Tras ser derrotado en su búsqueda por la reelección, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, está copiando y adaptando el mismo guion que utilizó el expresidente Donald Trump en Estados Unidos para no aceptar su fracaso electoral en 2020. Al igual que a su inspiración estadounidense, al mandatario brasileño no le gustó el resultado de las urnas y animó a sus simpatizantes a realizar protestas con acusaciones fantasiosas y sin fundamento de un fraude electoral.
Primero, Bolsonaro guardó silencio durante dos días tras la victoria de su oponente de izquierda, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Esto funcionó, en la práctica, como un estímulo para que quienes lo apoyan protestaran en las calles.
Lo mismo sucedió en enero de 2021 en Estados Unidos, cuando antes de la toma de posesión del presidente Joe Biden hubo un ataque al Capitolio en Washington. En Brasil, los bolsonaristas realizaron más de 200 bloqueos de carreteras en los días posteriores a la elección para mostrar su descontento con la derrota electoral, mediante la quema de llantas y limitar la circulación de personas y mercancías en el país.
Como resultado de los bloqueos, los hospitales suspendieron cirugías, decenas de miles de personas dejaron de viajar por tierra y, por dos días, también afectaron los vuelos que conectan a Brasil con el resto del mundo. Los sindicatos de empresarios advirtieron que el país estaba a un paso del desabastecimiento.
En su primer discurso tras las elecciones, Bolsonaro apoyó los disturbios y dijo que los manifestantes formaban parte de "movimientos populares", como lo hizo Trump en su momento. Pero el costo político y probablemente judicial para un presidente que no había sido reelecto comenzó a ser demasiado alto. Por ello, en su segundo discurso Bolsonaro hizo un llamado a sus partidarios para que no bloquearan más las carreteras.
Sin embargo, los ha seguido alentando a que protesten en las plazas. El 15 de noviembre, fiesta nacional de la Proclamación de la República, miles de simpatizantes del presidente acudieron al frente de cuarteles de las Fuerzas Armadas para pedir una “intervención federal”, que en realidad significa un golpe de Estado.
Hay similitudes claras en el comportamiento de los dos líderes populistas, pero el grado de vitalidad de las instituciones de los dos países está separado por un precipicio. En la bicentenaria democracia estadounidense, los militares se negaron a participar en cualquier acción inconstitucional liderada por Trump. En Brasil, que dejó atrás de una dictadura militar apenas en 1985, una parte de la Policía y de los oficiales de las Fuerzas Armadas no supieron diferenciar su papel constitucional como fuerzas del Estado de la militancia política. El general Eduardo Villas Bôas, excomandante del Ejército, usó Twitter para hacer eco de las falsas afirmaciones sobre las “dudas sobre el proceso electoral” y elogiar a los manifestantes que quieren un nuevo golpe militar.
Lo bueno es que, hasta el momento y a pesar del ruido de los manifestantes y de declaraciones de este tipo, la acusación de fraude electoral no ha resonado en el establishment político, legal y económico brasileño.
Sin embargo, como me dijo Guilherme Casarões, profesor de la Fundación Getúlio Vargas y coordinador del Observatorio de la Extrema Derecha, "hay una ‘americanización’ de la extrema derecha brasileña, que importó no solo vocabulario, sino también su agenda. Términos como globalismo o ideología de género no existían en el debate político del país hasta 2017".
Brasilia está viendo a Washington desde un espejo retrovisor, con dos años de diferencia entre la elección de ambos populistas de ultraderecha —Trump en 2016 y Bolsonaro en 2018—, y el respectivo colapso de sus búsquedas de reelección. Hoy los brasileños enfrentan una situación similar a la de los estadounidenses tras la victoria de Biden: Trump se ha convertido en una constante piedra en el zapato y su movimiento político insiste en tomar el control del Partido Republicano y las instituciones del Estado. Lo mismo intentará Bolsonaro estos años que estará fuera del poder.
En las recientes elecciones el Partido Liberal de Bolsonaro logró 99 diputados (de un total de 513), con lo cual obtuvo la bancada más grande de la Cámara Baja, y varios exministros del actual gobierno fueron elegidos senadores. Con esta configuración, y la fuerza que mostró en la segunda vuelta electoral, Bolsonaro es naturalmente el principal líder de la oposición al gobierno de Lula.
Sin embargo, una característica del sistema político brasileño tiende a favorecer a quienes ganaron las elecciones presidenciales. Los aliados de Lula obtuvieron menos de un tercio de los asientos en el Congreso, pero ya está en marcha una operación para cooptar a los actuales partidarios de Bolsonaro para formar una mayoría en el próximo gobierno.
Esto es posible porque hay una facción de políticos de diferentes partidos, sin una ideología definida, que no tienen dificultad en apoyar a los que están en el poder siempre y cuando sus reductos electorales sean irrigados con fondos públicos.
Esta volatilidad política le hace la vida más difícil al jefe de la oposición, y Bolsonaro sabe que muchos de sus aliados ahora irán con Lula en la primera oportunidad. Por lo mismo, Bolsonaro no puede depender únicamente de la oposición parlamentaria y necesita seguir estimulando a sus bases electorales.
“Bolsonaro necesita quedarse con una parte de esta masa movilizada, pero tendrá que encontrar la manera de hacerlo sin ser expuesto en los tribunales. Un stock de 58 millones de votos, como el que tiene, es mucho, pero necesita encontrar una manera de mantenerse fuerte políticamente aunque esté fuera del poder", agregó Casarões.
Bolsonaro también deberá estar atento a lo que sucedió en las recientes elecciones intermedias de Estados Unidos. La expectativa era que la facción trumpista del Partido Republicano, que insiste en la narrativa del fraude electoral, tendría un voto abrumador. Pero lo que sucedió en realidad es que los votantes no eligieron a uno solo de estos candidatos y fortalecieron no solo al Partido Demócrata, sino a opositores a Trump dentro de su propio partido como el gobernador de Florida, Ron DeSantis.
Todavía parece precipitado decir si habrá un DeSantis brasileño, pero los gobernadores de base bolsonarista de São Paulo y Minas Gerais —los estados más poblados de Brasil— salieron fortalecidos de la elección, mientras que el presidente fue derrotado.
Tras cuatro años en el poder, Bolsonaro dejará la presidencia pero no el escenario político. Su capacidad de movilización seguirá siendo parte de la ecuación brasileña, pero la fuerza del bolsonarismo será inversamente proporcional a la capacidad de Lula para cumplir sus promesas. Cuanto menos bienestar sea capaz de ofrecer el presidente electo, más fuerte será su antagonista. Lula puede obtener base de apoyo en el Congreso, pero la polarización en las calles no desaparecerá tan fácilmente.
Graciliano Rocha es editor de investigaciones del sitio ‘UOL’ y vive en São Paulo, Brasil.