Bolonia y el máster

No creo que los estudiantes tengan razón cuando alegan que las actuales reformas, producto de la famosa declaración de Bolonia, se encaminan a privatizar la universidad pública. ¡Ojalá aumentaran las ayudas de las empresas a estas universidades! Aunque en tales casos el riesgo de estar al servicio de intereses privados sería real, no es forzosa su incompatibilidad con la función pública de la universidad ni necesariamente deben condicionar la libertad docente e investigadora. Las mejores universidades públicas del mundo reciben cuantiosas ayudas privadas y ello no hace disminuir su calidad, sino todo lo contrario.

Más razón tendrían los estudiantes si dijeran que los nuevos planes de estudios son un reto para las universidades públicas y que, tal como están organizadas, difícilmente lograrán superar este desafío y quienes saldrán ganando son las universidades privadas. En este sentido sí que es válido hablar de "privatización": no porque el nuevo sistema tienda a privatizar las universidades públicas, sino porque las privadas - hoy, salvo excepciones, de escasa calidad-pasarán a ser las mejores en el decisivo ciclo de posgrado. Veamos.

El nuevo sistema organiza los estudios universitarios en dos ciclos, grado y posgrado, constando este segundo de un máster y un doctorado. El grado - cuatro cursos-es equiparable a lo que hasta hoy se ha denominado licenciatura, aunque con una diferencia no menor: para acceder al ejercicio profesional se deberá cursar, por lo menos, un máster que puede durar uno o dos años más. El doctorado consistirá, simplemente, en llevar a cabo una tesis, sólo útil para salidas profesionales académicas o de investigación.

Por tanto, la clave para entender este nuevo sistema está en el crucial papel del máster: te da acceso al mundo profesional y te cualifica dentro del mercado laboral. Exagerando un poco, el grado será considerado, social y laboralmente, como el bachillerato actual, aunque bastante más especializado Lo decisivo será el máster, y no precisamente un máster cualquiera, sino sólo aquel que goce de un merecido prestigio.

Hasta hoy los másters de prestigio se cursaban, casi únicamente, en algunas escuelas de negocios privadas. En adelante la reputación de una universidad se basará, principalmente, en la calidad de sus másters. Empezará, pues, la competencia entre universidades, lo cual será, amimodo de ver, muy beneficioso. Ahora bien, en esta competición, quiénes tienen más posibilidades de ganar, ¿las universidades públicas o las privadas? Tal como están las cosas en las universidades públicas, yo apostaría claramente por las privadas.

En efecto, tres características de las universidades públicas las hacen, en cuanto al máster, poco competitivas: mala financiación, gobierno corporativo y gestión burocratizada.

Las matrículas que pagan los estudiantes sólo alcanzan a financiar el 15 por ciento de su coste, el resto se paga con los impuestos que sufragan los ciudadanos. En este sentido, el estudiante universitario es un privilegiado: tres horas de inglés a la semana en una academia privada son más costosas que todo un curso en la universidad.

A su vez, el sistema de gobierno de estas universidades, al degradar conceptos tan respetables como democracia y autonomía, al crear una inexistente entelequia como es la "comunidad universitaria", tiene una naturaleza simplemente corporativa, es decir, es una mera representación de intereses particulares: mandan los profesores, que, en general, se preocupan de gobernar en provecho propio en lugar de atender a los intereses generales. Un ejemplo de ello está en la reforma actual de los nuevos planes de estudio de grado, aprobados sin apenas discusión de fondo sobre el contenido de las materias que enseñar y repartiéndose los profesores las asignaturas que impartir mediante un oscuro trueque de inconfesables intereses.

Por último, la gestión en la universidad se ha complicado enormemente y su administración es un pesado fardo caro y poco eficaz. Todas las universidades son autónomas pero dependen también de su comunidad y del Estado; demasiadas administraciones, porque, además, tanto la comunidad como el Estado tienen muy diversos organismos que participan en la administración universitaria.

Total: papeles y más papeles, profesores dedicados patéticamente a rellenar impresos y a hacer gestiones en lugar de emplear únicamente su tiempo en la docencia y la investigación.

Frente a ello, las universidades privadas cederán el título de grado - lo más caro-a las públicas y se dedicarán a impartir los másters a precios de mercado, sólo accesibles para familias con posibilidades económicas, organizados a través de unos órganos de gobierno eficaces mediante una gestión sencilla y rápida. Consecuencia: el máster será de más calidad, su título será más valorado en el mercado, pero sólo algunos, seleccionados por razones económicas, podrán acceder a él.

En los últimos decenios la universidad pública ha sido un importante factor de igualación social, de igualdad de oportunidades. Si en estas universidades las cosas siguen tal como están, dejarán de ejercer esta función: las élites futuras saldrán de los másters de las universidades privadas. Si el actual movimiento de estudiantes es un movimiento socialmente de izquierdas no debería enfrentarse al plan de Bolonia, sino esforzarse en poner en cuestión la actual organización, corporativa y burocrática, de las universidades públicas.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.