¿Bombardear o no?

A lo largo de las últimas semanas han ido llegando noticias tranquilizadoras de Teherán. De acuerdo con ciertos informes, los artífices del arma nuclear iraní están topando con serios obstáculos y dificultades que pueden demorar más de lo esperado el proceso de fabricación de la bomba en cuestión. En otras palabras, es posible que el peligro que arrostran los países vecinos de Irán y otros países esté desprovisto de las connotaciones de inmediatez con que se revistió en un principio. Por otra parte, últimamente se apunta que el presidente Ahmadineyad ha desatado las iras de algunos de los líderes espirituales del país; se han publicado artículos y pronunciado discursos de tono crítico hacia su figura. Por lo demás, los candidatos de su grupo político tampoco han obtenido buenos resultados en las últimas elecciones municipales celebradas en el país.

Los líderes en cuestión persiguen un Irán nuclear en la misma medida que Ahmadineyad, y también aspiran a que su país se convierta en una potencia dominante en el golfo Pérsico y en Oriente Medio en general, pero consideran que su política exterior ha sido imprudente y temeraria en exceso, sin efectuar concesión alguna al resto de la comunidad internacional. Dicho de otro modo, aunque Ahmadineyad ha sostenido una y otra vez que Irán, haga lo que haga, no corre riesgo de ser atacado, sus críticos no están tan seguros.

Saben que Irán es un país vulnerable, con su capital, Teherán, y su área circundante de 14 millones de habitantes, e Ispahan y su área de cinco millones, por no hablar de los yacimientos e instalaciones petrolíferos del país.

Lo cierto es que Washington, así como las principales capitales de Oriente Medio, ha seguido las noticias en cuestión con el máximo interés. Y aunque es menester reconocer que la perspectiva que han evocado podría responder a la realidad, no es menos cierto que podría tratarse de informaciones erróneas o, simplemente, de desinformación. Tras haber sobrevalorado el potencial militar de Sadam Husein, es muy posible que los servicios de inteligencia estadounidenses no quieran incurrir en el mismo error por segunda vez y que, en consecuencia, en estos momentos infravaloren el potencial y las agresivas intenciones de Iraq.

No constituye ningún secreto que la viabilidad de un ataque contra las instalaciones nucleares de Irán ha sido objeto de debate e intercambio de puntos de vista en Washington. Ciertos comentaristas han pormenorizado en sus análisis los detalles de un posible ataque contra Irán: las armas que se emplearían, etcétera. Sin embargo, todo ello no son más que suposiciones. Por otra parte, los riesgos políticos y militares son enormes aun en caso de éxito, aparte de que no cabe en absoluto augurar un éxito garantizado en el curso de esta operación (a menos que se emplearan armas nucleares de una u otra clase). Y, dado que la Administración Bush se halla tan debilitada desde el punto de vista político, ¿querrá agravar más aún sus dificultades en tanto prosigue la guerra de Iraq?

No parece demasiado probable. Sin embargo, si de lo que se trata es de referirse a las cuestiones en liza, habrá que convenir en que no se han debatido únicamente los enormes riesgos de una operación militar, sino también los peligros inherentes a la inacción. Porque, desgraciadamente, y aun en el caso de que Washington se abstenga de lanzar un ataque militar preventivo, no cabe descartar ni mucho menos la probabilidad de una guerra nuclear en Oriente Medio (con efectos destructivos a gran escala)..., sólo que Teherán llevaría en tal caso la voz cantante. Aun en el caso de que Estados Unidos decidiera aguardar algunos años, no puede garantizarse que Israel hiciera lo propio. Después de verse amenazados con "ser borrados del mapa" por Ahmadineyad y sus compañeros de viaje, los israelíes - que no pierden de vista la reciente historia judía en Europa- se sienten presa del nerviosismo (para decirlo mesuradamente) en lo concerniente a las intenciones de Irán. Es verdad - puede añadirse- que, como argumentan las voces críticas contra un ataque israelí tanto en Occidente como en Israel, las desastrosas consecuencias de un ataque de tales características no se limitarían únicamente a Irán... El país quedaría excluido de las Naciones Unidas, se le aplicarían duras sanciones y la mayoría de los países de la comunidad internacional rompería relaciones con él. Además, Irán se haría en cualquier caso, más tarde o más temprano, con armamento nuclear mediante su compra o fabricación. En todo caso, lo único que lograría Israel sería ganar unos años.

En fin, todo ello no deja de ser cierto. Y, sin embargo, como razonan los partidarios de una guerra preventiva, Israel seguiría existiendo y los israelíes seguirían vivos. Además, quienes piensan como Ahmadineyad y propugnan una política similar no han caído realmente en la cuenta de lo que significa una guerra nuclear y, en este sentido, una demostración - por dolorosa que sea- podría hacerles cambiar de política. Por último, es razonable afirmar que los especialistas en tecnología militar están a punto de fabricar nuevos dispositivos defensivos mucho más eficaces contra ataques aéreos y balísticos, circunstancia que proporcionaría un mayor nivel de seguridad del que se dispone en la actualidad. Tal vez este factor propiciaría una situación caracterizada por el mismo poder recíproco de disuasión que evitó el desencadenamiento de una horrible contienda en el curso de la guerra fría. En cualquier caso, no existen certezas, tan sólo interrogantes.

La situación aún se ha complicado en mayor medida como consecuencia del conflicto entre chiíes y suníes; los países suníes como Arabia Saudí, Jordania y Egipto no quieren convertirse en satélites de Irán y, dado que no confían en que Estados Unidos los defienda, intentarán hacerse con armas de destrucción masiva por sus propios medios.

Se argumenta a veces que, dadas las creencias religiosas radicales que profesan muchos individuos como Ahmadineyad, en realidad les trae sin cuidado que cientos de miles de musulmanes puedan morir eventualmente en un ataque contra Israel o que millones de iraníes puedan perecer en un contraataque israelí. Al creer como creen en el apocalipsis y la redención a través del sacrificio de sus vidas entendido como deber religioso, temen menos a la muerte que los occidentales y se muestran mucho más dispuestos a tal sacrificio - el propio Jomeiny se expresó en este sentido- o incluso al sacrificio de Irán por el islam... Claro que, llegados a este punto, se requiere cierta dosis de escepticismo, porque, aun cuando ciertos líderes religiosos y el propio Ahmadineyad puedan pensar de este modo, la gran mayoría de los iraníes son primera y principalmente nacionalistas y patriotas, y, en este sentido, siempre preferirían luchar por el último miembro de Hizbulah a sacrificar a su propio país; si me apuran, cabe pensar incluso que tal es probablemente la estrategia de Ahmadineyad y de sus consejeros.

¿Cuáles son las posibilidades respectivas de la guerra y de la paz? Los enterados dirán que se hallan al cincuenta por ciento. Pero, como cualquier agente experimentado de los servicios de inteligencia diría también, ese cincuenta por ciento significa no lo sabemos.

Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.