabes intentaron organizar un boicot general contra Israel, en especial, en el sector económico, pero ese intento fracasó, sobre todo porque no tuvo acogida en los países occidentales. Además, el recuerdo del Holocausto aún era muy fuerte en el consciente colectivo e Israel era considerada una democracia justa que luchaba por su existencia frente a dictaduras árabes, donde la riqueza del país no se reflejaba en el bienestar de sus ciudadanos.

Sin embargo, el boicot de ahora es muy distinto. Es verdad que Israel sigue siendo “la única democracia de Oriente Medio”, pero la historia contemporánea nos ha enseñado que una democracia también puede invadir territorios y cometer abusos contra otros pueblos, tal como, por ejemplo, hicieron Francia en Argelia o Estados Unidos en Vietnam o en Iraq. Por tanto, el carácter democrático de Israel no impide que actúe con crueldad con los palestinos y siga manteniendo a un pueblo bajo control militar y civil durante tantos años. Así pues, el surgimiento de este boicot –parecido en algunos sentidos al que en su momento hubo contra Sudáfrica– busca obligar a Israel a cambiar su política y muy especialmente hacer que detenga la construcción de más asentamientos en el territorio palestino destinado a ser la base de su futuro Estado.

No obstante, entre los que apoyan este boicot también hay gente atónita ante el caos que en esta época inunda el mundo árabe; gente que reconoce el hecho lamentable y deprimente de que, tras la retirada israelí de la franja de Gaza, Hamas no encauzó su política hacia el objetivo de construir infraestructuras y orientar la economía para mejorar el bienestar de la población civil, sino que se dedicó a abastecerse de armamento con el fin de atacar ciudades israelíes. También comprenden que el apartheid de Sudáfrica no tiene nada que ver con la situación de ocupación en Cisjordania. Los negros sudafricanos no pretendían echar a los blancos, sino gozar de los mismos derechos civiles.

En cambio, el conflicto con los palestinos es mucho más complejo, ya que sigue habiendo bastantes palestinos que no reconocen el derecho de Israel a existir.

A pesar de esto, la injusticia con la que el Estado de Israel está actuando con los palestinos enerva no sólo a los que enemigos tradicionales de judíos e israelíes, sino también a aquellos que sí reconocen la legitimidad de Israel. Por ello, ese constante roer, a través de asentamientos judíos, el pequeño territorio cisjordano (un cuarto de la Palestina anterior) debe pararse según muchos israelíes y judíos, y eso explica que el movimiento a favor del boicot a Israel vaya ganando adeptos. Claro está que como en todo movimiento popular siempre hay, junto a quienes realmente se preocupan por los derechos de los palestinos, gente que en realidad son antisemitas a la antigua usanza y personas que son radicales islamistas que lo que niegan simplemente es el derecho a existir del Estado de Israel. Por supuesto, el Gobierno de Israel aprovecha este hecho para condenar la actitud de todos los promotores del boicot. E incluso aprueba una ley por la que un israelí que muestre su apoyo a cualquier boicot contra Israel puede ser llevado a juicio. No obstante, esto no ha impedido que miles de israelíes hayan expresado su apoyo a un boicot específico contra los productos manufacturados en los asentamientos en territorio palestino.

Es obvio que no se puede aplaudir que boicoteadores violentos entren en un supermercado de Europa y empiecen a tirar productos israelíes. Y tampoco resulta agradable que artistas extranjeros se manifiesten en contra de la propia existencia del Estado de Israel. Pero, por otro lado, hay una necesidad urgente de que la comunidad internacional presione a Israel para que detenga la construcción de asentamientos en tierras palestinas antes de que se inicien las complejas negociaciones sobre un acuerdo israelo-palestino.

Si los gobiernos europeos quieren que cese este boicot popular y vergonzoso, deben presionar de verdad a Israel con el fin de que pare la construcción de más asentamientos, porque este hecho crearía por sí solo un ambiente positivo de cara a una ansiada negociación que aplique la solución de los dos estados, solución que cuenta con el consenso de la comunidad internacional y del propio Gobierno de Israel.

Abraham B. Yehoshúa, escritor israelí, impulsor del movimiento Paz Ahora.

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