Bon cop de falç!

Por Pedro J. Ramírez, director de EL MUNDO (06/03/05):

Aunque «nunca quiso ensuciarse con el día a día del compromiso político no hay nadie que represente tan bien como él y de una manera tan clavada la mezcla y la confusión de las ideas y de las tendencias de aquella época».

Si bien pocos observadores discutirán la exactitud con que le cuadra a su nieto Pasqual la segunda parte de este diagnóstico sobre el pensador y poeta Joan Maragall, recogido en el libro de Enric Ucelay-Da Cal El imperialismo catalán, a mí me parece que la porción que de verdad encaja en su dislocada pauta de conducta es la primera.

Tras el barullo intelectual heredado por el nieto de quien era tan capaz de exaltar a España con idealismo romántico como de denigrar a los españoles en términos racistas similares a los de Sabino Arana, yo siempre he percibido la desgana aristocrática y elitista, el distanciamiento altivo y arrogante, del que considera que no tiene por qué ceñirse a la vulgaridad de las reglas del juego vigentes para el resto de los protagonistas de la vida pública.

«Maragall es diferente», hemos oído decir hasta la saciedad, a medida que el alcalde de la Barcelona olímpica ejecutaba su maniobra de aproximación remota hacia la Presidencia de la Generalitat, demostrando que no hay distancia más larga entre dos puntos que la escueta línea recta que separa los dos lados de la plaza de San Jaime.

Y diferente sonaba su voz, diferente parecía su estilo, diferente resultaba su proyecto político. Hasta el extremo de que, en cuestión de talante, casi empezábamos a reconocerle, retrospectivamente ahora, como una especie de Bautista catalán, precursor del advenimiento del Mesías leonés.

De repente, la crisis del 3% ha servido para confirmar algo ya intuido por la forma en que reaccionó al viaje clandestino de Carod-Rovira a Perpiñán: que la «diferencia» de Maragall no es para bien sino para mal; que su peculiaridad no consiste en que sea más inteligente que sus rivales, sino en que tiene mucho menos juicio que todos ellos; que detrás de la bruma de su aire despistado y su expresión espesa no anida la determinación del sabio visionario, sino la indecisión del diletante sin criterio.Y, como suele suceder, eso ha quedado patente a costa de verle traspasar de manera bien risible la tenue línea divisoria que separa lo sublime de lo ridículo.

Una de las no pocas veces en las que su abuelo también incurrió con la pluma en tan desgarbado lance, dejó escrito algo que casi ahorra ahora toda crónica parlamentaria: «A la nit he anat al teatre: género chico i també una onada de sang m'ha pujat a la cara, però era de vergonya. En aquest dolç país tant verd i suaument amuntanyat, aquest tristíssim género chico, fill de l'aridesa i d'un funest tancament en un mateix, és una horrible profanació».

Sólo reproduciendo la cita en catalán puede darse cuenta el lector de que sus dos únicas palabras en castellano quedan reservadas para la expresión despectiva de eso que al Maragall abuelo que «ha ido al teatro» le provoca que «una oleada de sangre le suba a la cara, pero de vergüenza», de eso que en «este dulce país tan verde y suavemente montañoso» resulta una «horrible profanación» porque es «hijo de la aridez y de un funesto encerramiento en uno mismo»: ¡el género chico!

Maragall abuelo creía que España era un buen ejemplo de las que Lord Salisbury había definido como «naciones moribundas» y, como Prat de la Riba, D'Ors o Cambó, sostenía que su única oportunidad de salvación radicaba en ser impregnada toda ella de la modernidad de la sociedad civil catalana, en una especie de colonización a la inversa, hasta provocar una corriente de regeneración o «palingenesia nacional». Pero para ello había que evitar «toda promiscuidad con los castellanos», comprometerse «a no leer periódico alguno de Madrid» y abominar, por supuesto, del «género chico».

Era un grupo de personas que a fuerza de repudiar la zarzuela, el sainete y el astracán, terminó propugnando un nuevo «imperio hispano» que incluyera la anexión de Portugal y defendiendo el federalismo porque, en palabras de Maragall abuelo, «en todo organismo una federación de células deja libre el impulso al átomo social -el individuo- para lograr la unión de toda la raza humana en una hermandad de amor». O sea, la gallina.

El manifiesto del Fórum de las Culturas, inspirado por Maragall nieto, no lo habría dicho mejor, tras mezclar en su coctelera las correspondientes dosis de seudoidealismo antinorteamericano y transversalidad progre-nacionalista.

El problema de Maragall nieto es que también ha llegado la hora en la que, después de haber reasumido la tarea de salvarnos a todos los españoles de nosotros mismos -para quedarse con un trozo mayor de nuestro PIB-, los focos del teatro le han sorprendido no ya representando una escena, sino toda una antología del repertorio de ese denigrado «género chico».

Fíjense si no en los dos palmos de narices que se le quedan al plegarse a la reacción de Mas y admitir que retira la acusación sobre el 3%. Es la caricatura del político chafardero y chaquetero que donde dijo digo, dice Diego. Y encima alega que lo hace por la patria catalana, por salvar el Estatut, por que no se vaya «a hacer puñetas» la legislatura A eso se le llama autolesionarse con esmero.

Escuchen ahora las risitas nerviosas en la platea y los gestos de estupor de los vecinos del Carmelo arracimados en el gallinero.El molt honorable acaba de pedir que se «deje enfriar el suflé catalán». ¿Para qué, para que se hunda como las viviendas horadadas por el túnel de la corrupción y la negligencia?

Pero enseguida queda claro que el molt honorable está de coña porque añade lo de la «vaselina» -sí, sí, pongamos «toda la vaselina» porque si no «nos haremos daño»- y el teatro estalla en castizas carcajadas. Nos habían vendido el refinamiento de la vía catalana como si su oasis político fuera la bombonera del Liceo con Montserrat Caballé en el escenario y de repente estamos en un local del Paralelo despepitándonos todos ante las procacidades de la Mary Santpere.

Pues, visca el Paralel! Además de pasarlo bien, esto está resultando muy clarificador, ya que no hay nada como la sal gorda para estropear el guiso de la impostura o convertir en erial el vivero de las plantas carnívoras.

La cita sobre la «onada de sang» que le «pujava a la cara» a Maragall abuelo ante la «profanació» y la «vergonya» de que en un teatro de la Barcelona de la Renaixença pudiera representarse el «género chico» no procede, como las demás, del libro de Ucelay-Da Cal -catedrático de la Autónoma de Barcelona formado en Nueva York cuyas tesis causaron el año pasado un gran impacto en medios historiográficos- sino del ingenioso panfleto de Miquel Porta Perales Si un Persa viatgés a Catalunya con el que la editorial de nuestro grupo ha iniciado allí su andadura bajo el sello de L'Esfera dels Llibres.

Recuperando el viejo truco de la sorpresa del viajero exótico ante lo incoherente, Porta Perales desmonta uno por uno los mitos de la construcción de la nación catalana compartidos por CiU, Esquerra Republicana y un lamentable PSC entregado a la ideología de sus naturales adversarios. Empezando por el mito de la lengua propia, pues describe esa pléyade de bares y restaurantes en los que, en estricta aplicación de las directrices de la Generalitat, el menú está escrito sólo en catalán, pero la mayor parte de los clientes hace la comanda en castellano y casi todos los camareros la transmiten a la cocina en castellano. Y siguiendo por todos los mitos de la falsificación histórica

Porta Perales pone en duda que Guifré el Pilós -más conocido como Wifredo el Velloso- tuviera la menor noción de la independencia catalana en la cabeza; subraya que para barbarie imperialista la de Jaume I el Conqueridor cuando practicó la limpieza étnica en Mallorca; destaca que el heroico clérigo Pau Claris que encabezó la rebelión contra Felipe IV en la que se inscriben el Corpus de la Sangre y la revuelta de Els Segadors practicaba la corrupción y el contrabando; y recuerda que el no menos heroico Rafael Casanova que aquel 11 de septiembre de 1714 fue derrotado por las tropas de Felipe V no subió la escalera del martirio sino que se escabulló disfrazado de fraile, pidió perdón a los Borbones y acabó apaciblemente sus días bajo su protección.

Por impresionante que resulte escuchar a decenas de miles de personas cantar a voz en grito un himno en el que cada vez que se ensalza un bon colp de falç no es difícil imaginar el silbido de ese golpe de hoz surcando las inmediaciones, todo el andamiaje del nacionalismo catalán está basado en interpretaciones tendenciosas de la Historia, cuando no en descaradas falacias. Las más recientes son las que han servido para la canonización laica de un político tan desastroso como Companys que tanto al sublevarse contra la República como al acceder a servir de marioneta del poder revolucionario instalado en Barcelona causó daños irreparables a la causa de la democracia que quienes ahora le veneran dicen defender. Por supuesto que su fusilamiento fue una expresión de totalitarismo abominable, pero no mayor que los de los 10.000 catalanes acribillados en tapias y cunetas -o en los propios fosos del mismo castillo de Montjuïc donde caería Companys- por piquetes de milicianos y escamots con la complicidad activa o pasiva de su Generalitat, durante los primeros meses de la guerra.

Lo peor de todo es que ese santoral cívico de pega -en el que no faltan redomados racistas o simples descerebrados- y esa memoria selectiva de la realidad, utilizados durante el último cuarto de siglo para estimular desde la escuela de la inmersión lingüística y desde los medios de comunicación de la bien engrasada autocomplacencia un artificial distanciamiento del resto de España, han servido al mismo tiempo de coartada para un montaje de mangancia organizada sólo equiparable al de los años de la tangentópolis milanesa.

Bastó que Maragall pronunciara la expresión «tres por ciento» para que todos supiéramos de qué hablaba. A cada empresario, ejecutivo o periodista le suscitó recuerdos distintos, pero siempre convergentes. A mí me vino a la memoria la descripción que hacía Javier de la Rosa de cómo metía personalmente los talones en el bolsillo de aquél a quien llamaba Patufet y la grabación descubierta por nuestro añorado Xavier Domingo en la que el entonces prometedor hereu político del pujolismo Josep María Cullell advertía a un alcalde renuente a la prevaricación que a él «no le convenía nada que su cuñado se fuera a la mierda». Y eso sin contar con los Casinos, la Santa Espina o los casos Pallerols, Planasdemunt, Estevill o Prenafeta.

Todo ese universo de los comisionistas de la sagrada familia es el que ha quedado ahora desparramado a la intemperie y bajo el punto de mira de la Fiscalía, pendiente del hilo que en cualquier momento puede romper un resentido o un valiente. Y hay que agradecer a Maragall -líder de un partido cuyo secretario de Formación ha estado en la cárcel por montar la trama cleptocrática de Filesa- ese servicio impagable.

Pase lo que pase ganaremos los defensores de la estabilidad constitucional.Si no da marcha atrás, CiU bloqueará el nuevo Estatuto para no colaborar con quien le acusa de latrocinio. Si retira lo dicho y vuelve el contubernio para autodenominarse nación, crear un espacio judicial propio y reducir el sedicente déficit fiscal de Cataluña, lo que llegará al Parlamento de Madrid será el Estatuto del 3% y la evidencia de lo ocurrido liberará a Zapatero de su torpe compromiso de respaldarlo.

Debemos aplaudir, pues, con vigor porque la automutilación ya no tiene vuelta de hoja. No sé si los catalanes se ahorrarán la factura de la corrupción, pero han aumentado espectacularmente las posibilidades de que el resto de los españoles nos ahorremos la de la insolidaridad. Gracias, Maragall. Bon cop de falç, defensor de la terra!