Bolonia como excusa

La transición política y la transformación económica de España le deben mucho a Europa. Ha sido la referencia mítica que ha permitido acometer reformas profundas con legitimidad y apoyo social a pesar de su elevado coste e inicial impopularidad. Gracias a ella, los gobiernos han evitado tener que dar explicaciones y asumir sus responsabilidades. Siempre podían acudir a la excusa europea para justificarse. El presidente Zapatero ha sido en este sentido un mero continuador del hacer político tal y como venía ejerciéndose desde la recuperación democrática. Con la crisis económica y la reforma universitaria ha intentado lo mismo, escudarse en Europa. Ya no basta.

Los españoles quieren saber. Como ha afirmado en Sevilla Paul Krugman, que no es precisamente un furibundo liberal, los contribuyentes españoles necesitan un gobierno que les cuente con crudeza la situación económica para poder asumir la magnitud del sacrifico necesario. Lo mismo cabe decir del proceso de Bolonia. Alguien tiene que decirle a los estudiantes que la universidad española, aunque ha realizado con relativo éxito su primera Transición, la de la universalidad en el acceso, sigue siendo injusta, ineficiente y endogámica. Injusta porque el sistema actual de financiación supone una redistribución regresiva de la renta. Ineficiente porque, incluso con el mismo e insuficiente presupuesto, los resultados son manifiestamente mejorables si se abandonara la lógica política y se utilizaran criterios de mercado en su gestión. Y endogámica porque actúa con lógica proteccionista en la selección formación y desarrollo de profesores, diseño de titulaciones y entrada de nuevos competidores. Alguien tiene que decírselo y decirle también al Ministerio que la puesta en marcha del proceso no está siendo acertada, que hay una perversión burocrática de la reforma, una captura interna para asegurarse que nada cambia.

Bolonia nace con un vicio de origen. La tradición universitaria continental no ha progresado adecuadamente y se está quedando rezagada respecto al modelo anglosajón. Pero no se puede decir en público porque es políticamente incorrecto. Y nos inventamos este eufemismo muy comunitario de la convergencia, armonización y construcción de un espacio europeo de educación superior. La dura realidad es mucho más simple. Las mejores universidades del mundo, las que atraen estudiantes, profesores e investigadores de todos los países, a las que acuden empresas y gobiernos de todas partes cuando quieren conocer el estado de la cuestión en una disciplina o buscan alguna solución científica, están predominantemente en el mundo anglosajón. ¿Por qué hablamos de amor, Bolonia, si queremos decir sexo, Estados Unidos? Porque de eso se trata, de que la universidad europea se parezca lo más posible a las mejores universidades americanas.

Si tuviéramos que sintetizar los atributos básicos de las mejores universidades americanas, pensaríamos en que son caras, flexibles y elitistas. Caras porque una buena formación cuesta mucho dinero. Podremos discutir quién la paga, pero no se puede escatimar demasiado en el gasto. Eso es exactamente lo que hacemos en España. No hay valor político para subir las tasas universitarias, como hizo por ejemplo el gobierno Blair en el Reino Unido y recomiendan todos los expertos y organismo internacionales. No hay ya dinero para aumentar la financiación pública. Tampoco habría ninguna justificación teórica para hacerlo; ni en términos de eficacia ni de justicia social como bien saben todos los que se dedican en serio a este tema -los universitarios ganan más, casi un 40 por ciento más por término medio, y tienen una vida laboral más larga y con menos episodios de desempleo. Pero es una cuestión menor, lo relevante es que con déficit presupuestarios en el entorno del 6 al 8 por ciento del PIB en los próximos años, pretender una inyección de fondos públicos adicionales en la universidad es peor que una ingenuidad, es una irresponsabilidad. Estamos ante la cuadratura del círculo de la reforma universitaria. Sin dinero no hay reforma, en eso tienen razón los estudiantes anti Bolonia. Y no hay más dinero disponible que el de las familias que quieren invertir en un mejor futuro para sus hijos. La financiación pública habría de limitarse a becas de movilidad que garanticen la igualdad de oportunidades y avales para los créditos que otorguen las instituciones financieras. Sin modificar el sistema de financiación, la puesta en marcha de Bolonia será un fracaso, no cambiarán los métodos docentes ni la actitud de profesores y alumnos, y la universidad española seguirá anclada en la mediocridad y un falso igualitarismo muy a gusto de los enemigos de la sociedad abierta.

Las universidades americanas son flexibles. Se reinventan constantemente para adaptarse a la globalización del conocimiento y las cambiantes necesidades del mundo profesional y empresarial. Son flexibles para relacionarse con el mundo de la producción y de la industria mediante empresas mixtas, cesión de investigadores o profesionales, proyectos de investigación aplicada, consultoría y adaptación de planes de estudio. Son flexibles en incorporar y despedir profesores, para negociar salarios y condiciones laborales -eso que aquí llamamos incompatibilidades- según las necesidades de cada universidad y su perfil estratégico. Son flexibles para fijar su oferta académica y sus precios. Bolonia nos iba a traer esa flexibilidad, pero es necesario decirlo, el proyecto inicial corre serio peligro de ser capturado por el «establishment» y de convertirse, bajo el pretexto de una definición endógena de calidad, en una rémora que lastre todo cambio, toda pluralidad y toda flexibilidad.

Las universidades americanas son elitistas. Compiten por atraerse a los mejores profesores, a los mejores alumnos y a los mayores fondos de investigación y las más cuantiosas donaciones privadas de empresas y particulares. Para hacerlo, tienen una gestión muy profesional y orientada a la competencia; una gestión que es incompatible con nuestro sistema de elección de rectores y con sus atribuciones reales en unas instituciones gobernadas en democracia asamblearia. Una gestión muy agresiva en la búsqueda de patrocinios y en la definición de una apuesta diferencial que los justifique. Las universidades españolas, probablemente muchas europeas, tienen miedo a la libertad. En eso no son muy distintas de los ciudadanos que en ellas estudian. Pueden seguir teniéndolo y perder el tren de la historia. Así como el poder político y económico se desplaza progresivamente hacia el Pacífico, lo harán la ciencia y la tecnología, y los flujos internacionales de estudiantes y profesores. Evitarlo era el objetivo último del proceso de Bolonia. ¿Se está consiguiendo? Tengo serias dudas.

Fernando Fernández Méndez de Andés, Rector de la Universidad Antonio de Nebrija.